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Desde la educación a la salud

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El otro día un paciente comentaba en una sala de espera del consultorio mientras veía la pantalla del televisor que se encontraba prendida: «tanto que hablan de la educación, ya esta bueno… ¿y la salud cuándo?«. Por este hecho decidí proponer la siguiente reflexión.

En la última década han entrado al debate público ciertas problemáticas sociales que permanecieron por mucho tiempo ocultos bajo la alfombra, lo que se ha transformado en tenue luz de esperanza para quienes pensamos ser parte algún día de un país mejor, más justo y más consciente. Y dentro de estos temas, la educación en Chile es el estandarte de esta transformación social, política y cultural que estamos viviendo.


¿Nos parece raro que cada vez sean menos los médicos que trabajan en el sector público?, ¿La «falta de especialistas» es de todo el país o sólo en el sistema estatal?, ¿Nos sorprende que las asociaciones de trabajadores de salud protesten por ajustes de salario mínimos en vez de cuestionar el modelo actual de salud?

Desde la “revolución pingüina” que explota el año 2006 hasta el actual movimiento estudiantil, incluyendo el paso de algunos dirigentes estudiantiles al congreso, los distintos proyectos de ley (aprobados, rechazados y modificados), los sucesivos ministros de educación, las decenas de tomas y marchas, y las diversas “reformas estructurales” conseguidas hasta ahora; todo lo anterior ha conformado un evento político histórico donde un movimiento social logra transmitir sus consignas a la mayoría de la ciudadanía. No es que los movimientos estudiantiles nunca hayan participado de los eventos políticos de este país, pero muy pocas veces sucede que el clamor de un sector limitado de la sociedad consigue infiltrar sus temáticas al resto de la ciudadanía (y justo en una estado de adormecimiento extremo de la población chilena en la época “post dictadura”).

Ejemplo de ello son cómo las palabras “lucro” y “gratuidad”  fueron agregadas al vocabulario habitual de los medios de comunicación con un gran poder simbólico en las personas, una especie de Trentren y Caicai Vilú en el Chile del Siglo XXI.

Y así, inspirados por el movimiento estudiantil, otros actores sociales actualmente buscan que las temáticas que los afligen logren si quiera parir dentro de un debate ciudadano para al menos hacerse visible frente a los ojos del resto del país: la jubilación y los fondos de pensiones, la reforma laboral y situación sindical, la desigualdad de género y violencia contra la mujer, la corrupción política y empresarial, el sistema de salud y sus precariedades… Sin embargo, ninguno logra conseguir el peso político y social que la educación posee.

Lo preocupante es que si no logramos solucionar este naufragio educacional que actualmente vivimos es prácticamente imposible avanzar en cualquier otra temática. La reforma en la educación pareciera ser la llave maestra con la cual podemos conseguir cambiar el rumbo actual de este país. Intentaremos explicar esto de aquí en adelante y cómo se relaciona directamente con las problemáticas que vive nuestro sistema de salud.

Desde que inicia el movimiento estudiantil (y en el cual participo activamente, no como dirigente, sino como parte de aquellos que asisten a las marchas, votan en las asambleas, participan de las tomas y caen de vez en cuando en una discusión ideológica dentro de una reunión familiar) se proponen ciertos problemas puntuales del sistema educativo que con el paso de tiempo cristalizarán en el lema “educación gratuita y de calidad”. La lucha estudiantil buscaba entonces que las escuelas cambiaran su contenido por “uno mejor” (nunca especificado) y que todos accediéramos a este sin el impedimento económico.

Con el paso del tiempo, y junto con varios de estos mismos estudiantes que llegan a la educación superior (mejor dicho llegamos), lentamente la discusión toma como eje principal a la educación como un derecho universal y con el que no se puede comercializar: el fin de la educación de mercado. Y es este el punto sobre el cual nacen las “reformas” actuales, intentando rescatar a un sistema educativo secuestrado por una ideología donde lo económico domina sobre el resto de las dimensiones sociales.

