Al tener nuestro país un sistema tan segregado, lo que negamos es justamente la formación de tejido social, donde la persona que sabe menos pueda compartir y aprender de la que sabe más, y la que sabe más, a su vez, aprender de la que sabe menos. Debatir, compartir y socializar. Lo mismo con sus orígenes económicos.
Durante algunos días y motivado por el anuncio del ministro de educación acerca del término de la selección académica en nuestra educación obligatoria, se llevó a cabo un intenso debate. El tema no es menor, pues junto con el co-pago son los principales elementos a la hora de producir segregación escolar (donde Chile tiene muy mala nota). Sin embargo, lo que realmente me preocupa es el argumento de quienes defienden la selección académica y que intentaré reconstruir a continuación.
Algunos presentan la selección académica como fruto de la desigualdad de “talentos” de la naturaleza humana. Es normal, bajo su punto de vista, que los “más inteligentes” se agrupen, pues de otro modo sólo se “nivelaría para abajo”. Aquellos que tienen mayor poder cognitivo o méritos –siendo algo cruel utilizar este término en nuestro desigual país- están en su derecho de esforzarse y aspirar a una educación mejor (entendiéndose la educación, principalmente, como un medio de movilidad social). Este, en apariencia, sencillo argumento, tiene muchas cosas complejas. Se hacen invisibles porque en parte tenemos una cultura altamente clasista, pero también por ciertos errores conceptuales y/o reduccionismos baratos, que quisiera presentar a continuación.
En primer lugar, y relacionada con esta supuesta “desigualdad” inicial de inteligencia que legitima otras desigualdades, podemos aceptar la diferencia entre las personas. Pero sólo eso. Según la teoría de las inteligencias múltiples, no tenemos por qué reducir la inteligencia humana sólo a un aspecto lingüístico o lógico-matemático, ni mucho menos considerar que estos aspectos son los únicos importantes en la educación. La inteligencia intrapersonal e interpersonal juegan un papel demasiado importante para dejarlo en un nivel “accesorio” (y la teoría del aprendizaje significativo, desde una perspectiva vigotskyana, lo destaca). Cualquier profesional necesita un desarrollo ético y el desarrollo de su empatía podría ser trascendental. En un medio homogéneo no se favorece el hecho de aprender de otro tipo de inteligencia.
El punto anterior debemos conectarlo con una pregunta esencial. Realmente ¿por qué las personas se educan? Si nuevamente reducimos la educación de una nación a su aspecto netamente cognitivo y a su papel de movilidad social, estamos fritos. Al tener nuestro país un sistema tan segregado, lo que negamos es justamente la formación de tejido social, donde la persona que sabe menos pueda compartir y aprender de la que sabe más, y la que sabe más, a su vez, aprender de la que sabe menos. Debatir, compartir y socializar. Lo mismo con sus orígenes económicos. Sin el diálogo inherente de diferentes personas, no formaremos ciudadanos del mismo país. Nunca. Al tener un concepto tan estrecho de educación, eliminamos la posibilidad de aprender, en la práctica, una de las condiciones básicas de la democracia: el respeto mutuo.
En tercer lugar, me parece bastante “ingenuo” el ideal de meritocracia que plantea el argumento anterior. ¿Realmente es mérito del niño las calificaciones obtenidas hasta séptimo básico, y no la influencia de su familia, cuándo sabemos que, por ejemplo, el vocabulario de un niño está fuertemente determinado por el número de palabras que maneja el entorno cercano? ¿Realmente es “culpable” un niño que no se interesa en estudiar hasta primero medio porque tuvo que salir a trabajar o en su familia existía violencia? ¿Sería justo dejar en un mal colegio a niños que lo han pasado, estadísticamente hablando, mal en la vida y perpetuar su condición? Con ello no niego el -ojalá algún día existente- ideal de meritocracia, pero debemos aceptar que las condiciones no están dadas. Siempre podemos citar el ejemplo del hijo del ferretero que desde abajo llegó a ser gerente de una gran multitienda (con cuentas ocultas en paraísos fiscales), pero eso estadísticamente es una excepción. Y no se pueden diseñar políticas públicas apuntando a la excepción.
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Foto: Wikimedia Commons
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