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El «tic» de la élite

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*La presente columna es una personal adaptación de un trabajo más extenso que hace varios años escribí junto al periodista Fernando Paulsen.

Por décadas la clase política se relacionó con sus electores mediante la propaganda y los tradicionales medios de comunicación. El dirigente hablaba, los diarios y la televisión eran su altoparlante, produciéndose así un espacio de encuentro con los ciudadanos. Cuando había problemas, dependiendo del tamaño e importancia de estos, todo un aparataje se activaba para protegerlo: defensas corporativas de sus respectivos partidos, entrevistas o declaraciones públicas que intentaban encausar, cuando no cerrar, el debate público respecto de cierta materia. Si el asunto era muy grave o afectaba a varios en su conjunto, se recordaba la importancia de las instituciones, al mismo tiempo que se insistía en la necesidad de cuidar a nuestra política como un objetivo que a ratos estaba por sobre la verdad. De esta forma, los políticos se parapetaban en su éxito del pasado, en las relaciones transversales del presente y en la promesa de que a futuro corregirían tales comportamientos.


La diversificación informativa que devino de la Internet, no sólo multiplicó las voces, sino también hizo más asequibles los prejuicios, nacionalismos, estereotipos, dogmas de fe, desconfianzas, informaciones sesgadas y francamente equivocadas, todo lo cual impacta el status quo.

A grandes rasgos, esa es la dinámica de la comunicación política en la era analógica. El problema se toma como un episodio anecdótico temporal, se enfrenta con los dispositivos tradicionales de comunicación, se enfatiza la importancia de cuidar lo que hemos construido, ya que, más temprano que tarde, se repondrán los equilibrios.

En la nueva realidad del cambio tecnológico hay una convicción sin muchos detractores: todo lo que pueda ser digitalizado, será digitalizado. Lo anterior no es sólo un cambio de formato. Implica alteraciones en las conductas, los códigos y en una dimensión clave que el lenguaje condiciona: la percepción de la realidad.

En un mundo crecientemente materialista, dónde se ha perdido confianza en las instituciones republicanas elegidas democráticamente, el “descubrimiento de la verdad” adquiere una estatura desproporcionada. Ya no se trata del papel fiscalizador de la prensa al poder, sino del hallazgo de lo estimado secreto como un bien en sí mismo, independientemente de su relevancia. Esta labor no es exclusiva de periodistas ni de otros expertos; cualquiera puede participar a un bajísimo costo. En un contexto donde, a diferencia de antaño, no se puede obligar a guardar silencio; donde el costo de no dormir con culpa por discrepancia con la versión oficial es mínimo, sólo un click que envíe los datos verídicos a un blog, reportero o twitter; donde las voces se multiplican exponencialmente en la red, aumentando también su capacidad de creer en lo que quieran, de sumarse a lo que creen los demás, de no demandar demasiadas pruebas para sospechar de alguien más poderoso; en este contexto la imagen, credibilidad y reputación de la elite también se afectan y se testean a diario, personalmente y por internet, para evaluar su vigencia.

La pregunta es obvia: en un mundo donde los cambios son estructurales e inevitables, y los ajustes sociales son cada vez más visibles, ¿de qué forma afecta este contexto la relación entre los ciudadanos, el poder, los políticos y el Estado?

El 17 de octubre del 2005, el comediante Stephen Colbert acuñó por primera vez el término truthiness, el que definió como “la calidad de algo que se siente verdadero, aunque no haya evidencia que lo compruebe”. Colbert, un ultraconservador impenitente, explicaba que el mundo se había dividido en dos bandos irreconciliables: “los que piensan con su cabeza y los que saben con el corazón”. Explicando la invasión a Irak, Colbert dijo: “Si se mira racionalmente el hecho, quizás falten algunas condiciones para ir a la guerra, ¿pero sacar a Saddam acaso no se siente como lo que era correcto hacer? ¿No lo sienten aquí, en la guata?”.

De esta manera, basta con hacer que algo sea verosímil en la percepción de los ciudadanos. La evidencia que necesitamos, no es aquella que prueba el hecho, sino sólo la suficiente para seguir pensando que puede ser posible.  Parafraseando a José Antonio Marina, “todo lo que se presenta como evidente, exige ser aceptado como verdadero”. Y las condiciones para demostrar que algo es evidente son mucho menos rigurosas que las que se necesitan para probar que algo es verdadero.

La multiplicación de fuentes de información en la era digital está destruyendo una estructura que por más de 100 años dominó la comunicación de las elites, los expertos, las empresas y el Estado, con el resto de la sociedad. Este esquema contemplaba un intermediario entre una fuente experta y la ciudadanía, que luego de una sucesión de ensayos y errores, se consolidó en los medios de comunicación, como traductor oficial del lenguaje de la elite. Con el tiempo se ampliaron las facultades de los medios: de básicamente dar cuenta de hechos fijos, se pasó a auscultar la veracidad de éstos, a vigilar las actuaciones de la autoridad, a visibilizar al ciudadano con una historia extraordinaria. Los medios informaban sobre el poder, lo cuestionaban y ejercían de tribunal supremo para la resolución de incertidumbres, a través de sus investigaciones, cuando el poder dejaba de ser creíble.

Ese modelo comenzó a hacerse trizas con el desarrollo de Internet y la digitalización masiva de contenidos. Crecientemente, el consumidor de medios, el receptor de los modelos clásicos de comunicación, comenzó a tener herramientas para escribir su propia historia, para opinar y dudar de las versiones oficiales sobre los hechos. La extensión del fenómeno digital a la portabilidad  de los instrumentos de comunicación transformó a millones de personas en reporteros y averiguadores universales, al dotarlos de equipos que registran realidades, los comunican a distancia instantáneamente y permiten que, a través de miles de aplicaciones en sus celulares, reduzcan sus dudas sobre prácticamente cualquier tema en cosa de segundos.