Y así, junto con la “madurez” del movimiento, muchos estudiantes nos vamos separando paulatinamente de él, en parte de manera voluntaria al ver como la problemática inicial fue sometida al trajín de la discusión política y a la prostitución dentro de los debates en los medios de comunicación; pero también sin quererlo, por las exigencias de un sistema universitario estatal moribundo que intenta sobrevivir dentro de este juego del “libre mercado”. Para que hablar de aquellos que quedaron pateando piedras y fueron absorbidos por el sistema laboral.

No quiero ser malinterpretado así que trataré de ser lo más explícito posible: no se trata de no estar en contra de la educación de mercado (la educación ES UN DERECHO con el cual no se puede lucrar), pero ¿Por qué en Chile todo lo que se discute tiene que ver con la plata?

El sistema económico ha calado tan profundo en nuestro diario vivir que creemos que el problema siempre es, fue y será financiero y que todo puede solucionarse con más “lucas”.  La solución siempre parte con aumentar los recursos o con inyectar más aportes. Algunos más astutos proponen mejorar la gestión y aumentar la eficiencia del sistema.

Esta ideología neoliberal (no sé si sea el término adecuado, pero me imagino se entiende a lo que me refiero) es tan poderosa que hasta quienes se le oponen buscan luchar contra ella basados en sus mismos argumentos. Nuestras vidas han pasado a formar parte de lo que tratábamos de combatir y de esta forma buscar cambios sustanciales no tiene sentido. Por eso nos hemos quedado estancados en esta parte de la discusión hasta hoy.

A mi parecer, para avanzar debemos recordar aquella parte de la consigna original que fue olvidada.

Vivimos día a día los frutos amargos de lo que es tener una educación de “no-calidad” (entiéndase “penca”). Los colegios no aportan al desarrollo integral de los individuos, no buscan generar personas críticas o por lo menos “con buenos valores”. De hecho, la educación de la competencia que actualmente tenemos es una de las armas más potentes que tiene nuestro actual sistema ideológico para autoperpetuarse en el tiempo. Con esto, todas las demandas que buscan seguir a la educación chocarán contra el mismo muro y terminarán desgastándose o desvirtuándose de sus motivos originales.

Trataremos de ejemplificar esto en 3 caricaturas (por su puesto, para nada exhaustivas):

  • Estudiante “X” lucha por sacarse las mejores notas (mejores que las de sus compañeros). Está “luchando” por la oportunidad de acceder a la educación universitaria. Paga un preuniversitario (o es becado en el mejor de los casos) y lo logra, porque “vence” al resto de postulantes en la PSU. Accede a una carrera de alta exigencia y luego de luchar por ser “el mejor egresado” de su generación, inicia su vida laboral, “luchando por un puesto de trabajo” y así poder compensar el “costo” de su sacrificio ¿Podemos esperar de este individuo un amor por lo social o si quiera un mínimo sentido del bien común?
  • Estudiante “Y” no tiene interés en la escuela. Son más importantes “el carrete”, “el fútbol”, “la comedia”, buscando siempre la aprobación del resto debido a que en la escuela (que representa gran parte de su día a día) no le estrega ninguna satisfacción personal; el estudiante Y es de ese tipo de estudiantes que “no destaca”. No logrará un «buen puntaje» PSU, pero gracias a un crédito bancario accede a una universidad que le permite seguir siendo aceptado por su entorno (ya que para ellos es natural que después del colegio continúe “la U”). Finalmente egresa (considerando que muchos no lo logran) con una deuda millonaria, por lo cual se ve obligado a caer en la «competencia» por un buen puesto laboral, que además de pagar la universidad le permita acceder a otras deudas que le permitan mantener la imagen que ha creado ¿Podemos esperar de este otro individuo una participación política activa en las demandas sociales actuales? ¿Tendrá siquiera interés en ellas?
  • Estudiante “Z” siempre ha sido esforzado. Ha “luchado” por tener buenas notas (nunca las mejores pero es aplicado). De todas formas, su esfuerzo es “recompensado” al completar la educación básica y media. Como nadie ha visto mayores talentos en él, nunca recibe el estímulo necesario para continuar su formación. Puede que acceda a la educación técnica o tal vez universitaria, no lo sabe bien, pero siempre luego de mucho esfuerzo (porque a él “no se le da muy bien esto del estudio”); tal vez becado, con crédito o trabajado al mismo tiempo que estudia. Como es una persona “promedio” (mediocre dirán los más severos) accede a un sueldo promedio… y no le queda otra que sobrevivir en el Chile de hoy.

