La roturas agudas en el tendón rotuliano son producidas por factores como sobrepeso, deportes de salto, carrera, contacto, alterofilia, musculación excesiva y el uso reiterado de esteroides anabolizantes, que debilitan el tendón, pudiendo -de esta forma- favorecer esta lesión.
Ronaldo, el viejo y querido Ronaldo, el de verdad -como dijo alguna vez el odiado Mou- sufrió de esta lesión dos veces en su rodilla derecha y una vez en su rodilla izquierda. El 9 absoluto y por antonomasia, la sufrió por primera vez en su estada en el Inter. Todos los futboleros de alcurnia y los de menos peso también, tenemos la imagen de su segunda rotura. Esa en que va esquivando, amagando, frente a Couto de la Lazio, en carrera, derecha por arriba de la pelota, izquierda por arriba de la pelota, el slalom fatal de Ronaldo en su ataque frontal al arco, cuando sólo podía detenerlo un escuadrón de infantería armada. Tenemos la imagen de él desvaneciéndose desde los pies, desde la rodilla y cayendo, desplomado a tierra. La imagen es horrible: Ronaldo tirado en el suelo, tomándose la rodilla, bramando de dolor. Mientras, el cuadro a cuadro mostraba cómo su pierna se partía en dos, desconectada del muslo.
El rengo Ronaldo fue lo que quedó después de la sobre exigencia física provocada por la brutalidad mercantil de quienes regentan el fútbol.
La memoria infinita de los recuerdos futboleros nos emparentan con el pelado dientudo. Por allá por el verano del ´93. Ese verano supimos que había competencias infantiles sudamericanas y una pila de cabros chicos «güenos para la pelota», donde Poli, Rozental, Tapia, Lobos y un enorme Manuel Neira, sacaban la cara por el fin del mundo, pasaban a la ronda final y quedaban segundos tras Argentina a quien se le pudo ganar en el partido final, pero –como siempre ocurría en esos años- nos empataban en el último minuto. En ese Sudamericano jugado en Colombia, donde los nuestros no tenían ni agua caliente, Chile dejó fuera del mundial de Japón (el recordado mundial de Japón, si ese mismo) al mismísimo Brasil, y en ese Brasil jugaba un flaquito con la 9: alto, algo torpe, de incisivos voluminosos, con el pelo corto. Se llamaba Ronaldo Luiz Nazario de Lima. Por esos años lo apodaron Ronaldhino. Hizo cinco goles en el Sudamericano, Manuel Neira hizo seis. Increíble, pero cierto.
Ese mismo flaquito, alto, desgarbado, de dientes grandes, pero sobretodo delgado, en ese mismo año de 1993, en octubre, con aún 16 años, encajaba 3 goles a Colo-Colo en la desaparecida Supercopa, en el potrero de diez hectáreas que era el estadio Mineirao. Se dice que Pedro Reyes ha vuelto a esa cancha buscándolo, pero aun no da con él.
No recuerdo un centro delantero más completo que Nazario de Lima. Rápido, potente, encarador, cabeceaba, pateaba con ambas piernas, claridad absoluta para definir a los palos, y resolutividad a toda prueba. Como alguien dijo por ahí, “un tanque con los pies de Fred Astaire”. Las nuevas generaciones pueden revisar sus goles en youtube (no es afán de esta columna detenerse en la magnitud de Ronaldo, si no más bien detenerse en su desgracia).
