#Educación

A propósito de la evaluación docente: Réquiem por mi profesión

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En abril de 2009 publiqué el artículo que transcribo. Hoy, que la famosa evaluación docente revela que solamente el 60% de los profesores es competente o de excelencia, es bueno recordar que antes hubo una institucionalidad que formaba buenos profesores, y que esa institucionalidad fue demolida por el régimen militar.
 
Mi título profesional exacto es Profesor de Estado en Historia y Geografía. Con él he llegado a ser funcionario de la UNESCO (hoy), coordinador de la Red Latinoamericana de Información y Documentación en Educación (REDUC, en los noventas), investigador del Centro de Investigaciones y Desarrollo de la Educación (CIDE en los ochentas), Subdirector de Programación del Sector Educación de la Secretaría de Programación y Presupuesto del Gobierno Federal en México a mediados y fines de los setentas y además ejercí la docencia en el Liceo Juan Antonio Ríos, el colegio San Juan Bautista, en educación de adultos en el Instituto Laboral del Ministerio del Trabajo y PRESCLA de la U.C. a principios de los setentas.
 
El destino me sacó de las aulas: cuando llegué a México no pude seguir ejerciendo, porque no era mexicano. Sin embargo, la generosa solidaridad mexicana me llevó a laborar en Planificación Educativa en la Secretaría (Ministerio) de Educación.
 
Tengo que confesar que no fui el más brillante de los alumnos de mi generación en la Escuela de Historia de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile. Al lado de intelectuales como nuestro entrañable Lucho Moulian, Fabio Rodriguez, Franz Voltaire, Patricio Quiroga, Juan Guillermo Muñoz, por nombrar algunos, yo era "del montón". En la Escuela de Historia se nos formaba igual que los futuros licenciados en historia, con los mejores historiadores de Chile. Fui alumno de Villalobos, de Ramirez Necochea, de Héctor Herrera, de Gabriel Salazar y de Genaro Godoy. Gente de izquierda, de centro y de derecha. También teníamos clases de geografía codo a codo y con iguales exigencias que los futuros geógrafos. En Filosofía se nos había formado seriamente, al igual que en psicología. 
 
Solo en el cuarto año comenzábamos a asistir al Instituto Pedagógico. Los dos últimos años abordábamos los temas de pedagogía, filosofía de la educación, metodologías, didácticas, evaluación, estadísticas educativas, y electivos como audiovisuales, didácticas especiales, dominio de voz, etc. Después se exigía un seminario de tesis, una práctica supervisada y solo entonces podíamos recibir el título: Profesor de Estado con mención en alguna especialidad.
 
En suma: nos formaban especialistas, expertos. Aún cuando nosotros no fuésemos a ejercer como especialistas o expertos. La formación recibida nos permitía seguir aprendiendo sobre historia o sobre geografía, a lo largo de los 30 años que duraría la carrera.
 
El título de Profesor de Estado dejó de existir cuando las autoridades educativas del régimen militar terminaron con el Instituto Pedagógico y la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile. Nuestra "alma mater" murió en silencio. No podía ser de otro modo en una dictadura militar. Las autoridades de la época señalaron que la docencia sería asunto de institutos profesionales y no de universidades. El retorno de la democracia de los acuerdos y de "lo posible", no volvió a instaurar la facultad ni el Instituto. Se logró reponer el carácter universitario de la carrera, pero no la formación de Profesores de Estado, un anacronismo para la sociedad de mercado. Además, existía ya una Universidad Pedagógica, la UMCE, y no era posible la vuelta atrás. Ahora, el 2009, cuando el Instituto Pedagógico hubiese cumplido 120 años, el artículo 46 de la Ley General de Educación completa el desmantelamiento.
 
Me enorgullezco y me enorgulleceré siempre de ser Profesor de Estado. De formar parte de las generaciones de profes/humanistas que hicieron florecer, desde el Liceo, la breve primavera democrática, libertaria y laica que vivió el país entre 1938 y 1973. De aquéllos hombres y mujeres que formaron -desde 1889 en adelante- a la clase media chilena, a sus médicos, a sus abogados y abogadas, a sus ingenieros y todos los/las demás profesionales que hicieron grande al Chile democrático. Ese Chile no se dio por casualidad. Fue plasmándose generación tras generación en las manos de los profesores y profesoras en los Liceos.
 
Ahora, las fuerzas pro-mercado que postularon el lucro en la educación subvencionada chilena, están creando una de las condiciones esenciales para lucrar: una base amplia de mano de obra no calificada, des-profesionalizada. Competencia, fragmentación en cientos de instituciones, un Estado sin "ideología", al servicio del mercado. No hay epopeya, no hay grandes narrativas ni aspiraciones. Para las minorías, los sentidos los aportan el Opus Dei y los Legionarios. Para las mayorías, la necesidad de trascendencia se alivia con el carrete, la tele o el fútbol. 
 
Antes de 1973, en cada diciembre los muchachos y muchachas más pudientes en los colegios privados temblaban al escuchar los pasos de los examinadores provenientes del Instituto y del Liceo: esos hombres y mujeres severos, seguros de su saber y orgullosos de ser los testimonios vivientes de la existencia de un Estado que -por sobre la riqueza y las relaciones-, por encima de las oligarquías, garantizaba un sentido de igualdad, libertad y fraternidad para todos los chilenos. Y por si eso fuera poco, también garantizaban que la enseñanza impartida en los colegios privados tuviese -al menos- la misma calidad con que se entregaba en los Liceos.
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Comentarios

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gabmarin

30 de marzo

Una primera lectura de su columna, no puede generar más que adhesión.

