Nunca me convenció, por gruesa y por normativa, la distinción entre libertad y libertinaje que escuché mil veces repetir a la generación de nuestros padres, heredada quizás de sus familias y así sucesivamente, hasta ese sitio donde ya no sabemos quién, ni por qué motivos, hizo por primera vez ese encuadre. Y en todo caso, me parece meritorio el esfuerzo por distinguir la libertad de otra cosa, parecida pero mal vista, en la que uno use la autonomía individual para dañar o abusar de otros, para desperdiciar bienes, para elegir lo éticamente reprochable o lo legalmente prohibido.
Hubo poco espacio en la niñez para hablar de libertad y de ética. Su lugar escolar lo ocupó la moral religiosa o el silencio falsamente laico, el lugar público estuvo copado por el horror de la prisión política y la tortura que 10 años después todavía persistía con fuerza. Nos convencieron de que había que estudiar lenguaje y matemáticas, física, química, biología. Un poquito de artes plásticas y música. Nunca artes escénicas (imagínate te llegas a topar con Brecht). La mitad del currículum de filosofía era psicología. Algunos recibimos de un puñado de curas un poco más de humanidades, algo de moral de la vida y ética social, a cambio de quedarnos muy atrás en el inglés que al final casi nadie de nuestra generación aprendió bien. Algo sirvió. Pero hubo poco espacio, en todo caso, para cuestionar los límites de la libertad, su nombre, sus coordenadas.Quizás sea esa la gran controversia de nuestro tiempo: cuál es la libertad más genuinamente humana. Acaso sea la libertad individual del propietario de su vida, que requiere el arbitrio de los intereses privados para ofrecer un espacio social de convivencia pacífica o acaso sea la libertad del que a todo renuncia, para ganar en el encuentro con otros
Entonces, a uno no le extraña que frente al escándalo de la evasión tributaria puesto sobre la mesa por el caso de los «Panama papers” haya quienes defiendan a los que ponen su dinero secretamente en paraísos fiscales, basados en la importancia de poder hacer lo que uno quiera con sus propios bienes. Argumentan que limitar esas formas de “ahorro e inversión” es ponerle barreras al emprendimiento privado. Esa misma semana, el Ministro de Transportes es abucheado por los usuarios del sistema de transporte privado Uber, por ponerse del lado de los taxistas en contra de un emprendimiento tecnológico que ha resuelto con eficiencia el problema de la seguridad y la comodidad arriba de un taxi. No pueden obligarme a subirme a esos taxis sucios y mal manejados. No extraña que las noticias muestren los conflictos como una cosa de intereses de la industria salmonera contra los intereses de los pescadores chilotes; los intereses de los colonos traídos a la Araucanía contra los intereses de los Mapuche sobre su territorio ancestral en el Wallmapu; cada uno defendiendo lo suyo y reivindicando los medios para obtenerlo.
No pocas veces el mismo argumento ha aparecido durante los últimos años: el derecho a tener hijos mediante técnicas de fertilización asistida o el derecho a quitárselos mediante procedimientos de aborto. El derecho a la libre obtención y uso recreacional de drogas, porque cada adulto sabe lo que le conviene. El derecho a vacunar o no vacunar a mis hijos porque son míos y yo sé lo que es mejor para ellos. El derecho a pagar más para que mis hijos reciban una educación mejor que la de los vecinos. Y si el Estado nos subvenciona a todos para estar en los mismos colegios, entonces el derecho a pagar todavía más. Las condiciones de legítima defensa, cuando para repeler un asalto, una víctima armada mata a su agresor. No digo que todos estos temas sean iguales en su lógica o equivalentes en importancia, pero indudablemente comparten un modo de entender la libertad como autonomía para decidir sobre lo mío: sobre mi territorio, sobre mi cuerpo, sobre mi casa, sobre mis hijos, sobre mi plata.
