Si hoy en día, una de las tantas encuestas que permiten a la clase política leer la opinión pública preguntara "¿qué es lo que hace un ingeniero?" o "¿qué es lo que hace un abogado/médico/economista?" es posible que los gremios de aquellas profesiones reaccionaran con cierto recelo respecto de lo que se dijera de sus profesiones. Sin embargo, cuando ello ocurre con la labor docente, parece ser que todos tienen una imagen clara de lo que un profesor hace, y de cómo debería hacerlo mejor.
¿Qué es eso que nos permite hablar con tanta propiedad del trabajo del profesor? ¿Por qué es que los profesores son tan incomprendidos socialmente, tanto por políticos como por el público en general?
La respuesta puede estar en el término Aprendizaje de Observación, popularizado en el libro de Dan Lortie "Schoolteacher." En éste, se examinan, en el contexto Estadounidense, las diferentes corrientes históricas que hoy determinan el lugar de un profesor en la sociedad. En ese sentido, se habla de la constante exposición de las personas, incrementada con los años de escolaridad, a la labor de un profesor que genera una imagen ‘clara’ de las actividades docentes. Esta exposición y constante evaluación no es compartida por otras profesiones, por lo que las personas sienten que pueden hablar con más propiedad respecto de la labor docente que respecto de otras profesiones. Las personas ‘aprenden’ sobre la labor de un profesor a través de sus largas horas de vivirla desde sus perspectivas de estudiantes, pero esas perspectivas muestran la docencia como algo imitativo, además de ser poco empático. La escolaridad se transforma así en un sistema en que el aprendiz (el estudiante) observa al maestro (el profesor) y ‘aprende’ desde la observación lo que el profesor ‘actúa’ cuando hace una clase. Ello le otorga a la población escolarizada la familiaridad con la que se permite hablar de la labor docente.
Pero en realidad el aprendizaje de observación no es un aprendizaje real. Es una poderosa actividad imitativa que muchas veces nos hace creer que cualquier profesional puede ejercer como profesor sin la preparación que cuestione las ideas preconcebidas respecto de la labor docente. Esta exposición y posterior imitación es tan poderosa que parece una obra teatral, y tiene raíces históricas tan profundas que es posible que muchos de los que hoy enseñan lo hagan imitando las formas en las que fueron enseñados, especialmente cuando se trata de conceptos abstractos muy difíciles de facilitar sin tener una perspectiva pedagógica. Ello contribuye a la reproducción continua de las prácticas docentes, lo que implica aun más retos a los esfuerzos de reforma, independientemente de qué carácter sean o qué ideología representen.
La misma familiaridad con la actividad docente permite caricaturizaciones que no cuestionan en ningún momento las intenciones de los profesores cuando diseñan y ejecutan sus actividades curriculares. El Profesor Jirafales enseñando y el de Don Ramón enseñando son ejemplos de esas caricaturizaciones.
A pesar de los doce años de escolaridad, que implican miles de horas de observación de la actividad docente, es improbable que una persona entienda el porqué de lo que hace un profesor. Si a ello se le suman los años de preparación universitaria (que refuerzan el aprendizaje de observación), es aún más probable que: 1. los profesores conserven la perspectiva imitativa que ofrece el aprendizaje de observación; 2. los ‘expertos’, profesionales de otras áreas, sigan opinando y recetando fórmulas muchas veces imposibles de concebir desde una perspectiva pedagógica, pero muy fáciles de entregar dada su formulación empática con el aprendizaje de observación.
Desafiar el aprendizaje de observación es una tarea que las escuelas de pedagogía y los programas de formación de profesores deben enfrentar. Las escuelas de formación de profesores deben diseñar programas y experiencias que permitan la reflexión profunda respecto a las experiencias escolares con profesores, y a su vez permitir la empatía de los profesores con el cuerpo de conocimientos que sustenta la profesión docente. Para ello, las universidades tienen menos tiempo que lo que ofrecen los doce años de escolaridad, y por eso es un desafío interesante, difícil de llevar a cabo, y también importante de exponer a la clase política, que ha aprendido a partir de la observación, y que cree inventar fórmulas mágicas que mejorarían la calidad de la educación, especialmente la calidad de los docentes.
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