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Educación / Corrupción

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Cuando en una sociedad abierta, plural y democrática se generan hechos de corrupción, los directamente perjudicados son los más vulnerables, los más desposeídos y aquellos que por falta de conocimientos y oportunidades aún precisan diferenciar lo éticamente correcto de lo que no lo es. Y aunque la corrupción implica directa connivencia de ciertos sectores de poder, los mismos no discriminan por sexo, clase social o nivel sociocultural: detrás de estos delitos siempre hay ciudadanos damnificados, siempre hay víctimas, siempre hay perdedores: los trabajadores.


Es preciso fortalecer la escuela, empoderarla, para que forme sujetos críticos, cada vez más democráticos, más comprometidos con el país y su gente, capaces de exigir, cuestionar e interrogar sobre aquellas conductas que como sociedad nos perjudican, retrasan y degradan.

La corrupción impacta, daña y corroe a las sociedades democráticas e implica más campos y contextos de los que a veces visibilizamos: penetra en lo profundo del tejido social. La corrupción no sólo causa daños simbólicos, físicos, sociales o económicos sino que se suma al deterioro ético y moral. La Escuela, entonces, como institución social, no es inmune ni está al margen de dichos sucesos, también se ve afectada, excedida y atravesada por actos infamantes. ¿Cómo explicamos al alumnado que la corrupción no debe ser la norma ni el paradigma dominante en una sociedad que decimos querer mejorarla?

Nuestros niños, niñas, jóvenes y adolescentes en formación, son sujetos sensibles a ejemplos poco felices que como sociedad tenemos que advertir y vivenciar, hechos de corrupción que se denuncian pero no siempre se sancionan como es debido, como lo indica la legislación vigente porque, incluso, hay tráfico de influencias, ahí es cuando el escolar asoma vulnerable: si tal roba, si el otro miente, ¿por qué yo no puedo?, ¿no somos todos iguales? La escuela precisa construir y asirse de argumentos urgentes que satisfagan y orienten el accionar ético de los alumnos.

El abordaje pedagógico de la corrupción es complejo, ¿cómo aclarar que desviar fondos públicos no es pillería y sí un robo? ¿Cómo advertir en el aula que ese dirigente de apellido rimbombante, que viste marcas exclusivas, que ostenta un auto de alta gama, luce bronceado Caribe y alardea con una top model, al evadir impuestos no es un «ganador» ni mucho menos un «vivo», sino que es un vulgar delincuente que está, entre otras cosas, perjudicándoles y robando el futuro, el derecho a la educación de calidad y la salud a miles de escolares? Urge debatir sobre ética y transparencia en el sistema educativo.

Recientes informes señalan que implicados en calificados sobornos, en grandes fraudes fiscales o en la evasión de cifras millonarias mediante estafas impositivas, no son sujetos iletrados ni simples ladrones de gallinas, son ilustres personajes, carismáticos dirigentes, célebres empresarios e incluso seductores políticos, que en sus fogosos discursos fundamentan preocupación, compromiso e interés por el «servicio público», haciéndonos sentir que nos hacen un favor personal con estar allí, en ese lugar de la política, muchos de ellos poseedores de títulos de grado e incluso posgraduados en prestigiosas universidades extranjeras. O sea, son personas formadas, cultas y capacitadas, que saben perfectamente que lo que están cometiendo es un delito punible. ¿Cómo validar el rol de la educación ante la impunidad de la ilustrada delincuencia de corbata?

Cuando hechos de corrupción innegable -que no sólo perjudican las arcas estatales sino que también minan la moral y la credibilidad en las instituciones, se masifican en los portales informativos o circulan de boca en boca, con preocupación- me pregunto cómo influye en nuestros niños, jóvenes y adolescentes, escolares de los sectores desfavorecidos y olvidados de la sociedad, a esos que, sin ningún pudor, comúnmente se les argumenta y machaca hasta el hartazgo acerca del esfuerzo, del sacrificio, de la honradez, la probidad, el valor del trabajo y de la ética pública. ¿Qué mensaje vacío se le da a los sujetos de aprendizaje que se enteran por la TV sobre el accionar delincuente de algunos notables ciudadanos, esos que lo tienen todo, pero que quieren atesorar aún más? Es decir, acumular más para dominar a otros en un país desigual. ¡De qué distribución de la riqueza hablamos!

