Dedicada a Carlos Gahona Chavez y la vida redonda que me diste.
Recibió la pelota de un saque lateral, desde la derecha, le llegó el balón al pie, un botecito previo no fue problema alguno para su zurda. Control de izquierda, cabeza levantada, acelera la pelota con la derecha, con el gesto propio de los que saben, que es empujar el balón con una porción del pie que está entre el empeine y el borde externo.
Al segundo toque apareció el primero, siempre con la cabeza levantada, sin mirar la pelota, buscando a quien dársela. Con un movimiento de ballet, borde interno del pie derecho, el balón hacia adentro, hacia el centro de la cancha, afuera el primer adversario. Lleva la pelota pegada al pie, la cancha no es pareja, pero la pelota no se arranca, el Carlos trota, viene el segundo y engancha hacia afuera, en un toque corto, para -en un segundo movimiento en la misma jugada- apurar el balón, con un toque suave y efectivo, en línea recta. La pelota gira un poco más rápido, a la velocidad que le permite el cuerpo y los años, va lanzado. Cabeza en alto, siempre altivo, midiendo la cancha, buscando al compañero que pasará por su espalda para ganar la línea o esperando la diagonal del delantero, para dejar caer la pelota en el punto de encuentro con la cabeza, en algún lugar del área o a la espera del pase corto al medio, para la llegada destapada de un segundo volante. Nada de eso pasa o pasará, de todas las posibilidades, elige una. En carrera, a un metro de entrar al área, con dos rivales dejados atrás con elegancia y con un tercero corriendo en diagonal hacia él. El Carlos, apoya el pie izquierdo firme en el pasto, rota el cuerpo, lo acomoda para patear, ya miró al arquero y con el borde interno del pie derecho, dispara fuerte, seco y recto para que la pelota entre ajustada, raspando el poste, en el ángulo inferior izquierdo del portero. Que se lanza, pero que no llega. Después, la pelota entra, se da media vuelta para volver al centro de la cancha, los compañeros llegan a abrazarlo, el Carlos ríe y se da vuelta para mirar a un niño que está detrás del arco.Esto es el fútbol para mí. Es mi viejo y yo desde los pañales. En la cancha a un costado mirándolo, es nosotros en el estadio, peleándonos por resultados y estadísticas frente al televisor, es él callándome. Y no me dejó su militancia cruzada, discutida de todas formas posibles, desde la futbolística hasta la política. Pero me dejó la otra militancia, la que sirve e importa.
Es un partido amateur, de liga empresarial. Yo tengo diez u once años y acabo de presenciar el gol más bello en la historia del fútbol, en ese momento exacto no lo sé, no lo concibo como tal. Porque es un partido más de los que juega el Carlos, como cualquier día sábado. Mi viejo, jugando en los viejos crá, “galleteando” un tiempo en segunda y otro en primera. Tiene cuarenta años, trabaja en la línea de producción de ampolletas de la Phillips, en el histórico cordón industrial de cerrillos. Es una pega pasajera que lo saca de una cesantía, pero que no durará muchos meses más. Es sábado y mi papá solo piensa en la cancha y como toda mi vida yo lo miro jugar.
Y lo seguí mirando hasta años después en que la adolescencia, la rebeldía y los portazos nos alejaron un poco. Yo no supe, hasta hace poco que ese gol, era el gol de mi vida. Que ese es el gol, en que puedo decir «yo estuve allí». Porque los años, la distancia de su muerte y lo borroso que se vuelve todo recuerdo del Carlos, no permitían aclarar la importancia de esa pelota pegada al palo. El ocho que imitaba en juego y movimientos a su ídolo “chamaco”, ese sábado me dedicó ese gol. Al término del partido, yo lo esperaba a la salida de la cancha y caminamos juntos al camarín. Te vi detrás del arco y le pegué ahí, me dijo. Ni antes, ni después, solo ese sábado, en ese partido, me dedicó ese balón puesto en un rincón.
Esto es el fútbol para mí. Es mi viejo y yo desde los pañales. En la cancha a un costado mirándolo, es nosotros en el estadio, peleándonos por resultados y estadísticas frente al televisor, es él callándome. Y no me dejó su militancia cruzada, discutida de todas formas posibles, desde la futbolística hasta la política. Pero me dejó la otra militancia, la que sirve e importa. La pertenencia al juego, a la belleza inexplicable de un pase profundo que se mueve en comba. La pertenencia al colectivo, al partido que se juega semana a semana y que siempre es un mismo juego interminable. Pertenecer, ser parte más allá de la pelotudez de las camisetas de cincuenta lucas, que nos obligan a comprar para sentirnos parte de una tontera inventada bajo el nombre de planeta fútbol. Eslóganes pre-fabricados para transformarnos en consumidores de ropa deportiva. Pertenecer al balón que gira y que se pierde tras la línea de gol.
El fútbol es el Carlos, es ese gol dedicado, en ese sábado que pensaba que nada pasaría, pero que mi papá lo dejó clavado en la memoria. Como esa pelota interminable que no deja nunca de entrar y que no se pierde ni en el fondo de la red, ni en el tiempo oscuro de la ausencia.
Comentarios
30 de marzo
Gracias por mantener la memoria viva de tu padre; que el golpe no nos mate la pasión y alegría de muchos/as que lucharon por otro mundo posible, que no les quiten la humanidad! !!! Un, dos, tres por mí y por todos mis compañeros!
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