El Club México, emblemático lugar del boxeo chileno fundado en agosto de 1934 por iniciativa de entusiastas vecinos, está ubicado en la actualidad en San Pablo con Manuel Rodríguez, en pleno centro de Santiago, fue construido en 1963 con aportes del gobierno de Chile y México. Pero esta columna, más bien en primera persona, no trata de la historia de este notable Club, sino más bien de un trabajo de observación, en medio de un lugar de encuentro multicultural en el convergen todas las clases sociales de la capital. He visitado el club por sus veladas en repetidas ocasiones, de manera muy particular prefiero siempre el boxeo amateur, así me informo como van las diversas escuelas de la capital y algunas de provincia que de vez en cuando están incluidas en la velada de la noche.
Específicamente esta columna trata de la velada de boxeo profesional del 1 de julio, que es todo un acontecimiento, ya que para la ocasión se venden los sectores de ring side y la habitual galería. A pesar de lo glamoroso del ring side, esto es alrededor del ring, pero prefiero siempre la galería, por un tema de observación de la totalidad del cuadrilátero y porque mi afición por la fotografía, me permite captar el ángulo que yo espero del combate desde cierta distancia. La entrada al Club siempre es sorprendente, parece un viaje de vuelta a 1950, que de manera sorprendente se mantiene como si los años no hubieran pasado desde ese lejano 1963, no importa cuántas veces asista, siempre me impresiona. Luego de ubicarme en un lugar adecuado para la fotografía y probar varios filtros de iluminación, me siento con mi libreta a anotar los combates que van venir y realizar una tabla para los respectivos puntajes. Me fijo que mi tarea es sumamente extraña, ya que muchos corren a comprar completos, otros se sacan fotos, como trofeo de una real noche de “turismo social”, a mi lado se sientan seis hombres adultos, que a todas luces jamás han estado en un club de boxeo proletario como el Club México o el centenario Club Huemul de barrio Franklin, se sientan como si del cine se tratara, a mis espaldas una pareja que viene a mirar a sus amigos que subirán al ring y en los peldaños más altos, furibundos aficionados de San Joaquín, quienes alentaran a sus defendidos hasta el final, alegando contra todo tipo de resultado, real o imaginario, sin duda ese si es público más habitual del boxeo en Santiago Centro.El ring parece ser simbolismo de una sociedad civil reunida, que durante ese instante no tiene conflictos ni diferencias, solo reunidos para disfrutar del espectáculo.
En el ring side se posicionan, unos platinados asistentes, no muy comunes salvo cuando pelea el “Aguja” González, que parece ser el héroe de todos los asistentes. Pero no me adelantare al clímax de la historia, si bien dije anteriormente el Club parece un viaje a 1950, el reggaeton de fondo nos recuerda que es 2016 y de hecho está muy actualizado, se entiende que más allá de prejuicios snobs, que es la música juvenil del momento y las galerías y los púgiles están rebosantes del juventud, por ende es la música indicada. También se pasean los siempre impecables jueces y árbitros, quienes como si de un ritual se tratara, se colocan sus impecables camisas blancas y humita, listos para mantener un combate singular en regla y la máxima caballerosidad posible. Pero cuando es noche de boxeo profesional y más aún cuando combate Miguel “Aguja” González, las cámaras del CDO, llenan el recinto y lo hacen ver como si un espectáculo digno de Las Vegas, a decir verdad, le quitan parte de ese sabor proletario que tanto tiene el boxeo, sin embargo, es parte de esta noche.
El Club está lleno por todas las clases sociales, los aristócratas a mi lado, quienes bromean como “esto parece wi” y o yo le voy al rojo como si fuera el hipódromo y estuviéramos en 1920, a mi espalda los furibundos hinchas de San Joaquín y los eruditos como yo, que disparan sus cámaras y anotan puntajes acuciosamente. El club nos reúne a todos, pobres y ricos, estudiosos y neófitos, hinchas y bufones. El boxeo parece tener esta particularidad, durante la década de 1920 el presidente Arturo Alessandri no se perdía ninguna velada en los Campos los Sports, hoy aun parece ser así, es verdad hoy la clase alta acude por ver al “profesional”, rara vez se ven en las simples veladas amateur, pero, aun así por ese breve momento, todos disfrutamos de lo mismo.
Los combates
Llego el momento esperado, los combates, que empiezan con dos púgiles de Santiago Centro quienes arremeten con violencia, en un combate a corta distancia que siempre es difícil, a esa distancia el intercambio es inevitable, los boxeadores se juntan en el centro del ring e intercambian golpes cortos y muy potentes, dando la imagen a los neófitos de ser un espectáculo de violencia pura, sin embargo nada es más lejano a la realidad, el combate a esta distancia es duro y un enfrentamiento mental, mirando espacios en la defensa y reaccionando en décimas de segundo para poder contragolpear con fuerza. El público se exalta ante el despliegue de fuerzas, los siguientes combates entre debutantes, dan cuenta de algunas falencias como el poco acostumbramiento a los golpes, el mal estado físico y algunos enfrentamientos no muy caballerescos. Sin embargo, la velada amateur logra dar al público lo que vino a buscar la emoción de ver esos encuentros con volumen de golpes sólidos y lucha en el ring. Lo interesante ocurre entre rounds, en donde los comentarios van desde la primera impresión de quienes visitan por primera vez el Club y quienes comentan el intercambio y los posibles giros estratégicos de la esquina. El público si bien se enardece durante los encuentros, en la pausa se acomodan, suena el reggaeton a gran volumen y acuden a comprar completos, todo con gran cordialidad, incluso se ve el consumo de cervezas, pero todo en un ánimo de compartir y sin ningún incidente, llama la atención como el ring parece ser simbolismo de una sociedad civil reunida, que durante ese instante no tiene conflictos ni diferencias, solo reunidos para disfrutar del espectáculo.
Pero aún quedaba noche del gran espectáculo, la pelea profesional entre Miguel Aguja González y Edgar “Cholulo” Martínez de México, la entrada de ambos púgiles se realiza con gran pompa, la estrella del Club, el “Aguja” es recibido con vítores. El combate demuestra desde el segundo asalto la superioridad absoluta del local, quien da una verdadera clase de desplazamientos y golpes precisos con gran velocidad, que sin embargo parece no afectar a su rival, pero el daño se va acumulando y el público lo va notando. Durante el combate, el silencio se apodera del encuentro, interrumpido solo por gritos esporádicos de aficionados, quienes apoyan al “Aguja” con vehemencia y quienes se burlan del físico de su rival que realmente se veía muy bajo de peso, una de las cosas más bellas del boxeo en esos instantes en que solo se escuchan las botas, dando saltos breves sobre el ring y los golpes secos de los guantes cuando conectan algún golpe. La velada termina con un triunfante Miguel Aguja González, con clara superioridad por puntos, mediante a una brillante presentación ante un rival que no estaba a su altura, pero esto es solo un detalle, el público lo vitorea, los más asiduos al club ya sabemos que era una velada de “calentamiento” para combates posteriores, y los visitantes platinados que de seguro no se volverán a venir muy seguido, lo consideran un combate sin igual. Así termina una velada, con un público a veces acalorado, pero siempre respetuoso, es curioso como en el mismo lugar convergen practicantes, socios del club, aficionados, eruditos, visitantes primerizos que asimilan todo como si fuera un juego de x box. El Club México en particular, demuestra ser un excelente lugar de reunión de la interculturalidad presente en Santiago, en un deporte en que el hambre de ganar manda.
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