«Creo que debimos juntarnos en la florería antes, ¿Acá dónde voy a encontrar rosas?», me dijo Lucas con cara de mueca. «Y rosas ¿para qué?», le contrapregunté yo. «Rosas para el difunto, ni modo que para ti» me respondió él con esa inocencia que uno no sabe si es auténtica ingenuidad o simple tontera. «Si serás rubia. Para Lemebel claveles, no rosas» le lancé yo con la ceja bien arqueada en señal de desaprobación. Y ahí estábamos en el límite norte de Gaylandia a punto de cruzar la calle para entrar en Recoleta y encontrarnos de golpe en plena iglesia franciscana con la cara de Pedro a todo color cortesía de la municipalidad. Dos curas franciscanos recibían a la gente, a poca distancia de la señora que vendía rosas y claveles. «¿Viste que no había necesidad de ir a la florería?, si por algo está la pérgola aquí al lado poh niña?», le dije a Lucas quien de inmediato me miró con cara de sorpresa y antes que preguntara le dije «Sí, niña. La misma del musical», qué iba yo a explicarle que la pérgola de la Carmela dejó de existir hace no sé cuantos años, si total a la media hora se le iba a olvidar.
Entramos igual de incrédulos que los demás al son del bolero que en ese momento retumbaba en la iglesia. Era el Cancionero sonando por los parlantes. Esos parlantes por los que nunca se entiende nada de lo que los curas dicen, está vez transmitían la voz del fallecido escritor narrando las mismas crónicas que se escuchaban en Radio Tierra.En el funeral no pude contenerme de tomar una foto y subirla. Parecía surrealista la proyección de un par de piernas enfundadas en un regio par de tacos rojos, bien aputaos que acompañaban la crónica aquella de cuando Lemebel creyó pinchar con un ex convicto que en realidad iba a asaltarle.
«Vamos derecho hasta el cajón a dejar los claveles, antes que nos encontremos con alguien», me dijo Lucas casi avergonzado de llevar las humildes flores. Y ahí estaba ante nosotros el otrora corrosivo escritor que tantos palos nos tiró cada vez que pudo a los que nos definimos como gays, rodeado de cuanta flor existe, con proyección de vídeo y todo delante del altar de la virgen. No pude contenerme de tomar una foto y subirla. Parecía surrealista la proyección de un par de piernas enfundadas en un regio par de tacos rojos, bien aputaos que acompañaban la crónica aquella de cuando Lemebel creyó pinchar con un ex convicto que en realidad iba a asaltarle.
«Qué modernos que son los franciscanos oye», me dijo Lucas sin ironía porque él es transparente como ninguno. «Sí poh prima, súper modernos». «En todo caso, nunca más modernos que la tía, que ya compartió la foto y todo, mira» me dijo él estampándome su celular en la cara. Y ahí estaba la publicación de mi madre «La Virgen acoge a todos sus hijos». Mientras compartía por Whatsapp con los amigos que no estaban presentes, mira que un velorio en pleno verano es siempre una cosa complicada. «Algo pasa. Mira que todo el mundo se está parando», me dijo Lucas con el cambio de guardia del ataúd. De pronto empezaron los aplausos, «son las madres de detenidos desaparecidos, Lucas».
El calor no hacía más que subir cuando empezó la crónica: Gladys Marín en la ópera. «Me encanta ese cuento», y yo anonadado no tenía idea que mi amigo había leído alguna vez a Pedro Lemebel, «No me mires así, ayer me compré «Poco Hombre» y me lo leí casi entero para que después nadie me palabrée si me ve acá». Definitivamente Lucas es más ingenuo que tonto. «Tranquila chiquita, sí veo que eres aplicada», le digo yo en reconocimiento a su esfuerzo.
En la misa, el cura explica por qué han recibido a Lemebel en su iglesia, y es por su devoción a Fray Andresito, «no hay prima que no sea creyente, hasta ésta que era tan criticona», lanza Lucas en un instante de lucidez. Es entonces cuando le agradezco por acompañarme, él siempre que puede me acompaña a mis labores de activista aunque no se entera mucho de por qué o para qué son, va de buen amigo que es. «No hay problema prima, si fui contigo al de la Francis Francoise como no iba venir ahora». A la salida del ataúd se amontonaban los fotógrafos en un tumulto que difícilmente le habría agradado al difunto que en sus propias palabras nunca fue reina de ninguna primavera.
Ya regresando a Gaylandia, luego del recorrido hasta la pérgola para el popular baño de flores, le dije a Lucas «tienes razón hemos debido mandar a hacer una corona… de puros claveles eso sí para no desentonar». «Yo me habría complicado entera pensando qué ponerle», me dijo Lucas nuevamente con cara de mueca. «Fácil, poh niña: «La Maricada Homo Dance también te llora»».
Comentarios
27 de enero
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27 de enero
Orgullosa de leer tus palabras, Pablo Salvador; ciertamente un merecido homenaje y una narración pulcra y acertada. Sentí que estaba allí.
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27 de enero
Solo decir que me , encanto !!! Es así q como cada detalle y descripción te hacen estar allí y eso no es nada fácil ! Aplauso !
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