Hace unas tres semanas, un domingo en la mañana, saliendo de nadar y de vuelta a casa en bicicleta, recibí un golpe en la rueda trasera de mi cleta, cruzando Pocuro. Al comienzo pensé que había sido una torpeza mía y mi institnto fue levantarme, muy avergonzada, cuando de repente me di cuenta que el caballero que había cometido el error era ampliamente imprecado por l@s transeuntes que caminaban tranquilamente por el sector.
Don Manuel Figueroa, el dueño del auto en cuestión, se aprestó a averiguar cómo estaba y ayudarme a recoger mi bicicleta que estaba completamente averiada y sin posibilidades de volver a la ciclovía. Junto a otro colaborador, un jardinero de la plaza, desarmaron mi medio de transporte y por partes, lo subieron al auto. A esas alturas, ya me había dado cuenta que tenía el pantalón y la rodilla rota, y don Manuel, muy preocupado, rápidamente acomodó mi mochila y a mi misma en el asiento delantero de su auto, para irnos directos al centro asistencial más cercano.
Llegando, se ocupó de dejar las constancias respectivas con Carabineros, hacerse la alcoholemia, ir a la comisaría, y volver a esperar que me atendiera el equipo médico. Estuvo ahí cuando se me realizaron los chequeos del caso, compró los remedios, pagó la atención de urgencia y ambos coincidimos en la declaración, acerca de la imprudencia cometida.
Acto seguido, don Manuel partió conmigo y la bicicleta a mi casa. Entró hasta la puerta para que yo caminara lo menos posible -con la rodilla recién curada y con licencia de reposo semanal- y lamentó "habernos conocido en estas condiciones". Después de cerciorarse que en mi casa se hacían cargo de mi (y de mi bicicleta), ofreció pagar lo que correspondiera, dejándome su tarjeta y celular para cualquier requerimiento que fuera a tener.
Durante mi reposo, me llamó en dos ocasiones, y al ir al comparendo, nuevamente resolvió todo a la brevedad, canceló el arregló de mi bicicleta -que quedó impecable- y el buzo nuevo, y comentamos con la actuaria que probablemente eran pocos casos los que le tocaban, donde los involucrados acordaran tan rápidamente y de la mejor manera.
Nos despedimos y volví a tomar mi bicicleta, como si nada hubiera pasado. Aunque sí había sucedido algo: había tenido la suerte de encontrarme con un ciudadano ejemplar como don Manuel Figueroa. Él tiene 74 años, es abogado, ese domingo iba a misa y se apuró más de la cuenta para encontrar un estacionamiento. Yo volvía de la piscina, pensando en un exquisito desayuno en cama, con mi amado, y todos los diarios del fin de semana. Pasé una semana leyendo gracias a don Manuel.
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Fotografía: Claudio Olivares / Licencia CC
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