Estos jóvenes son quienes conforman la trama social en Chile. Ellos son algunos de nuestros vecinos, primos, hijos o padres; son nuestros jefes, colegas o empleados. Estos jóvenes somos nosotros mismos.

Si consideramos que estas 3 caricaturas de estudiantes se dedican al área de la salud (supuestamente uno de los temas que muy pronto comenzarán a ser discutidos por la ciudadanía):

¿Nos parece raro que cada vez sean menos los médicos que trabajan en el sector público?, ¿La «falta de especialistas» es de todo el país o sólo en el sistema estatal?, ¿Nos sorprende que las asociaciones de trabajadores de salud protesten por ajustes de salario mínimos en vez de cuestionar el modelo actual de salud?, ¿Le parece extraño el trato diferencial que un paciente recibe en el sector privado con respecto al público?, ¿Por qué los pacientes creen que los médicos del sector privado son mejores que los del sector público?, ¿Por qué será que han aumentado exponencialmente el número de juicios contra los médicos?, ¿Parece tan imposible que ministros de salud busquen beneficio propio y del sector político-económico al que representan en desmedro del resto de la población?.

El problema no está afuera: no son tan sólo los políticos corruptos, los jueces cuestionados, los médicos mercenarios, los abogados rapiñas, los economistas inhumanos… somos nosotros mismos. El problema somos nosotros y nuestra forma de ver el mundo como una constante competencia, como una lucha por sobrevivir a costa de todo, con un individualismo maquiavélico que no considera sus efectos colaterales.

Buscamos la respuesta a todo en la gratuidad y en lo estatal no porque creamos en el bien común y porque otro Chile es posible, sino porque eso nos aligera la lucha del día a día entre nosotros mismos. Porque seamos sinceros, conozco a mucha gente que tiene el mismo instinto de supervivencia y que podría hacer los mismos chanchullos de los que nos indignamos si tuvieran el mismo poder de quienes abucheamos.

La educación es uno de los puntos críticos (y quizá el más importante) desde donde pueden comenzar a estructurarse el resto de los cambios que se necesitan en este país. Pero más que su costo (sin dejar de apoyar las demandas estudiantiles actuales), lo que debemos cambiar es su contenido: en una sociedad educada para la competencia irrestricta entre sus miembros, que no logran visualizar el hecho de que sólo en ella pueden expresarse las potenciales de cada uno, y donde el perjuicio ajeno puede justificarse si es que implica un aceptable beneficio personal; en una sociedad educada para «no aprender», donde la felicidad se haya en perpetuar los vicios de una ideología inhumana y hasta insustentable; en una sociedad así no podemos hacer cambios de ningún tipo y no nos queda otra que autocondenarnos al fracaso.

Si queremos mejorar nuestro sistema de salud, primero es necesario educarnos para la salud. Y nuestra actual forma de vida no es en absoluto saludable. Y para quienes creen que con un aumento en el aporte financiero, mayor infraestructura o personal obtendrán una mejora del sistema chocarán en algún momento con el mismo muro ideológico al cual nos vemos enfrentados en las demandas educacionales y que pareciera no avanzar desde hace años.

TAGS: #Desigualdad Educación de calidad Salud Pública

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