La diversificación informativa que devino de la Internet, no sólo multiplicó las voces, sino también hizo más asequibles los prejuicios, nacionalismos, estereotipos, dogmas de fe, desconfianzas, informaciones sesgadas y francamente equivocadas, todo lo cual impacta el status quo.

Si lo anterior ocurre con la masa, en las elites con conocimiento experto –léase científicos, médicos, abogados y especialistas de todo tipo- se sucede un fenómeno similar: dejan de hablar a través de un mediador con la población y empiezan a hacerlo directamente a través de sitios web, blogs y grupos afines. Este descubrimiento de que la comunicación viene con la especie y no nace de un especial conocimiento u oficio adquirido, es la gran diferencia.

En este nuevo contexto, donde los medios tradicionales se desestabilizan y pierden protagonismo, la comunicación política del Estado, los dirigentes y sus partidos, también está en proceso de mutación. Sólo que numerosos servidores públicos todavía no lo perciben, no lo creen o no tienen idea de lo que está pasando.

La antigua forma de lidiar con la comunicación política, que consistía en hacer comunicados de prensa, evitar que informaciones negativas llegaran a ser difundidas, mantener relaciones de amistad entre periodistas y otros influenciadores, y refugiarse en el fetiche de la institucionalidad cuando el problema pasaba a mayores, lisa y llanamente es imposible de practicar consistentemente en el mundo de hoy. Y será aún menos viable en la medida que más personas –electores y ciudadanos- se incorporen al mundo digital.

TAGS: Quinto Aniversario

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Comentarios

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21 de abril

Muy de acuerdo contigo. Solo decir que el descontento civil hacia la élite gobernante no es consecuencia de la era digital. En la antigüedad el descontento se acumulaba manifestándose con discursos de odio, revoluciones e incluso guerras civiles. La era digital permite a los políticos tomar la temperatura en línea e incluso poder detectar focos de descontento en crecimiento y generar una acción correctiva (como tu columna por ejemplo). La evidencia de que el descontento es justificado, es la nula acción de la misma clase política, están paralizados soportando el temporal, no quieren ceder en nada. Siempre hablaron de transición, nunca dijeron hacia donde. Hoy los ciudadanos están encausando a los políticos hacia un Chile más democrático y transparente. Sin embargo, ante la nula respuesta, nos obligarán a cerrar cesión en twitter y salir a la calle a manifestarnos con menos paciencia de la otorgada hasta ahora. slds

servallas

22 de abril

Estoy de acuerdo, la era digital es muy diferente a periodos anteriores, ello obligará a quien quiera ejercer cargos de elección popular, ejercer liderazgos, o dirigir el estado, a ser una persona que no sólo haga discursos sobre ética, moral y valores ciudadanos asumidos, si no que viva de acuerdo a ellos, quizás se acerque una nueva etapa de personas más íntegras, más verdaderas y quizás más austeras. Pero por otra parte, la misma era dará cabida y visibilidad a los intereses de grupúsculos de presión, pequeños grupos fuertemente cohesionados que intentarán pasar sus objetivos como objetivos ciudadanos, así, algún día del mañana estaremos defendiendo en las calles los derechos de los caníbales.

23 de abril

Aún cuando es tema muy difundido, sin duda el comentario es directo, objetivo y aclaratorio. Mensaje para todos aquellos que «se han quedado en el pasado». Es tiempo de actualizarse y hacer BUEN uso de este medio que me parece facinante. Solo decir que … DEBE ser con responsabilidad, seriedad, respeto y objetividad. Saludos.

24 de abril

«Con el tiempo se ampliaron las facultades de los medios: de básicamente dar cuenta de hechos fijos, se pasó a auscultar la veracidad de éstos, a vigilar las actuaciones de la autoridad, a visibilizar al ciudadano con una historia extraordinaria. Los medios informaban sobre el poder, lo cuestionaban y ejercían de tribunal supremo para la resolución de incertidumbres, a través de sus investigaciones, cuando el poder dejaba de ser creíble.»
Todo ello perfecto hasta cuando el poder de la línea editorial (Léase, quien paga) fue mucho más potente y determinante que la conducta ética y moral del periodista. (A lo mejor, no todos). Antes los periodistas “sustentaban y daban prestigio” a los medios, ahora es la línea editorial la que “sustenta” a los periodistas y si no te gusta, te vas. Se acuerdan de la famosa frase “El Mercurio miente”.
Por eso nació, muy acertadamente por cierto, El Quinto Poder.

25 de abril

Es interesante esa división entre quienes usan la cabeza y la guata… de las autoridades yo esperaría que usaran la cabeza, en general.

De acuerdo a Bauman, el conocimiento de la realidad que deben tener quienes usan la cabeza puede ser empleado de dos formas, el uso «cínico» y el «uso clínico».

En el primer caso, el sujeto piensa una estrategia que le permita explotar las reglas de la realidad a su provecho, sin consideraciones morales o de gustos. En el segundo caso, le ayuda al sujeto a combatir todo aquello que considera incorrecto, dañino o nocivo para su sentido moral.

Así que tenemos, aprovechadores (desde moderados a extremos) y fundamentalistas de sus propias causas (y de las de otros, a veces)…

En un acto de deducción mágica, creo que en realidad los políticos no usan realmente su cabeza… o un 30% a lo sumo… el resto es pura guata… estamos jodidos…

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