Podemos aventurar la siguiente reflexión: si bien es cierto, la educación debiera forjar las mismas oportunidades para las personas, aquello es muy distinto a suponer la misma educación para todos. Es decir, la pedagogía debe ser pertinente, tanto al contexto educativo, como al estudiante.
Pareciera muy tentador dar respuesta a los requerimientos de la educación actual desde la forma (y se puede), sin necesidad de centrarse en el fondo. Hoy en día, más que nunca, se debiera partir por examinar el ¿Para qué educar?, de tal manera luego apuntar a la forma, el ¿Cómo educar? ¿Dónde? ¿Cuándo?, etc.
Hace algunos días, un arquitecto me señalaba la importancia de los estímulos en el aprendizaje de los niños. Discutíamos el trayecto de un muchacho de barrio en Buenos Aires que para ir al colegio, podría recorrer un trecho que lo llevaría desde pasadizos borgeanos, pasando por los pabellones de Le Corbusier en la UBA, para terminar en un colegio Waldorf. Aquel recorrido bien informado, tal vez por su padre, estaba repleto de estímulos. En una vereda diferente, un niño que camina por un trecho de tierra hacia su escuela rural, aventuramos, carece de estímulos. Por lo tanto, concluíamos apresurados, el muchacho urbano, rodeado de información, corre con ventaja en la travesía por educarse. Tras el diálogo, arribamos en un matiz distinto: no necesariamente el niño rural adquiere del contexto menos estímulos para aprender, al contrario, su relación con la naturaleza, su comprensión del medio ambiente, su empatía con lo ecológico, su apreciación del silencio o su manejo del espacio, precisamente, son poderosos estímulos que el niño que ha estado frente a una casa de Le Corbusier en Buenos Aires, no tiene. No obstante, nos preguntamos, ¿la escuela se hace cargo de fortalecer los estímulos del contexto en aquel estudiante rural?
Podemos aventurar la siguiente reflexión: si bien es cierto, la educación debiera forjar las mismas oportunidades para las personas, aquello es muy distinto a suponer la misma educación para todos. Es decir, la pedagogía debe ser pertinente, tanto al contexto educativo, como al estudiante. Por supuesto que subrayar la importancia de una educación distinta para todos, corre el riesgo de ser mal comprendida como un eufemismo en defensa de la aberrante segregación educativa en nuestro país; aquello que Jorge González lamentaba al preguntarse si poner a su hijo en el colegio de los jefes o en el colegio de los obreros. Defender la segregación es contradecir una educación que desarrolle las mismas oportunidades. En cambio, defender que la educación no debe ser igual para todos, no debiera ser entendida en el eje de la segregación socioeconómica, sino en el eje del contexto educativo, partiendo nuestros propósitos docentes desde lo evidente que resulta advertir que no podemos educar de igual manera a un niño de Providencia que a un niño de Puerto Cisnes, porque los aprendizajes no serán relevantes. Debemos pretender una educación distinta para cada uno, para forjar, insisto, las mismas potencialidades de desarrollo.
Partir de supuestos como éste, nos ayudaría a clarificar el para qué educar, exigiendo repensar el curriculum nacional y, sobre todo, plantear nuevos mecanismos de evaluación de la educación, y no tomar decisiones sólo centradas en los clásicos rankings de enero y abril de los determinantes puntajes PSU y SIMCE, respectivamente.
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Foto: Alvaro Tapia
Comentarios
08 de junio
Que clasista el comentario, como decir enviemos a los profesores mas pencas pa regiones y dejemos los mejores de Providencia para arriba y todo lo que tenga que ver con la formación de un alumno. Ni si quiera debe conocer este tipo Puerto Cisnes, donde su Colegio y Liceo municipal se encuentran en el pueblo, zona urbana y no en el campo, zona rural.
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17 de octubre
Probablemente me expliqué mal en la nota, ya que mi propósito era subrayar completamente lo contrario. Mi crítica va a la estandarización y determinación transversal sobre todos los estudiantes, sin que se respete su individualidad, identidad y necesidades contextuales.