El fútbol, devenido en el mayor negocio de entretenimiento mundial, tiene un costo altísimo para algunos. Más al fondo de las copas, de los flashes, del oro plástico, de los zapatos dorados…más al fondo, más en lo profundo de estos millonarios prematuros -como bien los describió «Bielsa el sabio»- existe una explotación salvaje de los talentos deportivos. Una explotación que se muestra abierta en las rodillas de Ronaldo. El largo y flaco delantero de los primeros años, fue mega desarrollado en musculatura en sus primeros años en Europa, dada la necesidad de elevar la productividad, que se traduce en minutos de juego en cancha y en la exigencia propia de los tres torneos obligatorios de la alta competencia europea y en el magro deber de rentabilizar el capital a costa de (literalmente) inyectarle recursos a esa inversión. De aquel adolescente, Ronaldo pasó a ser un campeón griego, un boxeador de peso completo. Dueño de un juego de muslos digno del personaje de un cómic. Otra vez la vivencia de la televisión, el cuadro a cuadro nos muestra un animal llevándose a medio equipo del Celta de Vigo, colgado de la camiseta blaugrana, sin que pudieran detenerlo, en una carrera imposible, en un embalaje sobrenatural. Eso, ese monstruo, ese desarrollo muscular no era normal y por sobretodo no era sostenible por el aparato osteoarticular del jugador. Era una cosa de tiempo, que aquellos cuádriceps femorales terminaran por arrancarle algún tendón al flaquito que yacía tras la armadura fibrosa construida por los evolucionados fisioterapeutas europeos. Y el tiempo, eternamente implacable, arrancó de cuajo el “trabajo-muscular-desarrollado-por-los-prodigiosos-kinesiólogos-europeos”, siempre atentos a desarrollar nuevas técnicas que permitan rentabilizar mejor la inversión, perdón, que permitan un mejor desarrollo deportivo de sus jugadores.
El cojo Ronaldo no estuvo ni cerca de ser lo que fue después del paroxismo frente a la Lazio. El rengo Ronaldo fue lo que quedó después de la sobre exigencia física provocada por la brutalidad mercantil de quienes regentan el fútbol. Podrán decir que el gordo Ronaldo no fue obligado bajo pena de tortura para acceder a la planificación física, que estuvo de acuerdo y que ganó dinero en cantidades obscenas mientras duró su carrera deportiva, que era un adulto consciente de lo que hacía. Empero, ¿cuánto realmente de escuela, tienen las escuelas de fútbol? El mal llamado «fútbol formativo» ¿es realmente formador de jugadores de fútbol? En esas bases de proyección de jugadores, en donde la mayoría son niños y adolescentes, cuya mayor oportunidad es salvarse de la pobreza ¿se le enseña algo más aparte de disposiciones tácticas, ejercicios físicos, dribbling y control del balón? ¿Existe un cuidado en el desarrollo de capacidades alternativas de los niños “Chico Terry”? Dicho de otra forma o para entender el contexto ¿el adolescente Ronaldo, supo alguna vez que el excesivo desarrollo muscular al que era sometido determinaría para mal y para siempre su carrera, acortándola de manera drástica y severa?
Casos como los del 9 brasileño, tenemos cerca: Salas con la rodilla fuera de su eje, es un ejemplo de lo mismo. Cabe preguntarse, entonces, ¿cuál es la razón de la existencia de las escuelas formativas, o no son más que fábricas de carne por donde miles de adolescentes son transados según peso, estatura, rango etario, etnia o continente al que pertenecen?
El fútbol no puede estar ausente de lo que denominamos «sistema», de lo que denominamos «mercado». Es este sistema y su mercado quienes transformaron al balón en salvajismo puro, donde los futbolistas son bestias bien alimentadas, pero que parecen carecer de discernimiento.
Habrá algún lector detractor de esta columna. Se oirá el alarido reaccionario. Pero el fútbol y sus jugadores no existen en una burbuja exenta de los dolores y padecimientos de la existencia actual. El capitalismo y la soberbia energúmena de sus postulados, no pueden sino pervertir el normal funcionamiento de todo lo que toca, de todo sistema o círculo que roce el flujo del dinero.
Como si fuera un método combinado de extracción y cultivo, el desarrollo de esta enorme e infinita fábrica de carne provee de musculatura y talento a los miles de espectadores que miran este mal llamado deporte todas las semanas, domingo a domingo, dejando las entradas y los abonos televisivos en los inmortales bolsillos de quienes muerden el sudor de nuestro trabajo.
Habrá que preocuparse de la obnubilación del dinero futbolístico o habrá que regir mejor dicha fábrica que moldea y tritura el cuerpo de nuestros campeones. El mercado hablará, eso es seguro.
—
Foto: que.es
Comentarios