Es el momento de estar pensando y proponiendo, para enfrentar la gran tarea que nos espera: la construcción de una educación para que todos y todas puedan desarrollarse plenamente y ser felices.
Probablemente hoy, en un momento en que enfrentamos la posibilidad de cambiar desde los cimientos el sistema educacional, para alcanzar por fin en nuestro país el anhelo de la educación que queremos para todos nuestros niños y jóvenes, nos preocupa lo que se propone y lo que no. Es inevitable.
Son muchos los aspectos por definir: dónde y cómo van a ingresar al sistema escolar los millones de niños; cómo y quiénes van a administrar los establecimientos; cómo y quiénes van a administrar los recursos; y tantos otros temas por resolver, que enfrentan posturas diversas, y que parece no terminan de emerger. Apenas se aborda uno, aparecen otros tres; de similar o mayor importancia a los que es necesario poner atención y proponer soluciones.
No es nada exagerado, es así. La educación de un país es un tema de una complejidad enorme. Más de alguien argumenta ¿para qué tanto cambio si estamos bien? No estamos bien. Para nada.
No estoy pensando en el lucro, ni la selección, ni el copago. Tampoco en la “calidad” (creo que debemos sacar del vocabulario el término “calidad de la educación”. Es darle a la educación un valor de mercado). El tema que me preocupa, y es porque a eso me dedico, es la formación de los formadores.
¿Cómo estamos formando a los docentes que deberán asumir un cambio educativo tan profundo? ¿Estamos a la altura de lo que van a necesitar las escuelas y liceos para transformarse y asumir la enseñanza de todos y todas?
Los que hemos trabajado en el sistema escolar sabemos que una de las grandes necesidades de los docentes es saber cómo trabajar con la diversidad, sabiendo que ésta permite lograr mejores y más profundos aprendizajes, así como también es necesario adaptarse a la velocidad de la transformación del conocimiento y a utilizar los recursos del contexto social, cultural y tecnológico, para ofrecer alternativas a los estudiantes que sean variadas, diversas y desafiantes.
¿Estamos en las instituciones formadoras de formadores, atentas y pensando en las necesidades que tienen y tendrán los establecimientos educacionales? ¿Estamos, los responsables de la formación de formadores, trabajando a la velocidad que se requiere para generar las transformaciones necesarias en las instituciones, de modo que permitan avanzar en la flexibilidad e integración necesaria? ¿Estamos generando los espacios para reflexionar, discutir y proponer nuevos estilos en la formación de los profesores para que estén a la altura de lo que se necesitará el país?
Los que formamos a los profesores, deberíamos estar en un proceso de análisis profundo acerca de cómo vamos a enfrentar el proceso de cambio. No podemos seguir reproduciendo modelos que ya están obsoletos.
La posibilidad de lograr un gran cambio en la educación de nuestro país, descansa en que nuestros profesores en formación logren desarrollarse plenamente para ejercer su rol de la mejor manera posible, manejando la mayor cantidad de herramientas, con conocimiento vinculado al ejercicio real, y con el dominio teórico que les permita cuestionar sus propios procesos.
Las instituciones formadoras de profesores debemos vincularnos y vincularlos con los contextos escolares, para que sean autónomos, innovadores y creativos; para que se sientan responsables y comprometidos con una tarea cambiante e intensa. No podemos desperdiciar las oportunidades que tenemos de construir comunidad, pensar, discutir y reflexionar sobre el rol que nos compete en las transformaciones que queremos para el país. Debemos ponernos al día. Es el momento de estar pensando y proponiendo, para enfrentar la gran tarea que nos espera: la construcción de una educación para que todos y todas puedan desarrollarse plenamente y ser felices.
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Foto: learningblog.es
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