Para mejorar la democracia y la representación política, no basta con permitir un voto voluntario y facilitar la inscripción; se necesita aumentar la inclusión y la competencia política.
En 2009, en Chile 3,9 millones de chilenos -en condiciones de votar- no estaban inscritos en los registros electorales y sólo un 8% de los jóvenes menores de 30 años en edad de votar (que conforman el 36% del padrón electoral) lo hacía. Es decir, la desafección con la democracia en ese momento no era menor. Hoy el panorama no debe ser muy distinto
Lo anterior fue, es y ha sido uno de los principales argumentos para establecer la inscripción automática y el voto obligatorio -o voluntario-.
Sin duda, facilitar el proceso de inscripción podría generar mayores incentivos para ejercer el derecho a voto, pero ¿Qué pasa con el voto en sí?
Se supone que el acto del voto permite esencialmente establecer representación en cuanto a los asuntos de gobierno. A través del voto, los electores, los ciudadanos, eligen a sus representantes entre diversas opciones.
Pero ¿qué ocurre cuando entre los posibles candidatos ninguno representa o satisface al elector?
Es probable que el elector -ya inscrito- vote nulo, blanco o por "mal menor" según algún tipo de cálculo que haga.
Lo mismo ocurre con el no inscrito. Sus incentivos para inscribirse son menores, pues considera que no hay nadie que represente sus intereses.
Ese fenómeno es lo que ha ocurrido y está ocurriendo actualmente en Chile, donde el número de personas que votan blanco o nulo se ha triplicado desde 1990, junto a los que no se inscriben para hacerlo.
Lo anterior nos indica que el sistema político (sistema electoral y partidos) no está generando representación entre los ciudadanos, y peor aún, cada vez se vuelve menos representativo y elitista.
Esto conlleva un riesgo mayor que las élites parecen no percibir: la creciente desvalorización de la democracia como el mejor sistema para gobernar por parte de las personas.
Así lo reflejaba una encuesta del CEP, publicada en mayo del 2008, donde a un 29% de las personas le daba lo mismo un sistema democrático que uno autoritario; y un 18% consideraba que en muchos casos puede ser preferible uno autoritario a uno democrático.
La suma de ambos completa un 47% contra un 45% que opina que la democracia es preferible a cualquier otra forma de gobierno.
¿Por qué nuestro sistema político se vuelve cada vez menos representativo y la democracia menos valorada?
Esencialmente porque aún se mantiene el sistema electoral binominal que genera diversos fenómenos:
1) Inhibe la competencia política, pues mantiene cerrado el campo político, y no permite la inclusión de nuevos y diversos actores de manera independiente. Ello desincentiva a los actores políticos ya insertos a mejorar sus gestiones, e incluir nuevos asuntos, pues el sistema les garantiza un cupo aún cuando la ciudadanía intente castigarlos con el voto.
2) Reduce la oferta de opciones para elegir que tienen los ciudadanos. El voto nulo o blanco entonces tiende a aumentar, pues la rigidez interna del sistema se opone a la mayor diversidad del electorado, no sólo en términos etáreos, sino también culturales, ideológicos, etc.
3) Reduce el campo político en cuanto a la discusión de nuevos asuntos. No permite el ingreso de nuevas ideas y temas a la discusión política, por lo que los nuevos intereses de ciudadanos más jóvenes quedan excluidos de los asuntos públicos. Es lógico entonces que no legitimen el sistema político vigente.
4) No va acorde con la creciente diversificación del electorado y sus nuevos intereses o representantes. Lleva a los independientes por ejemplo, a mantener acuerdos forzados con los partidos para poder participar del sistema, lo que termina por anteponer los cálculos electorales partidarios por sobre la representación y el cumplimiento de metas, de acuerdo con los intereses de los electores. Esto se traduce en que no hay coherencia posterior entre los electores y sus representantes.
5) Instrumentaliza a los electores en cuanto al ejercicio del voto. El punto cuatro se traduce en que los votantes se consideran utilizados y por lo tanto consideran innecesario ejercer su derecho a elegir.
Todos estos fenómenos terminan por erosionar la legitimidad de la representación que se busca con la democracia.
Se supone que ésta no consiste sólo en el acto de elegir a través del voto cada cierto tiempo, sino también de la posibilidad de elegir entre varias y diversas opciones, incluso de optar a ser elegido.
No sería malo considerar que la mayor parte de los que votan actualmente promedian sobre 50 años. Es decir, el próximo presidente de Chile, será decidido por los mayores de 60 años, mientras un resto importante de la población más joven ni siquiera vota. ¿Qué clase de legitimidad política es esa?
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Foto: dancethehempenjig / Licencia CC
Comentarios
29 de noviembre
Excelente entrada, concuerdo plenamente, el sistema binominal es una «burla» al electorado conciente, y hace varios años debieran haberlo cambiado, se llenan la boca con la «democracia» y mantienen un sistema que no permite su ejercicio por parte de la ciudadanía. Si los políticos no quieren cambiarlo para no perder poder los ciudadanos debiéramos exigir un plebiscito para zanjar de una buena vez el asunto.
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