Lo hermoso del fútbol, lo que probablemente amamos los fanáticos del fútbol, seguirá siendo intrínsecamente propio de esa dinámica, cada vez más impredecible, que se da durante noventa minutos. Es lo que la FIFA no nos puede quitar.
Todo en este campeonato mundial de fútbol ha sido un poco sorprendente. No sólo la vergonzosa derrota de Brasil ante Alemania (el Mineirazo), que quedará en la historia como una demostración más de que en el fútbol no hay espacio para la lógica. O que las lógicas están cambiando.
La lógica decía que países como Chile o Costa Rica tenían escasas posibilidades de sobrevivir a la primera fase de la cita en Brasil, porque sólo había cuatro plazas para repartir con Italia, Inglaterra, Uruguay, España y Holanda.
Según la lógica, aún en su disminuido nivel, el Scratch era el candidato natural para llevarse la Copa, organizada en su casa; y no debió padecer tanto frente a un equipo como el chileno, que -además de una mayor cuota de respeto- no ha ganado absolutamente nada en el concierto futbolístico internacional.
Y es que la misma lógica que auguró que el descontento del pueblo brasileño se esfumaría con el comienzo de la fiesta del fútbol, excluía un 7-1 de las cartillas de apuestas para una semifinal.
Para remitirnos a lo estrictamente futbolístico, probablemente este mundial marcará un punto de inflexión sobre lo que podemos «esperar» (o no) en los campeonatos futuros. Los resultados de la primera fase, con algunas de las principales potencias eliminadas por selecciones que en el papel aparecían mucho más modestas, ayudará a que se vaya desdibujando esa carga funesta que ha tenido por décadas la tómbola de la FIFA, en la que la suerte de los participantes podía vislumbrarse con meridiana exactitud seis meses antes del partido inaugural.
En sus más de cien años de historia, la FIFA se ha empeñado en vestir su reputación con un manto de proteccionismo, parcialidad y falta de transparencia, en el que la danza de miles y miles de millones de dólares que involucran sus actividades ha servido como condimento perfecto para las especulaciones y las sospechas respecto a la influencia de las federaciones más poderosas. Por eso es una gran paradoja que la dinámica propia de la industria terminara generando las condiciones para esta “democratización” de las principales competencias del planeta, que sin duda ha ayudado a acortar la brecha en el nivel de las selecciones.
Una mirada rápida a la información oficial sobre los más de 730 jugadores listados en los 32 países clasificados para Brasil, permite ver que más de tres cuartos de los seleccionados juegan regularmente en ligas europeas, entre las que se incluyen, por cierto, las competencias de Italia, España, e Inglaterra, los más emblemáticos “damnificados” de esta vigésima versión de la Copa Mundial. Desde ahí han llegado a reforzar a sus equipos nacionales portando mayor experiencia, roce y el mejor nivel que, en general, les entregan estos torneos.
Y aunque el organismo persista y se desgaste en administrar a su arbitrio y conveniencia el poder que ha consolidado desde sus oficinas en Zurich, ese poder seguirá mucho más circunscrito a las burocracias que ha generado, que a lo que suceda dentro de una cancha.
Lo hermoso del fútbol, lo que probablemente amamos los fanáticos del fútbol, seguirá siendo intrínsecamente propio de esa dinámica, cada vez más impredecible, que se da durante noventa minutos. Es lo que la FIFA no nos puede quitar.
Hace algunas semanas me topé con un video bastante viralizado en las redes sociales, en el que el comediante británico John Oliver fustigaba a la FIFA y el “negociado” tras los Mundiales de Fútbol a partir del “principio de la salchicha”. En el fondo, detallaba Oliver para justificar su entusiasmo exacerbado por la Copa del Mundo, “si realmente amas algo, es mejor no saber como lo hacen”.
Lo que olvida el comentarista, sin embargo –y en general quienes condenan el ánimo festivo en torno al Mundial- es que la tradición, la esencia de esta competencia y toda la pasión un poco inexplicable de los fanáticos que consumimos, sin medida aparente, hasta la última repetición del partido más irrelevante, se remonta mucho más atrás que todo el aparataje desplegado por el organismo que preside Joseph Blatter.
La FIFA nunca podrá administrar para sí lo que nos hace vibrar con el fútbol: la posibilidad de rebelarse contra todas las “lógicas”.
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Comentarios
10 de julio
Sin duda que viene de mucho más atrás que todo el aparataje de los medios y de Blatter cada cuatro años. Cada cuatro años la gente se acuerda de nosotros, el resto del tiempo, somo pocos los que nos dedicamos a hacer salchichas. Para los hinchas «temporeros», sería bueno saber cómo se hacen las salchichas. En las canchas de barrio es dónde se construyen. Los políticos son los que prefieren no mirar cómo se hacen y prefieren comerse lo que sucede cada cuatro años. Dónde se hacen las salchichas hay épica, hay literatura, hay humanidad… cuántas escenas como las de Gary Medel jugando desgarrado uno ve dónde realmente se hacen las salchichas? donde se hace el hincha realmente. Eso, ni los que arman el aparataje ni los que critican el fanatismo, lo van a quitar.
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11 de julio
Muy buen artículo
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