Sería absurdo decir que esa manera de entender la libertad es incorrecta. Sería una contradicción. Acaso una de las cosas más interesantes de la libertad es que sea uno quien la defina de cara a un horizonte ético que no te puedan invadir; la libertad es tu propio concepto de libertad, el espacio donde tu apropiación de posibilidades te permita avanzar hacia tus coordenadas de felicidad o de plenitud. O dicho de otro modo: mi definición de libertad son las condiciones que deben cumplirse para que yo tome decisiones que me hagan más genuinamente yo y más plenamente humano.
La pregunta es si comprometerse con la voluntad colectiva es menos libre que custodiar el horizonte personal. Por ejemplo, ¿quién defiende más la libertad: el que prohíbe la esclavitud o el que deja a criterio de cada uno si tener o no esclavos?, ¿el que combate la desigualdad educativa para que todos tengan las mismas posibilidades de escoger un rol en la comunidad, o aquel que garantiza que cada familia pueda poner todos los medios necesarios para que sus hijos mantengan los privilegios que han heredado? No vengo a decir que los proyectos colectivos son, a priori , moralmente superiores a los proyectos personales. Pero no me parece aceptable la tesis según la cual la única fuente de libertad es la que me reconoce un espacio de soberanía individual y un territorio propietario para ejercerla. Quizás habría que cuestionarse los casos en que ese modo de entender la libertad trae consigo el abuso y el aprovechamiento y preguntarse si hay otro modo.
Propongo una justa contendora: la libertad como liberación de la dictadura de los propios quereres e intereses privados. La libertad de la renuncia a los criterios míos, para acoger otros criterios más anchos: de más largo plazo, de mayor impacto, donde caben otros. La libertad de no buscar ser más rico o ser más pobre; no perseguir el sacrificio heroico ni el placer más intenso; no buscar ser un héroe admirado ni un paria; ni la arrogancia de tener siempre razón ni la indiferencia del que se sabe equivocado. Antes bien, elegir solamente de cara a un principio fundamental que no cambie cuando haya sol ni cuando llueva, ni en bonanza ni en hambruna. Una libertad que reconoce en las alegrías y en las penurias una oportunidad perfectamente legítima para alcanzar sus fines. Una libertad a escala del bienestar de la comunidad.
Una libertad que reconoce que la persecución de mis propios quereres/intereses no consigue jamás alcanzarlos. Porque la plenitud humana es el goce de lo colectivo: el juego, la risa, el sexo, como antesala y pedagogía de lo que solo se obtiene como consecuencia de la colaboración. La justicia, la confianza, la solidaridad, como experiencias de éxtasis humano que no pueden fingirse ni obtenerse individualmente. Esta forma de libertad no es heroica, porque tiene por horizonte una vida más plena, aunque importe renuncia a algo aquí y ahora. Es una renuncia transitoria, circunstancial, del que está dispuesto a cuestionárselo todo con tal de mantenerse abierto, flexible y atento al horizonte del bienestar comunitario.
Quizás sea esa la gran controversia de nuestro tiempo: cuál es la libertad más genuinamente humana. Acaso sea la libertad individual del propietario de su vida, que requiere el arbitrio de los intereses privados para ofrecer un espacio social de convivencia pacífica, donde siempre habrá que sacrificar un poco. Acaso sea la libertad del que a todo renuncia para ganar en el encuentro con otros siempre más de lo que esperaba, porque su principal horizonte era ese, la posibilidad de consensuar un mundo en el que todos quepan.
En un mundo en que absolutamente todo el espectro político se declara defensor de la libertad, ya no se puede hacer como que su raíz misma no fuera controversial. El tipo de educación que ofrecemos, la justicia penal, el sistema de protección social y hasta las coordenadas de nuestra Constitución Política dependen de nuestro modo de invocar la libertad.
Cuando yo la nombro, la imagino así: que uno esté dispuesto a no tener absolutamente nada, si con ello permite que todos tengamos todo.
(Y si estoy equivocado, es cuestión de que me avisen).
Comentarios
20 de mayo
Absolutamente de acuerdo!! Solo como apología…..el chorreo a la inversa.!! Tendré cuando todos tengan. Muy sabio, también así consivo la LIBERTAD… Saludos.
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20 de mayo
¡Me alegra que seamos más! 😉