No sé si seré el típico ejemplo de que el ser humano tropieza más de una vez con el mismo peñasco, o seré un tipo de mala suerte.
El 26 de Noviembre del 2012 publiqué en este mismo apreciado medio una columna bajo el título “Los Miserables, por Cueto y Compañía”, describiendo un episodio de mal servicio en un vuelo internacional de LAN, que a la postre resultó ser un mal común de mucha gente que comentó haber sufrido situaciones similares. Yo soy un cliente fiel de LAN, tengo millas acumuladas para más de un viaje, privilegio siempre viajar con ellos y sólo me los salto cuando me encuentro con esos precios de transatlántico por el Báltico, cuando lo que deseo es ir a Concepción. Será por eso que cada vez que por una u otra razón me siento descontento pienso que me tocan esos casos que sólo pueden atribuirse a la mala suerte. Y sigo.A veces se encuentra uno con gente abusadora. Ese pobre señor no volverá a silbar ni en un clásico en el Nacional y todavía le deben arder las mejillas. Quizá se olvida el Capitán que el avión es un vehículo de transporte colectivo.
Pero no por esa excesiva fidelidad y ese respeto a una línea aérea que conozco desde niño, cuando de Concepción a Santiago se volaba en los viejos DC-3, luego los DC-6 y, la novedad del año, los Caravelle One, que despegaban de la vieja pista –jamás podría considerarse un aeropuerto- de Hualpencillo, voy a dejar pasar una más. Aquí va.
Se llama abuso de poder dominante. Según la ley de aeronáutica, el piloto de una aeronave comercial puede impedir que un pasajero viaje en estado de ebriedad, obligarlo a bajar si molesta al resto de los pasajeros, si realiza obscenidades, etc. e incluso a llamar a Carabineros para que lo detengan, ya que es la autoridad máxima del vuelo y sus órdenes deben acatarse sí o sí. Sin embargo, a veces la gente se olvida que la autoridad trae implícito el criterio y el respeto, cosa que hoy no ocurrió.
Vuelo 309 de La Serena a Santiago. Miércoles por la noche, con pasajeros cansados y deseosos de llegar a destino. El vuelo inexplicablemente sale tarde. Pasa. El catering es, igual que en Noviembre del 2012, miserable. Pasa. No hay café. Pasa. Pero al llegar a Santiago el avión está varios minutos detenido en la losa hasta que el piloto anuncia que está esperando ubicación y que anticipa que será remota, por lo que deberemos bajar y abordar buses para ser trasladados. Disgusto general.
Un pasajero…. de verdad: un0 solo, tiene la osadía de silbar. Algo tímido y poco perceptible, como su única forma de protestar por el atraso y la molestia. Es entonces que el Capitán decide dar una mala muestra de autoridad y dice que se agradece a los pasajeros (automáticamente dejamos de ser los «señores pasajeros») guardar la compostura, porque «esto no es un estadio».
¿Cómo le dices a ese señor que esa frase, desde el anonimato que ofrece estar detrás de un micrófono, metido en la cabina y con la autoridad de mandar preso al silbador, es un abusador y un descriteriado? Nada, te la tienes que comer.
A veces se encuentra uno con gente abusadora. Ese pobre señor no volverá a silbar ni en un clásico en el Nacional y todavía le deben arder las mejillas. Quizá se olvida el Capitán que el avión es un vehículo de transporte colectivo.
Y que él es el chofer.
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