Lo aparente, lo accesorio, lo accidental . Estos tres conceptos se me aparecen y resuenan frecuentemente.
Sería interesante, si cuando eso ocurre estuvieran asociados a momentos como la contemplación de paisajes, escuchar los sonidos ambientes; mirar distraídamente las calles y las personas que caminan. Si fuera al elegir un objeto decorativo y tantas otros momentos en la vida, en los que solo es necesario poner atención en la apariencia, en observar las superficies o las cubiertas, o en lo que es importante durante algunos instantes.Podríamos relevar la importancia de la escucha, pero de verdad. Ya se acerca el comienzo del año escolar, éste podríamos proponernos como ejercicio permanente escuchar a los niños y a los jóvenes, pero para saber de verdad qué sienten, qué piensan, qué quieren y qué sueñan, no solo para oírlos hablar.
Pero no ocurre así, me resuenan ante muchas situaciones, estando muy lejos de asociarse a estos conceptos hacen que aparezcan como un murmullo de fondo.
Cuantos minutos, o mejor, horas de televisión, prensa escrita y hablada, redes sociales diversas, conversación entre conocidos, pausas en la oficina o en el almuerzo dedicadas a temas que solo se refieren a “lo aparente”. Aquello que parece que es, lo que puede que sea, lo que se supone que es, lo que me dijeron que es, o lo que escuché por ahí que es.
Entonces a partir de eso aparente, se tejen todos los argumentos para la crítica, aunque también muchos sustentos para la alabanza. Lo he visto con iniciativas de distinta índole, no voy a nombrar ninguna, a ver si alguien que lea esto (espero que alguien lo lea) puede encontrar algún ejemplo, pero muchas iniciativas son crucificadas o glorificadas, a partir de aquello.
La otra forma frecuente es aquella en que el análisis y consecuente crítica es lo accesorio. Otra vez, se convierte en el eje de la discusión, se trasforma en la bandera de lucha, en el estandarte de la defensa una parte del todo que si la ponemos o la quitamos mantiene el fondo o el sustento de igual manera. ¿Por qué nos centramos en lo accesorio? Porque probablemente estaba relacionada con lo que parece que…
¿Cuántas horas perdidas discutiendo para llegar a acuerdo sobre algo que finalmente podría no haber existido?Perdimos la oportunidad de lograr un acuerdo sobre lo fundamental, nos hicimos adversarios, nos agotamos en encontrar argumentos, nos gastamos en encontrar aliados y todo por detalles más o menos importantes, pero solo detalles.
Y, por último lo momentáneo, aquello que ya fue y que no volverá a ocurrir, aquello que se relaciona solo con muchas otras circunstancias, que para que ocurran nuevamente no tendríamos vida para verlas de nuevo, sin embargo lo transformamos en el motivo de la preocupación, la sospecha, la incredulidad.
Cuando partí escribiendo lo hice pensando en iniciativas, ideas, proyectos que son destrozados o defendidos basándose en lo aparente, lo accesorio y lo circunstancial. Pero eso también ocurre con las personas. Cuántas son juzgadas por lo que parecen o aparentan ser y no por lo que son, por lo accesorio que las reviste y la circunstancia en la que se encuentran.
Como siempre mi tema es “pensar en pedagogía”, este es un problema (otro más) al que nos enfrentamos los educadores. ¿Cómo desarrollamos herramientas en los niños y jóvenes para que se den el tiempo de buscar bajo lo aparente, distinguir lo accesorio de lo fundamental y lo circunstancial de lo permanente?
Para dejar de creer a pie juntilla que parece que es… o dicen que es… o supongo que es… ¿Cómo hacemos para desarrollar la capacidad crítica?, aquella que se entiende comúnmente como la capacidad de comentar algo, pero no como la capacidad de comentar sobre algo.
¿Cómo hacemos para desarrollar la comprensión necesaria para distinguir entre la circunstancia y la permanencia? Gran desafío, nos hemos convertido en una sociedad sin tiempo. Para detenernos y ocuparnos de cada cosa en su justa necesidad, en que la inmediatez que proporciona la tecnología nos impulsa a quedarnos en las superficies, los impactos, las sustituciones, los instantes.
En esta sociedad, con estas características, los educadores no podemos atarnos a las antiguas formas, porque el contexto es otro, pero tampoco podemos hacernos parte del problema, sino que debemos participar en la construcción de las soluciones.
Como principio, podríamos relevar la importancia de la escucha, pero de verdad. Ya se acerca el comienzo del año escolar, éste podríamos proponernos como ejercicio permanente escuchar a los niños y a los jóvenes, pero para saber de verdad qué sienten, qué piensan, qué quieren y qué sueñan, no solo para oírlos hablar. No descartaría que la conversación pudiera hacerse por diferentes medios, para eso existen y también hay que aprender a utilizarlos.
Apuesto a que si los escuchamos (los leemos, los visualizamos o como la tecnología nos lo permita), ellos aprenderán a hacerlo y, apuesto además, que si en esa conversación estamos muy presentes y hacemos las suficientes y oportunas preguntas, podremos hacer que se profundice más allá de lo aparente, lo accesorio y lo circunstancial. Podemos empezar un ejercicio pequeñito, pero que, en la medida que se practique, contribuya a hacer una práctica y aportar con eso a dejar de pasar por todo, sin hacer la necesaria pausa para comprender lo profundo.
Empecé escribiendo sobre algo muy general que he comprobado en todos los niveles, y sobre todo porque en estos últimos meses he visto como esto se hecho incluso más grave, pero como siempre lo terminé llevando a mi ámbito de acción. La escuela no es la solución a todo, y no tiene por qué hacerse cargo de más asuntos de los que le compete, pero como le corresponde es enseñar, creo que esta es una enseñanza que aporta más, que repetir formas para la apariencia que da, lo accesorias que muchas veces son y lo circunstancial de ellas.
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