¿Será racional admitir que la única medida para evaluar la calidad de la educación sea el resultado de una prueba o que la elección de los padres, quienes se inclinarán siempre por lo que juzguen “mejor para sus hijos”, tenga como consecuencia inevitable la ruina de quienes no pueden elegir?
Las reformas al sistema educativo en la década de los años 80’s, asumieron que el sistema escolar se asemejaba a un mercado y que los padres, la encarnación de la demanda, establecerían su elección basados en la información existente de manera racional. La investigación educativa ha derribado estos supuestos y sus resultados han sido claros al señalar que la decisión de los padres es orientada por una pluralidad de criterios, entre los cuales no suele jugar un papel relevante la información formal provista por SIMCE u otras evaluaciones similares.
En el debate y desde la política pública, sin embargo, se persiste en la idea que los resultados de tales evaluaciones –registrados en guarismos o bien en mapas de rendimiento o bien en semáforos-, deberían ser el principal indicador para los padres para escoger un establecimiento y, por si fuera poco, además la principal herramienta para establecer la calidad de la educación y lograr mejoras en el sistema.
Por un segundo concedamos que se cumple la expectativa reseñada y los padres escogen observando, cuál consumidor racional e informado, los resultados de las pruebas estandarizadas. ¿Será racional admitir que la única medida para evaluar la calidad de la educación sea el resultado de una prueba o que la elección de los padres, quienes se inclinarán siempre por lo que juzguen “mejor para sus hijos”, tenga como consecuencia inevitable la ruina de quienes no pueden elegir?
Lejos del fabulado optimizador racional, en efecto, actualmente los pobres escogen por default, la clase media por los uniformes o el nombre en inglés del colegio y la élite por las futuras redes de contacto. Esta es la clase de preguntas que cuestionan cada vez con mayor claridad el rol del SIMCE, que ha resultado ser un mecanismo para aumentar la segregación social y económica.
Finalmente, la tarea es encontrar mejores descripciones que las provistas por la equivalencia entre educación y mercado para explicar el funcionamiento del sistema escolar; mejores metáforas que los semáforos para informar la calidad de los establecimientos; mejores estipulaciones que el homo economicus para entender la elección de colegio por los padres; mejores y más diversos instrumentos que SIMCE para mejorar la calidad de la educación.
Colaboración de Claudio Frites, Sociólogo U. de Chile Investigador IIDE, U. de Talca; y Jorge Alarcón Dr. Filosofía PUC, Académico e Investigador IIDE, U de Talca. Campaña #altoalsimce, www.alto-al-simce.org
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07 de agosto
Reforma Educacional: ¿Burocrática o del nuevo milenio? Parte III http://elquintopoder.cl/?p=47848 #5poder vía @elquintopoder
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