Existen tres situaciones altamente relevantes y que hablan bastante de lo que sucede hoy en día en materia de infancia y adolescencia, que sin duda permiten entender más allá de la contingencia y vorágine de lo que indican los medios de prensa y la televisión. Hace casi un año y medio, se abrió la caja de pandora con la muerte de Lissette Villa en el CREAD Galvarino, la residencia del Sename. Conmovió a un país entero, hubo turbulencias políticas, comisiones investigadoras y se puso al tapete una realidad incómoda pero conocida, la externalización de la infancia como un mercado más en Chile. Pero pasó el tiempo, bajó la cobertura y la opinión pública empezó a olvidarse del tema. Bastante habitual para nuestra sociedad dicho sea de paso.
Cambiar la realidad que existe es tarea de todos, pero lo primero es aceptar la realidad, la verdad inconveniente que estamos perjudicando a nuestros niños, niñas y adolescentes con una cultura que no tiene relación con los valores humanos y éticos esenciales para el desarrollo de la sociedad.
En segundo lugar, hace unas semanas atrás, sucedió el caso lamentable del suicidio del estudiante del Colegio Alianza Francesa de Vitacura. Una conmovedora carta de la comunidad escolar, estudiantes y establecimiento se unieron en la tragedia. Lo más triste, es que la reacción de la opinión pública fue precisamente nula en materia de empatía y cuidado ético, apuntar con el dedo a los colegios sobre “cota mil”, descalificar a las familias sin conocer las realidades dadas y culpabilizar automáticamente a todos en el colegio. Un triste espectáculo realmente. Que poco humanos somos en esta materia.
Finalmente, supimos de la muerte de la estudiante de 20 años de la Pontificia Universidad Católica de Chile, la cual mediante la ingesta de cianuro, terminó con su vida tan temprana. Tanto lo sucedido con Lissette, como lo que pasó en el estudiante del Colegio Alianza Francesa y éste último caso, son ejemplos de una realidad cruda y sostenida en Chile, la cual habla del constante deterioro de la salud mental y la calidad de vida de nuestra infancia y adolescencia. Nos enfrentamos a una situación problemática que nadie puede desconocer y que tiene que movilizarnos en todos los frentes y sectores. El dolor que representa para esas familias, es indescriptible y solo podemos empatizar y respetar su profundo pesar y duelo íntimo. La liviandad con la cual se juzga, sin antecedentes, evidencia y conocimiento de contexto, evidencian la mala calidad de una sociedad en materia educacional, transversalmente para todos los grupos socioeconómicos.
Cambiar la realidad que existe es tarea de todos, pero lo primero es aceptar la realidad, la verdad inconveniente que estamos perjudicando a nuestros niños, niñas y adolescentes con una cultura que no tiene relación con los valores humanos y éticos esenciales para el desarrollo de la sociedad. Tiempo queda poco, la tragedia es cuestión de hoy, no de mañana.
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