A Nelson Schwenke lo conocimos por el año 1984 o 1985. Estudiaba Pedagogía en historia en la Universidad de Talca y comenzamos a hacer distintas actividades artísticas y culturales. Vivíamos bajo la dictadura de Pinochet y tratábamos de armonizar nuestros estudios con acción política. Nos proponíamos contribuir a poner fin a ese régimen de odio y represión, junto con gozar la plenitud de nuestros años juveniles. Lo ubicamos en el Café del Cerro, un local de Santiago donde actuaban artistas que eran considerados partes del “Canto Nuevo”. Las letras de sus canciones – y los acordes para tocarlas en guitarra – se publicaban en “La Bicicleta”, uno de los medios alternativos a la prensa oficial – y en particular a la TV – donde sólo existían algunos baladistas afines a la dictadura.
Compartimos una cerveza y cerramos el trato. Actuarían en Talca. Junto a otros incipientes “empresarios artísticos” conseguimos el Colegio “Integrado” como escenario; contratamos la amplificación, difundimos por las radios locales, pegamos carteles con engrudo, acarreamos sillas, cortamos entradas y, desplegamos todas las acciones destinadas a que la actuación fuera impecable. Shwenke y Nilo llegaron temprano, en tren. Los acompañaban seis músicos que tocaban cuerdas. Trajeron “chelos”, guitarras y un contrabajo – “el charango de King Kong”, dijo su moreno ejecutante -. Jugamos baby fútbol mucho rato antes de la actuación, en otro patio del colegio. La actuación fue impecable. Un espectáculo de calidad que dejó más que contentos a todos los espectadores. Con sus músicos y junto al resto del público, nos olvidamos por un rato de todo el trabajo y nos dejamos envolver por la música y la poesía de sus canciones. Más tarde, mientras cenaban en la casa que compartía con otros estudiantes, hicimos caja y descubrimos que nos faltaba dinero para cancelar el saldo por la actuación. Le explicamos a Nelson el tema y nos comprometimos a girar el resto al día siguiente, cuando funcionara el Banco. No importa, me dijo Nelson, mientras sacaban sus instrumentos – incluido el “charango de King Kong” – para alargar la fiesta.
Nos pidió llevarlo a la estación de ferrocarriles. Había un tren que pasaba a eso de las 4 am y quería irse. Su mujer daría a luz su primer hijo y esperaba estar ahí. No vi más a Nelson Schwenke. Lo seguí a la distancia en sus canciones. Compré varios de los cassettes que editaron en el sello “Alerce”.
“Mi Canto”, se instituyó como el himno del grupo de amigos que hicimos cabeza en su ida a Talca. Nos acompañó hasta que, poco a poco, fuimos egresando y comenzamos a transitar otros senderos. Luego supe que estaba enfermo de un cáncer. Con la llegada de la democracia lo fui perdiendo de vista. Nunca supe de nueva discografía. Mantengo los temas clásicos de la época que menciono. Vi un par de fotos suyas. Lo encontré más flaco y se notaba que había envejecido (él sí, yo no).
Esta mañana supe la noticia. Había sido atropellado en una calle de Santiago y acaba de fallecer. Recordé esta historia simple. Hablando con sinceridad, me duele lo de Shwenke.
Esta noche – es muy probable – colocaré otra vez su música, levantaré una copa de vino y, a la distancia, desde el anonimato, entonaré “mi canto”.
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Foto: 24horas.cl
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