Si cada uno de nosotros va a realizar una radiografía de nuestro país solo con lecturas de portadas o los primeros 30 minutos del noticiero después de un largo fin de semana, lo más probable es que el diagnóstico sea que estamos secuestrados por el vandalismo, y que somos una sociedad particularmente violenta donde manifestamos nuestro rechazo a los años de dictadura, a la corrupción y a las colusiones golpeando a tal o cual fulano que eventualmente pueda pensar distinto. De esta manera, nos empecinamos como sociedad en la necesidad de cambiar paradigmas y comenzamos a justificar en frases marqueteras la aplicación de estrategias políticas que nada o casi nada tienen que ver con la génesis del problema.
Como reflejo de lo anterior, al parecer, analistas políticos y sociales asumen y seguirán asumiendo en su análisis que quienes se manifiestan violentamente en los estadios, en espacios de uso público, que destruyen propiedad privada y destrozan mobiliario urbano son la señora dueña de casa, el padre de familia que trabaja o el estudiante que busca un mejor futuro, estudiando de día y trabajando en sus ratos libres, como si por una extraña y kafkiana razón sufrieran una metamorfosis que los transforma en sujetos auto destructivos de ellos mismo y su entorno.Y esto, lejos de ser una crítica política, es más bien crítica social, donde muchos son los responsables y pocos los dispuestos a asumir esa responsabilidad.
Para quienes hemos crecido en calles de tierra, la violencia por la violencia jamás ha tenido explicación. Hasta en los estratos más bajos y periféricos existen códigos que nada tienen que ver con 17 años de dictadura y casi 30 años de democracia. Si un grupo de enajenados quiere agredirse y sumirse en una batalla campal encontrará la justificación ideal en autoridades que culpan a la dictadura, a una mala democracia o al modelo económico eximiendo de toda responsabilidad a quienes están llamados a mantener el orden público y sobre todo desconociendo la responsabilidad de un sistema judicial que, salvo alguna pirotecnia comunicacional, sigue dando la hora.
En términos simples, si los hechos de violencia de este fin de semana, donde cientos o miles de personas se agredieron y destruyeron todo a su paso y sólo 10 detenidos fue el saldo a favor de quienes deben resguardar el orden, la conclusión no puede ser que somos un país violento sino más bien somos un país que hacer rato ha sido mal administrado. Y esto, lejos de ser una crítica política, es más bien crítica social, donde muchos son los responsables y pocos los dispuestos a asumir esa responsabilidad.
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