Los psicólogos tenemos experiencias poco afortunadas de sindicalismo. Como bien sostiene Julio Villegas, nadie se daría cuenta en nuestro país si los psicólogos hiciesen un paro nacional… ni las pancartas, ni los altavoces, ni las marchas por la Alameda de miles de psicólogos y psicólogas podría constituir un problema. Nuestra presencia o ausencia no afecta mayormente el cotidiano de nuestro país, ni de ningún otro. Caso inverso ocurre con los profesores y profesoras. Pese al vapuleo público de medios de comunicación, de partidos políticos, de municipios, de dueños de escuelas privadas… y tantos otros, el sindicato chileno sigue siendo uno de las pocas organizaciones de trabajadores –junto a las del área de la salud- que logra realmente afectar el transcurrir cotidiano de la sociedad. En estas líneas, y ante la inminencia de las nuevas elecciones que se avecinan en el Colegio de Profesores de Chile este 8 de octubre de 2010, propongo una reflexión histórica para pensar acerca del sindicato de profesores que necesitamos y deseamos.
La primera invitación es intentar situarnos en la década de 1920 en Chile. En esos años turbulentos, vivimos la crisis del Estado chileno que desembocó en movimientos de la burguesía, tanto de su sector conservador y como la de su ala liberal, que culmina generando la Constitución de 1925 –consolidando un pacto para intentar contener y apagar las movilizaciones populares-. Se va Arturo Alessandri… golpes de Estado… dictadura de Ibáñez, regreso de Alessandri… etc. Durante este periodo los docentes jugaron un rol muy significativo. Esa generación, donde podemos citar a: Víctor Troncoso, Emilia Bustamante, Manuel Martínez y Adelino Barahona, logró conjugar los intereses propiamente reivindicativos para llegar a participar activamente en la discusión de una política educacional, que recogiendo aportes extranjeros, mantuvo una mirada latinoamericanista y nacional. Sus propuestas defendían, entre otras: la descentralización del servicio, la igualdad social, el aprovechamiento de las aptitudes del niño, la formación del productor, y la defensa de la raza y de la humanidad.
La relación con los partidos políticos para esos profesores y profesoras fue compleja, tanto así que deciden romper con ellos en el Congreso General de Talca en 1927, desafiliándose en masa.
Durante la dictadura de Ibáñez, paradójicamente, se encuentra un lugar para estas ideas, llevándose a cabo la Reforma Educacional de 1928, que sólo se mantiene vigente durante un año. Ese movimiento de profesores y profesoras –como bien señala el historiador de la educación Iván Núñez- marcó el desarrollo del pensamiento en educación del siglo XX hasta 1973.
Si bien los sindicatos –prefiero ver al Colegio de Profesores como un sindicato, y no como un “Colegio” bajo el formato dictatorial- pueden ser leídos como entidades que frustran las aspiraciones de los trabajadores, en vez de lograr mejores niveles de articulación y participación, ocupan un espacio social público que hoy los partidos políticos han despreciado. Estas nuevas elecciones del Colegio de Profesores de Chile constituyen una nueva oportunidad para nuestros profesores y profesoras para pensar la política educativa desde su particular posición de maestros y maestras de aula. El desafío de siempre es intentar construir un discurso y una acción de compromiso con la transformación educativa en todos sus niveles, desde el aula hasta el sistema educativo en su conjunto. Podemos esperanzarnos y pedir un sindicato que incluya al profesorado joven, a las mujeres, a los no militantes de los partidos políticos, que se eleve éticamente sobre los intereses meramente económicos del gobierno, los partidos políticos y el empresariado.
Esta visión sugiere la defensa de un posicionamiento crítico del Colegio de Profesores al respecto de las políticas educativas neoliberales que afectan tanto al sistema educativo en su conjunto, como a las condiciones laborales de nuestro profesorado en particular.
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Foto: NERD! / Licencia CC
Comentarios
29 de septiembre
Concuerdo con el rol protagónico de los profesores y celebro que exista una organización como el colegio de profesores. Sin embargo, creo que existen complejidades en asumir a los profesores como un sindicato, y que esas complejidades son las que muchas veces acentúan las desvalorización social del profesor. Un sindicato, casi por definición, articula demandas gremiales, lo que le quita muchas veces el peso a las demandas sociales que los profesores también articulan. A la vez, le quita el peso del nombre «profesión» a la actividad docente. Por otro lado, el mismo imaginario social genera estructuras que desvalorizan la labor docente como profesión, y por tanto le otorga más valor a la organización gremial como conductora de demandas «profesionalizantes.»
Una de las intenciones que creo que un buen Colegio de Profesores podría instalar positivamente en la sociedad es el reconocimiento de la particularidad de su profesión, mediante procesos reflexivos y propositivos que se transformen en alternativas a la concepción de educación promulgada por el Estado neoliberal chileno. Ello implica que las protestas que afectan el cotidiano devenir de la nación surjan en favor de una propuesta alternativa y no únicamente en contra de la iniciativa de los gobiernos. Es una tarea muy compleja, y por cierto dignificaría la labor docente desde su seno y no mediante la imposición de valores y reformas que nacen desde otros círculos como recetas mágicas a para la solución de problemas que ni siquiera estamos de acuerdo en cuáles son.
Solo me basta decir que los profesores demuestran nuevamente el ejemplo democrático en cuanto a vivir la organización que tienen, y que ella siga siendo un espacio válido para la deliberación de la profesión a pesar de los ataques que todos los días los medios hacen de su labor. Mucha suerte y fuerza profesores y profesoras!
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17 de julio
Buenos dedas, me parece una idea fante1stica, epreso que se lleve pronto a cabo.Por cierto bfexiste posibilidad de que se amplie esta idea a otros colegios?, mis hijas este1n en el Hans Cristhian Andersen.Un saludo.