Pero cuando entramos en una segunda lectura, o empezamos la lectura entre líneas, empiezan a surgir los claroscuros de un pasado que se ha idealizado.

Solo por poner un ejemplo, siguiendo uno de sus argumentos, podríamos concluir que en esa brillante pero efímera etapa de nuestra República que va de 1938 a 1973, se formaron esas generaciones que llevaron al colapso de nuestra democracia. De esa clase media ilustrada surgieron revolucionarios que llamaron al levantamiento armado (sin tener armas) y torturadores que después los reprimieron. No quiero me confunda, don Alfredo: sé que no se puede responsabilizar a los profesores de estado de algo que iba mucho más allá de ellos mismos. Mi invitación es a que no idealicemos el pasado, porque -aunque usted no lo crea- las soluciones a nuestros problemas presentes están -extrañamente- en el propio presente.

31 de marzo

Gabriela: Hasta donde yo sé, hubo Profesores de Estado torturados y desaparecidos; y no hubo torturadores. Pero al margen de lo personal y lo profesional, el artículo busca relevar que la institucionalidad que hizo grande a la educación chilena, que formó a una clase media ilustrada, laica, democrática, fue demolida y que desde esa discontinuidad arrancan los problemas de la calidad de la educación, incluyendo los de formación de profesores. Pero tienes razón: esa clase media no estaba satisfecha con la democracia, ni con esa República. Esperaba -esperábamos- que el socialismo en sus versiones cubana o soviética, nos llevaría al paraíso. Aprendimos dolorosamente que no hay paraísos.

gabmarin

31 de marzo

Don Alfredo, yo no he dicho que hayan habido profesores de estado que hayan sido torturadores.

Mi comentario apuntaba a que pese a la excelencia en la formación de los docentes y a como estos contribuyeron a la formación republicana de una clase media ilustrada, fue esa misma clase media una activa participante en la violencia política de nuestro país que colapsó el 73 pero cuyas consecuencias se extendieron hasta 1990. No sé si logro hacerme entender, pero ese cuerpo docente que usted tanto ensalza no fue capaz de evitar (o mitigar) desde las aulas la polarización de nuestro país.

Reitero: sé que las causas más profundas de esa polarización no son adjudicables a la educación y tienen que ver con un modelo productivo y social muy atrasado en comparación al desarrollo político que tenía a Chile, que era tenido por modelo de democracia en el continente en aquella época.

31 de marzo

Gabriela te contradice notoriamente, por una parte señalas «ese cuerpo docente que usted tanto ensalza no fue capaz de evitar (o mitigar) desde las aulas la polarización de nuestro país». Pero por otra parte acotas que la polarización no es adjudicadle a la educación.
Desde mi punto de vista el colapso que sufrió la democracia con el golpe artero que ejecutaron las fuerzas armadas, se gestó desde la derecha oligarca asociada con el gobierno de Estados Unidos, no hay que olvidar la gran cantidad de recursos que el monstruo del norte invirtió para derrocar el gobierno democrático de la Unidad Popular.
Finalmente, dices «no idealicemos el pasado, porque -aunque usted no lo crea- las soluciones a nuestros problemas presentes están -extrañamente- en el propio presente.». Cuando los índices demuestran cada vez más fehacientemente que la Educación municipalizada ha fallado rotundamente y que la privatización de la educación iniciada por pinochet y sus esbirros es una realidad aterradora, cómo no pensar en ese pasado donde la educación laica y estatal, era de tal calidad que supervisaba a los establecimientos privados de las elites chilenas, tal vez mirando ese pasado, podamos encontrar las soluciones a un problema que nos afecta a todos y cada uno de los chilenos .
Y es que esta formación para la masa, generadora de mano de obra barata y desinformada ha llevado a nuestro país a tener índices de desigualdad espantosos, a tener una democracia elitista y vigilante, hemos ido perdiendo más y más espacios para que las ideas más solidarias en lo social colapsen ante las libertades del mercado.
No me gusta este Chile que pertenece a unos pocos y donde la gran mayoría debe conformarse con lo que chorree desde las alturas, adormecidos y atontados con la televisión basura y discursos conservadores religiosos.
Espero que desde una educación de calidad podamos revertir esta situación, para eso el estado (que somos todos nosotros en definitiva), debemos hacernos cargo de la formación de nuestras niñas y niños y no dejarlo en manos de un mercado indolente y salvaje que poco le importa una sociedad pensante, mientras se profite y existan ganancias todo bien.
La Educación no es ni debe ser un negocio.

Pedro Leyton

02 de enero

Amigo, quisiera hacerle una salvedad: qué es eso de «Para las minorías, los sentidos los aportan el Opus Dei y los Legionarios». Yo también estudio Pedagogía en Historia, Geografía y Ciencias Sociales. Y, de verdad, no le creo todo su «rollo» estatista y democrático. Parto de la base que las cosas no van mejorar sustancialmente sino superficialmente, por tanto, trato de mantener las cosas como están: no por opresión a las personas sino para no perder lo que tenemos. Ya que, no nos vaya a pasar la fabula del perro que perdió su hueso ¿la conoce? y de verdad, en mi corazón como le digo no creo que las cosas vayan a cambiar como dicen ustedes o como piensan que deben ser. Por eso cuando lo leo veo aun hombre que todavía vive ilusionado con un mundo que cada vez mas nos damos cuenta de lo irrealizable que es.

07 de agosto

Si no innovan por supuesto pero sabemos que lo harán…

«Reforma a la educación ¿Burocrática o del nuevo milenio?» http://elquintopoder.cl/?p=47848 #5poder vía @elquintopoder

Por Omar Villanueva Olmedo DIrector OLIBAR ASC

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