¡Empujemos los cambios educacionales!

Los anuncios hechos por Piñera en materia educacional no constituyen, como él dijo, “la gran reforma educacional” después de los cambios que impulsó el Presidente Frei Montalva hace 45 años.

Su tendencia a hacer más ruido del necesario y su ansiedad por marcar hitos en la vida del país lo llevan a exagerar y, por lo tanto, a generar desconfianza inmediata sobre el mérito real de sus propuestas. Lo traiciona su deseo de ser “campeón del mundo”, compulsión que ya tenía al asumir la Presidencia y que se exacerbó con el rescate de los mineros. Además, actúa desdeñosamente respecto de lo hecho en los últimos 20 años, incluidas ciertas iniciativas que él anuncia hoy con bombos y platillos, pero que ya venían articulándose desde el gobierno de Michelle Bachelet, como el estímulo a los mejores puntajes de la PSU para que estudien Pedagogía.

Piñera debería bajar los decibeles y favorecer un dialogo nacional en torno a los cambios de la educación. Sería más provechoso para el país y para su propio gobierno si buscara generar un consenso respecto de las reformas de esta etapa en un ámbito que es decisivo para corregir las desigualdades y asegurar el avance de Chile hacia el desarrollo.

Si el gobierno opta por la agitación comunicacional, con la vista puesta en subir unos 5 o 10 puntos en la prueba SIMCE, o por hacer ceremonias para la TV al inaugurar los llamados liceos de excelencia, se pueden frustrar las posibilidades reales de mejorar la educación.

Sólo 8% de los niños y jóvenes está en la enseñanza particular pagada. El resto acude a los establecimientos municipales (aproximadamente 48% del total) o particulares subvencionados (aproximadamente 44% del total). El cambio debe concentrarse obviamente en la enseñanza municipal, pero cubrir también la particular subvencionada, que al fin y al cabo depende del financiamiento del Estado. Se trata de una tarea gigantesca, para lo cual se requiere aunar los esfuerzos de todos los sectores interesados en que Chile mejore en este terreno. Lo primero es que la educación no sea un campo de batalla, sino el espacio de los grandes acuerdos para que las nuevas generaciones reciban una mejor formación.

No hay grandes diferencias entre las fuerzas políticas en cuanto al diagnóstico. Chile tiene que dar un salto en materia de calidad de la educación en los próximos años. Y como vivimos en un Estado de derecho, en el que los cambios constitucionales y legales exigen un acuerdo entre el gobierno y al Congreso, hay que completar el proceso iniciado con la aprobación de la Ley General de Educación que reemplazó a la LOCE. No es el ministro Lavín el que definirá arbitrariamente la forma y el contenido de los cambios en la educación. Por ejemplo, hace más de un año que está en el Parlamento el proyecto de Ley de Aseguramiento de la Calidad de la Educación, cuyo texto fue acordado por el gobierno anterior y la derecha, y cuya entrada en vigencia significa crear la Agencia de Calidad de la Educación y la Superintendencia de Educación. Es necesario sacar ese proyecto adelante para que hablemos de una reforma con todas las de la ley.

El currículo escolar merece un estudio detenido. No basta con quitar horas por aquí y aumentarlas por allá. Se requiere dar una solución integral, que elimine las prácticas docentes rutinarias y genere una renovación de los métodos de enseñanza.

Lenguaje es un área crucial. Sobran las evidencias de que muchos estudiantes terminan la enseñanza básica e incluso la media sin comprender lo que leen. Qué decir respecto de su capacidad de escribir. Si la PSU incluyera un test que pidiera a los estudiantes que redacten un texto, el resultado sería probablemente desalentador. Hay allí un problema de fondo, que se relaciona con el desempeño de los profesores de castellano. Por desgracia, muchos de ellos no entienden que su principal objetivo es enseñar a “usar el idioma”, y no atiborrar a los alumnos con información sobre gramática y literatura que aparece despegada del esfuerzo por conseguir que lean comprensivamente y escriban correctamente. ¡Y sucede que el idioma es el instrumento de acceso a todas las áreas del conocimiento!

Por cierto que el déficit en Lenguaje no se cubrirá de un día para otro, entre otras cosas porque ello está ligado a las competencias de los profesores, pero hay que enfrentar este problema de manera creativa, aprovechando la experiencia de algunos maestros cultos e imaginativos y también el consejo de los pedagogos que, en algunas universidades, han reflexionado sobre esto y han definido nuevas técnicas de enseñanza.

La cuestión clave es “entrar a la sala de clases”. No avanzaremos mucho con definir una nueva arquitectura institucional si, al mismo tiempo, no varía el proceso de enseñanza-aprendizaje. Este es el cambio decisivo, sobre el cual pueden definirse ciertas pautas generales pero que deberá materializarse en cada establecimiento. Por eso, es tan importante que los directores de colegios ejerzan un auténtico liderazgo pedagógico en sus colegios y dispongan de atribuciones para organizar mejor la tarea docente.

Ojalá se genere un debate constructivo en esta materia. El gobierno tiene la responsabilidad de crear las condiciones para ello. Pero la oposición debe hacer lo suyo. Sería lamentable que la percepción de mucha gente sobre los primeros pronunciamientos fuera algo como esto: “El señor Piñera y el señor Lavín quieren que la educación mejore, pero la Concertación se opone”. No puede ocurrir eso. El impulso de la centroizquierda a criticar lo que merece crítica no puede llevarla a desconocer lo que merece apoyo. El eventual obstruccionismo puede pagarse muy caro.

Necesitamos empujar los cambios. O sea, no partir diciendo “pero”, sino expresando una clara voluntad a favor de las reformas. Si las propuestas de Lavín no son satisfactorias, hay que ofrecer otras mejores, que sean serias por supuesto y ajenas a cualquier tipo de demagogia. Hay que pensar en primer lugar en la necesidad de que las nuevas generaciones reciban una mejor educación, porque de ello depende su futuro. Hay que nivelar la cancha para que la igualdad de oportunidades sea una realidad.

El país no parte de cero. Si hoy es posible plantearse nuevas metas educacionales es porque antes se amplió la cobertura para que ningún niño quedara sin escuela; se amplió sustancialmente el presupuesto educacional; se extendió el sistema de becas; se incrementaron los sueldos de los profesores, se ofrecieron nuevas posibilidades de perfeccionamiento docente; se estableció una subvención preferencial para ayudar a los sectores modestos, etc. Hoy necesitamos ir más lejos. Es de esperar que la discusión en el Congreso tenga un buen nivel y no se reduzca a gritos y consignas para la galería.

Hay que elevar la calidad de la educación. Ojalá lo entienda el gremio de profesores. Pero si no es así, y de su parte sólo vienen llamados a paro, es deseable que las fuerzas de centroizquierda no se dejen arrastrar hacia una posición que sería incomprensible para la mayoría de los chilenos. La Concertación debe recuperar autoridad política ante la ciudadanía, y para ello tiene que actuar con independencia y responsabilidad, vale decir, formular propuestas serias, no populistas, que favorezcan el mejoramiento de la educación.