Nunca pude enganchar mucho ni captar algún sentido real en las discusiones previas a la promulgación de la ley que obliga a las radios nacionales a emitir al menos un 20% diario de música chilena. Como oyente, nunca he hecho distinciones según el país de procedencia de una obra musical. La verdad es que, desde mi experiencia personal, no he hecho distinciones de ningún tipo con la música en general, salvo con el heavy metal y parte de lo que se suele llamar “rock clásico”, pero esa es otra historia.
Antes, tomaba el cien por ciento de las decisiones y era cien por ciento responsable de los resultados de esa apuesta. Ahora tomo el 80% de las decisiones. Y sigo siendo cien por ciento responsable.
Como director de radio, sí me corresponde, por cierto, hacer distinciones que me permitan adoptar un criterio de selección musical con el que armar una programación para el medio a mi cargo. Sin embargo, el país de origen de una canción nunca fue un parámetro que tomara en cuenta. Una de las molestias que implicó la obligación de emitir un porcentaje específico de música chilena fue precisamente la adopción forzada de la procedencia de la música como factor discriminador. Creo que, en general, mientras menos parámetros de selección existan en el tipo de trabajo que hago, mejor. Una de mis principales aspiraciones profesionales es la de seguir con la mayor fidelidad posible la clásica receta de mantenerlo simple.
La ley del veinte por ciento complicó las cosas. Si en un plano literal el espíritu de la norma pudo haber tenido como objetivo acabar con una eventual discriminación sufrida por los músicos nacionales, para mí representó lo contrario: La imposición de aplicar un nivel de discriminación extra.
Eso por mi parte. Por la parte de los otros involucrados en este asunto, los auditores, me parece que la ley no los respeta ni les hace justicia. Surgen distorsiones en las preferencias por parte de una audiencia cuando operan porcentajes obligatorios de categorías musicales. En este caso opera una categoría de nacionalidad, pero puede haber categorías de género, como se incluyeron en versiones previas de la ley, que introducían porciones obligatorias de música folclórica.
Mi trabajo depende del grado de coincidencia entre la selección musical y editorial de la que soy responsable y las aspiraciones, motivaciones y necesidades de una porción del público general que comparte ragos sociodemográficos como edad y nivel de ingresos. Supongamos que soy un panadero cuyo éxito depende de los ingredientes que usa y la forma en que los mezcla para hornear pan. Una ley como la del 20% me obligaría a usar un porcentaje de harina de cuya elección no soy responsable. Pero sí seguiría siendo responsable por los resultados que consiga usando esa parte de harina que me ha sido impuesta. Por cierto, quien hubiera originado esa imposición no asumiría parte de responsabilidad en los resultados. La ley equivaldría a compartir decisiones sobre los insumos, pero no a compartir los riesgos vinculados a esas decisiones.
Pero bueno, estos descargos tenían sentido hasta antes de que el pan cruzara el umbral del horno. Ahora hay que saber seguir horneando con las condiciones imperantes. ¿Ha sido tan terrible, después de todo? No tanto. Un veinte por ciento no es una cifra leonina. Un ajuste por acá, otro por allá, uno que otro cambio de estrategia en ciertos horarios y listo.
Un año después de la entrada en vigencia de la ley, ¿ha cambiado el paisaje cultural chileno? No creo. Desde la pequeña parcela de mi ámbito de acción, el único cambio perceptible es que en la radio para la que trabajo suenan más algunos artistas que ya tocábamos. Ese aumento tiene que ver con una ligeramente mayor frecuencia de repetición del mismo material y, en menor medida, con la ampliación del repertorio de los artistas que ya estaban incluidos en la parrilla.
Me ha tocado fácil. Ha sido más duro para radios cuyas definiciones de estilo, legítima y naturalemente adoptadas en función de los intereses estimados de un público objetivo, hacen más complejo acomodarse a esta imposición.
¿Ha sido bueno para alguien? Supongo que sí, para los autores e intérpretes cuyos repertorios han tenido mayor rotación. ¿Ha sido bueno para la cultura y la música en general? No estoy en condiciones de responder. No sé qué es bueno para la cultura y la música en general. Supongo que los legisladores piensan que lo saben. Yo apenas apuesto a saber qué le gusta a un segmento de auditores. A veces acierto y a veces me equivoco. Antes, tomaba el cien por ciento de las decisiones y era cien por ciento responsable de los resultados de esa apuesta. Ahora tomo el 80% de las decisiones. Y sigo siendo cien por ciento responsable.
Comentarios
10 de abril
Lo terrible es escuchar a ciertos músicos chilenos y que después suene Pink Floyd… http://breviariodeladerecha.blogspot.cl
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14 de abril
Pues para mi la evidencia es clara, 20% fue poco para lo que tienen otros países, pero peor es nada, al menos eso ayuda.
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