Los costos que significa para cada estudiante entrar a este tipo de concursos es altísimo, ya que se deben comprar un millón de materiales para hacer las maquetas, sumando el alto costo de plottear las laminas, más el cartón pluma en los cuales deben ir montadas las laminas y la utilización de cortadoras láser para poder hacer las maquetas.
Estoy en 5to año de Arquitectura en una universidad estatal, año en el que el primer semestre de taller tiene como objetivo desarrollar un proyecto para participar en los concursos de arquitectura dirigidos a los estudiantes. A mí me tocó -o elegí, mejor dicho- participar en CORMA, que está organizado por la Corporación Nacional de la Madera, se presenta en la “Semana de la Madera” y cuya principal exigencia es desarrollar un proyecto usando como sistema constructivo la madera.
El proyecto en sí te lo pintan muy lindo, porque vas a poder exponer tu trabajo en un lugar de la envergadura de la Estación Mapocho, donde todos van a poder apreciar tu trabajo, siendo que aún eres solo un estudiante que no ha roto el cascarón -ni ha entrado a la dura realidad laboral-. Todo parece bellísimo, sobre todo porque puedes inflar tu ego no solo con tus pares, sino también con tu familia, quienes podrán visitar la exposición y darte palmaditas en el hombro, reafirmándote como profesional. Perfecto hasta ese punto, pero cuando debemos deshojar lo que significa llegar al punto cúlmine de exponer y, si tienes suerte, ganar algún premio o mención, nos daremos cuenta de que no todo es tan maravilloso.
Primero, es desgastante dedicar un semestre completo a desarrollar ese tipo de proyectos (pero creo que esta es una apreciación demasiado personal, porque sirve como aprendizaje, por lo mismo la nombro primera, ya que la considero el punto menos importante).
Segundo, existe una falta de apoyo por parte de la Universidad, ya que a pesar de desarrollar el trabajo en una ramo impartido en la carrera, la institución no nos prestó ningún tipo de ayuda para hacer de este trabajo algo un poco más llevadero, considerando que si ganábamos, los mayores beneficiados serían ellos. Los costos que significa para cada estudiante entrar a este tipo de concursos es altísimo, ya que se deben comprar un millón de materiales para hacer las maquetas, sumando el alto costo de plottear las láminas, adquirir el cartón pluma en el que estas deben ir montadas y pagar por la utilización de cortadoras láser para poder hacer las maquetas. Todo esto sale únicamente de los bolsillos de los integrantes de los grupos que deciden participar en el concurso (solo como ejemplo, nosotros gastamos un total de $344.490, cifra elevadísima si es que se considera que somos estudiantes, no recibimos ingresos y además tenemos que costear todos los otros gastos que implican estar en una institución de educación superior). La universidad tampoco nos facilitó ningún tipo de traslado de las maquetas al lugar donde se realizó el concurso (la maqueta de mayor dimensión medía 1,2×1,2 metros: no entraba en ningún auto; debió ser trasladada por el padre de un compañero que tenía un camión: si no hubiese sido por él, tendríamos que haber usado nuestro ingenio para poder llegar a la Estación Mapocho con las maquetas en óptimas condiciones).
Como guinda de la torta, CORMA, que agrupa a las principales industrias madereras del país (Masisa, Arauco y CMPC, instituciones que facturan millones y millones de pesos cada año a costa de la explotación de nuestros suelos y que además han estado en tela de juicio en varias oportunidades por diversas razones) solo devuelve $70.000 por grupo, dinero que no alcanza a ser ni la mitad del total invertido. Esto sí que me parece una vergüenza.
Ni siquiera he querido pensar en la cantidad de plata que deben gastar los estudiantes de universidades de regiones que participan en estas instancias, que deben trasladar sus trabajos hasta Santiago (las maquetas y láminas), viajando por carretera, costeando no solo el alojamiento sino todo lo que implica venir hasta la capital de nuestro país solo por un concurso.
Después de todo eso, de las reflexiones y cuestionamientos que tuve antes, durante y después de participar y de haber vivido la experiencia, me pregunto si vale la pena concursar. Claro que a las universidades les conviene, sobre todo si ganan algún lugar o mención honrosa, ya que lo primero que se menciona en la prensa dirigida al mundillo arquitectónico es el nombre de la universidad acreedora del primer lugar, pero pasan a segundo plano los nombres de los estudiantes que lo hicieron posible. Por lo mismo, mi pregunta va netamente dirigida a ellas y ellos, que son los que viven en carne propia las consecuencias de participar en este tipo de eventos: ¿vale la pena realmente?
Comentarios
12 de septiembre
María Jesús: solidarizo con lo que cuentas. Me da mucha lástima pensar en la gente que indicas que debió venir de fuera de Santiago. Ojalá que sus respectivas Ues los hayan ayudado de alguna forma, ya que es sabido que en provincia son más jugadas y comprometidas con sus alumnos.
Ánimo y de alguna forma bienvenida a este mundo – Chile- real
+2
13 de septiembre
Si sabí a lo que vai, para que lloraí
-2
13 de septiembre
Que haya participado no significa que tenga que estar de acuerdo con como se gesta y maneja el concurso, vaya un poco mas allá campañer@, que así no va a llegar lejos. Ojalá reflexione un poco mas para la próxima y como dice la doctora Polo «edúquese lo mas que pueda».
Saludos