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Educación: ¿guerra ideológica?

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Cuando Villegas le pregunta a la presidenta de la Fech, Camila Vallejos, por las consignas que él dice haber visto en sus años de estudiante, comparándolas con las actuales y tachándolas de ideológicas; cuando el alcalde de Santiago, Pablo Zalaquet, habla de la “batalla ideológica” contra los colegios particulares subvencionados al interpretar las demandas de los estudiantes secundarios, o cuando Lavín tacha de “sobreideologizados” a los estudiantes secundarios movilizados, estamos cayendo en un juego del terror. Terror a la ideología. Terror a la ideología instalado en un relato hecho por los más sobreideologizados del sistema: políticos y tecnócratas neoliberales.

Cabe preguntarse, ¿qué tan separado está lo ideológico de lo material? Y en la respuesta hay que concebir las ideologías no como un agregado de “lógica de ideas” sino con las dimensiones que toda ideología tiene. Esas son al menos tres: una ideología implica una teoría que describa las relaciones sociales, una ideología representa una posición política sobre cómo deben ser distribuidos los recursos en la sociedad, y una ideología tiene niveles conscientes e inconscientes de expresión.

Cualquier marco analítico para entender nuestra sociedad implica una ideología, sea eso partir por hablar de clases o hablar de individuos en sociedad. En mayor o menor medida nos ubicamos en nuestra experiencia concreta y la explicamos en términos abstractos, generando conceptos que son parte de nuestro repertorio de ideas conectadas lógicamente: nuestra ideología. Así pues, unos interpretan el mundo privilegiado hablando de oligarcas y otros lo interpretan hablando de cuicos, u otros hablan de clases populares mientras otros hablan de flaites o el “pueblo”. No importa el nivel de sofisticación, lo importante es que en cada una de esas interpretaciones hay una ideología que permite describir la sociedad y cómo nos relacionamos con otros en base a esa descripción.

Después de entender nuestra sociedad de acuerdo con nuestras más o menos sofisticadas teorías sociales, decidimos distribuir recursos en base a esas descripciones. Así, la ideología, detrás de decidir si invitar o no a alguien a un cumpleaños no se diferencia tanto entonces de decidir si poner más plata a las instituciones privadas o a las instituciones del Estado. Un cuico no va a invitar a un flaite, tal como el ministro de Educación no va a ponerle más plata al Estado. Así, nuestras ideologías describen al mismo tiempo que permiten actuar.

Por último, hay que decir que nuestras ideologías son tan inconscientes como también pueden ser altamente estructuradas en conscientes ensayos academicistas. Las formas con que nos relacionamos permiten discriminar a varios del acceso a diversos recursos, muchas veces sin intención de hacerlo. Así lo es nuestra expresión discursiva, que va más allá del habla, incluyendo nuestras formas de actuar y comportarse en la sociedad.

Inconscientemente se excluye a las mujeres cuando se escribe de manera sexista, o se excluye a los “no educados” cuando se usa y referencia tanta idea enquistada en la individualidad del trabajo académico, o se excluye a los “flaites” porque no hablan igual que los “cuicos” (o no tienen “buena presencia”).

Demonizar los argumentos de los estudiantes como “ideológicos” no hace más que negar la propia naturaleza de nuestras acciones y demostrar insensibilidad o desconocimiento a problemas que si son materiales. Las ideologías no vienen de forma natural a la mente humana, son un proceso dialéctico entre nuestras condiciones materiales y el sentido que hacemos de éstas. Decir que es ideológico pedir que el Estado sea más responsable en la educación significa más que una ideología añeja, significa que se necesita una forma distinta de distribuir los recursos recurriendo a una institución más o menos conocida, de lograr algo más de igualdad en una sociedad dominada por la ideología de la desigualdad que tantas ganancias le da a una minoría defendida por los que demonizan a las ideologías. Al final, no es una “batalla de ideologías,” es una disputa política por los recursos para personas reales, no personas ideales. Las ideologías son abstractas y no ganan, son las personas las que ganan a partir de defenderlas en política.

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Foto: Roxana Endeudada Moraga / Todas las marchas II

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15 de junio

La Desideologizacion de la Discusión Gracias a los Estudiantes

El principio de realidad se renueva con el cambio generacional. Las nuevas generaciones no preguntan cuanto creció la economía antes de ellos nacer. Desde la experiencia propia son mas impermeables a los discursos ideologizados de las generaciones adultas anunciando avances, éxitos, logros y las celebraciones asociadas.

Las generaciones nuevas descubren que la “cuna” es determinante en el desarrollo de sus vidas, descubren la existencia de la desigualdad, mejor que las generaciones del crecimiento sostenido (los felices), descubren las diferencias en las oportunidades y lo que esto implica en el desarrollo personal. Las nuevas generaciones nos acercan a la realidad. Hay que escucharlos, es una posibilidad para los «viejos» de desideologizar sus discursos.

El desarrollo social se hace posible a través de la renovación generacional. Ellos están mucho mas cerca que nosotros a su experiencia concreta de vivir. Las generaciones adultas muchas veces dejamos, por diferentes razones, de validar los discursos con la experiencia concreta de vida, y entramos en un proceso acumulativo de lo ideológico. El tema de la brecha social siempre ha tenido que subordinarse al paradigma de desarrollo dominante: el crecimiento económico individual. Las nuevas generaciones, más cercanas a su experiencia, descubren que los discursos imperantes no coinciden con lo que ellos viven.

Las generaciones adultas han ideologizado sus discursos a tal extremo que no logran dimensionar los efectos que produce el crecimiento económico individual como paradigma de desarrollo. Se niegan persistentemente a relacionar la brecha social y la concentración económica con ese paradigma absoluto e incuestionable (dogmatizado). La relación del “Crecimiento Económico Individual” produciendo Desigualdad aparece disfrazada, no identificada. No ven que aplauden avances, celebran logros que siempre también están produciendo desigualdad. Aumentar las riquezas significa siempre también un aumento de la concentración económica y de la brecha social. Eso es realidad.

Que bueno que los jóvenes nos recuerden que la inequidad es siempre fuente de malestar y desconfianza y que nutre, de generación en generación, un descontento estructural que se ira manifestando con mayor fuerza si no corregimos nuestros discursos de éxito, ignorando ese malestar que ya se esta generalizando. El quiebre de la felicidad humana es un quiebre en el proceso intergeneracional. Las nuevas generaciones son siempre la luz de esperanza que desideologiza la discusión y nos recuerda, a pesar de todos los cantillos de éxito, que existe una deuda pendiente.

Una deuda que tiene que ver con el ideario central de toda fuerza progresista y/o de izquierda: Una Sociedad Justa.

A lo mejor no podemos todavía mejorar la brecha social. Transparentar esto debería ser el discurso entonces. Los discursos triunfalistas celebrando el modelo económico actual carecen de todo principio de realidad.

Andrés Zöllner Sánchez

15 de junio

La ideología es negativa si se convierte en dogma. Esto pasa cuando se es poco crítico de su propia postura. Si cada una no cuestiona a las creencias personales, y las pregona con furia pero sin razón, entonces esto termina dañando al debate pública.

Por otro lado, posturas políticas maduras y bien defendidas son parte central de la democracia.

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