Materializar la gratuidad en la educación superior, parece estar sumido en un obsceno túnel y desconocemos si verá la luz en algún momento. A estas alturas, aún no se sabe si será tan largo y exitoso como el que le hicieron al narcotraficante Chapo Guzmán -a vista y paciencia de moros y cristianos-.
La gratuidad no surge por azar. Las movilizaciones del 2006 y del 2011 pusieron la temática sobre la mesa mediante un slogan simple y majadero: “educación pública, gratuita y de calidad”. En ocasiones, era complementado con “sin fines de lucro, participativa”.Lo concreto es que el modelo educativo permanece impertérrito. De otro modo, no se explica que el Estado no pueda favorecer a sus universidades -un Estado ausente que se ha desentendido de lo que le pertenece-.
Las movilizaciones dieron cuenta de la insatisfacción reinante que trascendía el ámbito educativo; una insatisfacción que concierne al modelo de país y sociedad que estamos construyendo. De otra manera, no se explican los altos niveles de adhesión alcanzados. Insatisfacción que -también- demuestra la derrota de la derecha en las últimas elecciones presidenciales y el consiguiente triunfo de Michelle Bachelet.
Restringiéndome a la educación superior, se clamaba por restituir una educación pública en el más pleno sentido de su expresión. En efecto, las dos universidades estatales nacionales -la Universidad de Chile y la Universidad Técnica del Estado, hoy Universidad de Santiago- fueron literalmente descuartizadas por razones políticas e ideológicas, con el inconfesable propósito de hacerlas perder peso en el desarrollo del país y en la conformación del ser nacional. La reducción presupuestaria que experimentaron del ´73 en adelante, y la introducción de la lógica mercantil en la educación desde la década de los ´80, hicieron el resto. No obstante, que desde los ´90, los gobiernos democráticos han tratado de mitigar la situación. Lo concreto es que el modelo educativo permanece impertérrito. De otro modo, no se explica que el Estado no pueda favorecer a sus universidades -un Estado ausente que se ha desentendido de lo que le pertenece-.
No por azar se clamaba por una educación gratuita. Fruto de la privatización, tenemos la educación más cara del mundo en relación a nuestro ingreso per cápita y sin regulación alguna. Recién en las últimas décadas se han introducido algunas regulaciones mínimas, pero absolutamente insuficientes. La prueba más palpable es la existencia de universidades que de tales solo tienen el nombre.
Se clamó por una educación de calidad. La protesta nació del uso y abuso de la aspiración de miles de hogares chilenos por educar a sus hijos y propiciarles un mejor futuro -asumiendo que las instituciones existentes pueden proveer esta educación-. Desgraciadamente no pueden. No pocos egresan con credenciales sin valor, habiendo perdido dinero y tiempo. Este es el panorama triste que afecta a gran parte de nuestra juventud.
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