Uno de los argumentos más utilizados por ciertos actores para resistirse a algunas de las reformas impulsadas en el actual gobierno, tiene relación con el aumento de la incertidumbre. A la vez, estos mismos actores son quienes defienden públicamente la libertad a las personas para emprender, acusando que estas reformas atentan contra este principio. Existe la falsa premisa de que la institucionalidad actual, o parte de ella, entrega certidumbre general, necesaria para la economía y para mantener la libertad de emprendimiento y de elección de las personas.
Bauman plantea con mucha razón que la autonomía real empieza donde termina la certidumbre y tenemos pruebas claras de esto: los inversionistas en todo el mundo exigen esta libertad o autonomía para que nada sea predecible en los mercados y cualquiera pueda ganar, para que el mercado funcione. Una mayor desregulación es el ideal que persiguen los más extremos libertarios económicos, la caída de las barreras que les impiden navegar más profundamente en las aguas de la incerteza de los mercados.La jerga económica llama a esto un trade off: incertidumbre para las personas, a cambio de certidumbre en la existencia de mercados. La certidumbre y libertad de esta realidad está en manos de los inversionistas. El discurso dominante para perpetuar esto es que los “consumidores” gozamos así de la libertad de elegir.
El juego de los inversionistas es tratar de adivinar o predecir en base a información dispersa, donde estará la próxima ganancia. Es más, mientras mayor es el riesgo, mayor es el retorno esperado a la inversión, a expensas por supuesto de las probabilidades de perder su dinero.
Por otra parte, existen los trabajadores o el denominado capital humano, el mercado del trabajo como también se le llama, el cual forma parte y es afectado en las transacciones diarias de los mercados nacionales e internacionales. Aquí la incerteza es respecto al valor que tendrá un trabajo el día de mañana, debido al próximo invento, pues de otra forma no sería posible especular sobre la base de tasas de empleo, escolaridad y otras variables similares que utilizan los inversionistas para tomar sus decisiones.
Lo que podemos observar hoy, a partir de los elevados niveles de concentración del poder económico y político en Chile (y en el mundo), es que este juego funciona para esos inversionistas libres. Sin embargo, a cambio de esto tenemos que la mayoría de la sociedad vive constantemente en la incertidumbre, donde el trabajo, la educación y la salud, por nombrar lo más conocido, en cualquier momento pueden faltar sin que exista una red de protección suficientemente fuerte. Si no existiera esta incertidumbre social, por ejemplo, el mercado de los seguros simplemente no existiría.
Podemos constatar sin profundizar demasiado que existe una serie de certidumbres y libertades de acción para un porcentaje menor al 1% de la población, donde se ubican los dueños de las mayores economías y el poder político, que les permiten decidir sobre las personas sin miedo a que esto los mueva de su posición de privilegio. Al otro lado está cerca del 70% de la población con ingresos inferiores a los 400 mil pesos.
La jerga económica llama a esto un trade off: incertidumbre para las personas, a cambio de certidumbre en la existencia de mercados. La certidumbre y libertad de esta realidad está en manos de los inversionistas. El discurso dominante para perpetuar esto es que los “consumidores” gozamos así de la libertad de elegir. Tomemos como ejemplo los fondos de pensiones, donde podemos elegir entre 5 letras según el tipo de riesgo, mientras que al interior de cada letra estos fondos son invertidos por otros agentes, capacitados para navegar en la incertidumbre de los mercados. No existe en realidad la posibilidad de autodeterminación porque se considera al individuo incapaz de lidiar con su propia libertad. Por ejemplo, parece ridículo o populista plantear préstamos desde las AFP a una tasa mejor que la bancaria, generando a la vez un mejor un retorno para las pensiones que el obtenido hasta ahora.
No estoy diciendo que las reformas de este gobierno estén bien planteadas o que su aprobación permita cambiar este escenario; sin embargo, desde la sociedad civil hay un evidente anhelo reformista que posibilite un mínimo de certidumbre para los trabajadores y sus familias; es decir, para a los seres humanos que componen el «mercado laboral». Certidumbre en temas como la posibilidad de estudiar pese a que el hogar no pueda financiar los elevados costos de la educación, certidumbre de no morir de hambre cuando se jubilen, certidumbre de no morir en una sala de espera por atención de salud. La lista de certidumbres que la sociedad pide hoy es larga e interminable. Es el contrapeso natural a la incertidumbre que hoy existe en la vida de la mayoría de la población.
La libertad de decidir a dedo quién entra y sale de su club la seguirán teniendo, pese a lo dañino de esta endogamia social. Este académico de Harvard lo dice, no yo. A cambio, solo estamos pidiendo migajas, seguridades mínimas, pero sobre todo dignidad humana y respeto. No somos números, somos personas y no una variable transable en los mercados. Simplemente hay cosas que no son transables, aunque hoy lo sean.
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