Aún cuando el Gobierno ha decidido poner frenos al debate tributario, como efecto de las divergencias que existen al interior de la coalición gobernante, lo cierto es que el debate se ha desencadenado. Al amplio malestar social respecto de la educación y de la salud se suman ahora las malas perspectivas en materia previsional. Estimaciones muestran que quienes reciben el salario promedio (en torno a 500 mil pesos) y que presentan contribuciones continuas accederán con suerte a una pensión menor de 200 mil pesos. El Estado deberá contribuir para llevar esas pensiones a los mínimos establecidos por la reforma previsional del 2008.
La falta de recursos fiscales para la investigación y desarrollo tecnológico se expresa también en el estancamiento congénito de la productividad. Sólo economistas cercanos a Libertad y Desarrollo, la UDI y parte de RN no reconocen la necesidad de una reforma tributaria. El propio Pablo Longueira considera indispensable aumentar los ingresos tributarios.
Pero no basta con aumentar la recaudación. La estructura tributaria es regresiva: los pobres pagan proporcionalmente más que los ricos. Es por ello, que la distribución del ingreso, es aún más desigual después que se consideran los impuestos que pagan los distintos grupos de la población. En los países desarrollados ocurre exactamente lo contrario. Después de impuestos, la distribución del ingreso notablemente más igualitaria que en Chile, mejora sustancialmente. Más aún, la estructura tributaria chilena subsidia a los grupos de más altos ingresos.
Al respecto abundan los mitos. Se dice que los países de la OCDE tenían el mismo nivel de impuestos que Chile cuando tenían un ingreso per cápita de US $ 15.000. La realidad es distinta, mientras Chile alcanza una carga tributaria de 20% (incluidas las cotizaciones de seguridad social) con US$ 15.000 per cápita Alemania tenía 24; Austria 26; Canadá 27, Finlandia 29; Nueva Zelandia 38 y Dinamarca, 40%. Se dice también que la estructura tributaria que tenemos es eficiente. No obstante, al no aplicar impuestos razonables para captar la renta económica que deriva de nuestros recursos naturales ni cobrar por la polución que generan las industrias sucias favorece el capital físico, industrias intensivas en RRNN y desincentiva inversión en capital humano e intensivo en conocimiento. Un tercer mito es que un aumento impuesto a empresas, reduce la inversión. Bustos y Engel, han probado que ello no es así ni teórica ni empíricamente.
En este contexto, es indispensable asegurar el incremento gradual de la carga tributaria hasta alcanzar en los próximos cuatro años una recaudación adicional de 3 a 4 puntos del PIB. Al mismo tiempo, es necesario reducir las cargas tributarias sobre los grupos de menores ingresos. Con esos objetivos, se debe subir la tasa de primera categoría a un 25% y aumentar el impuesto adicional, del 35% al 45%, o aplicar el 20% a las utilidades devengadas, terminando con el FUT. Ello permitirá avanzar significativamente en la reducción de la evasión y elusión del impuesto a la renta, que se ha cuantificado en cerca del 45% de la recaudación efectiva.
(Texto escrito en colaboración con Francisco Vidal)
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