Los rayados en las murallas callejeras actualmente suelen ser la expresión desagradable de la rebeldía ciudadana, principalmente joven. Aparte de unos que son francamente feos y no aportan estéticamente ni en imagen ni contenido, hay algunos, como los de “Acción Poética”, que son realmente maravillosos de leer cuando se camina por la ciudad.
Las paredes han sido una pizarra social desde tiempos inmemoriales; supongo que desde que han existido. En los años de propaganda y contienda política, fueron un importante instrumento para el discurso opositor a la dictadura militar; hoy se les utiliza también como soportes de pegatinas de afiches publicitarios de candidatos, eventos o ventas, todo depende de la utilidad que represente en el momento requerido. Imagino que los dueños de panderetas o cercos utilizables para estos fines no deben ser los más felices, excepto aquellos que logran que se realice una obra de arte como un buen mural o unos versos de acción poética local.
Si quisieron expresar la igualdad de derechos sociales y todo lo que implica, requeridos por las mujeres en estos rayados callejeros, no es suficiente la buena intención.
Dentro de este contexto han aparecido otros mensajes que señalan cambios conceptuales en pequeños grupos alternativos, porque de no ser así, no requerirían utilizar las paredes como instrumentos de comunicación social. Es decir, es la ciudadanía, los todo, los nadie, los cualquiera, los que debemos leer el mensaje que se ha plasmado ahí, y que indica un planteamiento ideológico que busca hacer conciencia, encontrar canales socializadores y complicidad social a fin de ser aceptados. La aceptación de suyo supone sumar poco a poco la sensibilidad analítica de quienes se dan cuenta en su paso por la ciudad, del mensaje emitido desde la pared, un rayado simple, sin grandes aspavientos ni letras deformadas como en algunos graffitis: «Clítoris p’al que lee»
Íbamos con algunos amigos escritores por la calle céntrica de Temuco y vimos el mensaje. Al principio, claro, nos reímos, porque en vez de decir, como usualmente se hace, “pico p’al que lee”, lo consideramos una propuesta feminista de hacer uso del lenguaje para un mensaje que puede ser tanto una agresión como una broma-agresión; un insulto que intenta homologar el nivel de agresividad, desparpajo y derecho a la igualdad social con la masculinidad del “pico” o falo, evidentemente. Sin embargo, me quedé pensando en el tema e hice el comentario del error conceptual que leo tras el rayado.
De la misma manera, hace unos días apareció la foto de un rayado en facebook con el mensaje feminista ¡Vagina p’al que lee!, y pude constatar que la reacción de los usuarios era similar, en el supuesto de igualdad de derechos (a la agresión, en este caso) de las mujeres en relación con los privilegios de los hombres, tema tratadísimo que nunca está demás volver a revisar, o ya el mundo sería diferente.
El androcentrismo supone una distinción per se entre hombres y mujeres en su rol social, en todos los ámbitos, y en su funcionamiento simbólico el ejercicio de poder o supremacía de la masculinidad es incuestionable, porque hay razonamientos que van desde la mitología, la fe en la interpretación de las variadas religiones que puedan existir, la ciencia (gran sustentadora de supuestas pruebas objetivas que validan este poder, de acuerdo a los tiempos históricos y –soy mal pensada- los requerimientos del mercado capital de las distintas épocas o de quienes financien las investigaciones actualmente; lo mismo de siempre).
Pierre Bourdieu indica (La domination masculine. Ed. Éditions du Seuil, 1998) sobre la construcción social de los cuerpos y la división entre los sexos (más bien, la distinción) es en razón de la diferencia biológica que las culturas interpretan en el contexto. No podemos detenernos en un análisis detallado del tema por cuestión de espacio de texto, pero podemos avanzar en lo que igualmente el autor señala sobre estudios antropológicos de la condición de sometimiento de lo “femenino” en diversas culturas del planeta, interpretado como lo “penetrable” o sometido (incluye el caso de los romanos en el uso de la expresión de poder a través del sodomismo). Estos conceptos de violencia fálica relacionados con el poder (el control social sobre los cuerpos en la penetración sexual, en este caso).
Lacán, citado por Lynch (2011) en su interpretación hegeliana de la dialéctica del amo y el esclavo habla de la distinción entre ser el falo y tener el falo, donde éste es un principio activo de autoridad, de fuerza, de poder, la lucha de deseos, los deseos deseados; donde hay relación entre sujetos humanos hay un deseo fálico en juego donde la lucha por el poder se expresa en actitudes fálicas hegemonizantes. Un poco difícil de entender. Pero lo sustancial es el concepto de que el falo, el báculo de poder, interpretado como la expresión de la masculinidad en la cultura patriarcal es la que agrede, en razón de la pugna de poder que se establece en la sociedad y entre – por tanto- los sexos femenino y masculino; me disculpan la enorme generalización analítica.
El punto es que querer igualarse en los insultos con la expresión “Clítoris p’al que lee” o “vagina p’al que lee”, con la masculinidad de «Pico p’al que lee», que tiene una connotación de agresión sexual evidente porque el falo siempre ha sido considerado un arma, por su forma y la manera de ser usado, es un error de análisis triste y lamentable.
Las violaciones, que son fálicas, forman parte de la historia de avasallamiento sociocultural de cualquier índole; Ud. no va a violentar con la vagina, no es un discurso correspondiente, excepto en los casos de los hombres que tienen aquel síndrome donde creen que se los van a tragar, que es un problema mental. Puede que culturalmente muchos hombres, como subculturas, se sientan agredidos con la expresión de disfrute clitoridiano, que dice relación con las negaciones religiosas de diversa índole en nuestra sociedad (la mujer no debe tener placer –y el clítoris cumple exactamente esa afortunada función-), pero no puede ejemplificarse una agresión física y/o social a través del clítoris, excepto en la ignorancia de su existencia y/o utilidad, que es otra cosa.
Si quisieron expresar la igualdad de derechos sociales y todo lo que implica, requeridos por las mujeres en estos rayados callejeros, no es suficiente la buena intención; hay que tener muy claro el significado e implicancia de lectura del mensaje, aunque de buenas a primera parezca una postura rupturista muy de avanzada.
Nosotras, entre amigas, decimos «diga Clítoris» para sonreír de oreja a oreja cuando nos toman una foto; eso es otro cuento y sí tiene que ver con derechos de las mujeres.
Patricia Chacón Calderón
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