Todos aquellos que tenemos algún tipo de responsabilidad social, en la cual evidentemente me incluyo, la ejemplaridad es muy importante para sostener las opciones éticas y morales de nuestros connacionales y, en particular, de nuestros escolares. No podría quedarme afuera, mirando como simple espectador ni llamarme a silencio. ¿Y si todos exigiéramos, desde nuestros lugares de acción, castigar con firmeza la impunidad y la connivencia?

Como educador, formador de formadores, pero también como simple ciudadano que vive de un salario, me intranquiliza que el discurso imperante permanentemente nos advierta que la educación nos hace mejores y que mediante ella puede transformarse la sociedad y el mundo, que la educación es la mejor herramienta que tenemos para superar la pobreza, erradicar la exclusión; y que como país emergente necesitamos ciudadanos con alto grado de formación porque, a la luz de los hechos, parece una tomadura de pelo. Sin embargo, no puedo dejar de preguntarme, ¿los que están detrás de la pillería y los desfalcos no son acaso personas con formación académica superior a muchos otros que no roban, no lucran, no sobornan, no evaden impuestos ni hacen tráfico de influencias? ¿Y entonces? ¿La educación?

El conflicto de estos dirigentes-empresarios es valórico, no hay ética política, no hay ética pública, no hay ética; es robar para tener supremacía, poder por el poder mismo, no hay respeto por la dignidad del otro, del postergado, hay menosprecio hacia el ciudadano común, ese que debe trabajar largas jornadas para comer y (sobre) vivir. He aquí donde se evidencia el mensaje pernicioso, el doble discurso: «haz lo que yo digo, no lo que yo hago». Infelizmente, la formación académica favorecida de estos sujetos resultó inútil: se convirtieron en decanos del cohecho, catedráticos del fraude fiscal. No es ese el fin de la educación y a nuestros estudiantes debe quedarles claro que la educación sí es transformadora y podemos ser mejores, mejores sujetos, mejores ciudadanos, mejores seres humanos.

Como sujetos pensantes, democráticos y comprometidos, debemos seguir apostando por más y mejor educación, pública, gratuita y de calidad por supuesto. Asimismo, sigo sosteniendo que la educación es lo más significativo para una sociedad en crecimiento como la nuestra; ésta debe seguir formando sujetos integrales, críticos, analíticos, reflexivos y sensibles, la escuela debe continuar entregando conocimientos y valores fundamentales basados en el derecho, el compromiso, el respeto, la honradez y la confianza, pese al discurso perverso en boca de un conglomerado de oportunistas, dirigentes mendaces e insolidarios, que no se avergüenzan denigrando a la democracia, a la política y sus instituciones, motivados por el lucro, insensibles, hedonistas.

En una sociedad exitista como se nos muestra en el patrón a copiar, donde hay que ser fashion, rico y famoso en tiempo récord y a cualquier precio, donde se ovaciona la obtención de dinero fácil, la escuela queda marginada, sin argumentos ni herramientas sólidas para cuestionar la falta de escrúpulos ante el accionar deshonroso de políticos, dirigentes y empresarios intocables. Al soslayar conductas delictivas, se legitima la estafa, el robo de guante blanco, la codicia y el abuso de poder, que por poca claridad -o complicidad- en las investigaciones se naturalizan como acciones propias de esta época, una «picardía» de la sociedad posmoderna, donde solidaridad es sólo palabrerío y el fraude y el lucro son protagonistas absolutos.

Es preciso fortalecer la escuela, empoderarla, para que forme sujetos críticos, cada vez más democráticos, más comprometidos con el país y su gente, capaces de exigir, cuestionar e interrogar sobre aquellas conductas que como sociedad nos perjudican, retrasan y degradan. La educación es el último bastión le que queda a las nuevas generaciones para formarse como sujetos pensantes, responsables e integrales. La escuela, entonces, debe abordar estos temas candentes, dolorosos, graves, temas que no pueden ni deben excluirse ni silenciarse, tienen que estar presentes en el centro del debate cotidiano, deben formar parte del entramado curricular, son contenidos a saber y contenidos actitudinales e implican «aprender a ser». Los docentes, por nuestra parte, no podemos legitimar la miseria ética, la carencia moral con conductas que son nocivas para la sociedad en su conjunto, forman parte de nuestra tarea de enseñantes si queremos calidad democrática, calidad educativa y fortalecimiento de las instituciones. Esto es también una tarea, tarea de todas y todos, entre escuela y sociedad, es educación y es conocimiento. Es civismo.

TAGS: #Corrupción #SociedadChilena Calidad de la Educación

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