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Contra-democracia

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Los chilenos somos capaces de debatir lo indebatible y, al revés, de no debatir lo debatible. Nos sorprendemos y comentamos los que sucede con Belén Hidalgo, pero no tenemos idea de lo que sucede con las sentencias del Tribunal Constitucional. Si casos extremos como el de Belencita nos indignan y nos sumen en la perplejidad, lo que debería llamarnos más la atención es la sumatoria permanente de excentricidades, incomprensibilidades y fenómenos extravagantes que por su número, frecuencia y aparición en los más diversos ámbitos nos deberían estar diciendo algo como síntoma de la sociedad y no mera casualidad.

Hay algunos indicadores de cómo pensar estos impensables. Hay que cambiar el marco teórico y salirse de las patologías del sujeto crítico y del sujeto neurótico que nos han acostumbrado a tomar tanto Kant por un lado, como Freud, por el otro -y, naturalmente, los grandes estándares de la cultura occidental durante los últimos 200 años-. En realidad desde hace unas décadas hemos entrado en la era del sujeto esquizofrénico, como bien teoriza Dany-Robert Dufour en El arte de reducir cabezas.

Una operatoria maravillosa que ha realizado el neoliberalismo consiste en disolver los dos grandes procesos de intelección que constituyen la subjetividad del ser humano. En lo tocante a la conciencia (procesos secundarios) el neoliberalismo liquida definitivamente al sujeto crítico kantiano. Y en lo tocante al inconsciente (procesos primarios) liquida al sujeto neurótico atormentado por la culpa. En lugar de ese sujeto doblemente determinado, prefiere disponer de un sujeto a-crítico y lo más psicotizante posible. 

Es decir, el neoliberalismo propone un sujeto disponible para conectarse con todo, un sujeto flotante, indefinidamente abierto a los flujos comerciales y comunicacionales, permanentemente necesitado de mercancías para consumir y satisfacer sus deseos. Se trata de un sujeto precario, cuya precariedad misma se ofrece en subasta al mercado, que encuentra en ella nuevos espacios para vender sus productos, y se transforma así en el gran proveedor identidades e imágenes de identificación (algo de lo que habla Bauman en “Vida de consumo”).

Ante estos flujos que nos atraviesan, la única forma de sobrevivir digna y enfáticamente es bajo la forma de un esquizofrénico. Esto es lo que nos habla Gilles Deleuze, pero no necesariamente es lo que nos había pronosticado y bendecido mientras estaba vivo. El mundo se ha vuelto deleuziano invirtiendo las tesis y pretensiones de él.

Para Deleuze había una manera de ganarle al capitalismo: desterritorializar más rápido el mundo que el propio capitalismo. Pero él mismo, junto con su gran colaborador Guattari, y los marxistas críticos como Althusser, Ranciere, Badiou, subestimaron la fabulosa velocidad de absorción de los capitales y su fantástica capacidad para recuperarse de la crítica. El neoliberalismo ha realizado el sueño (pesadilla de la razón) de Deleuze. Es en este contexto que debemos pensar los dilemas de la democracia en una etapa de intensa incredulidad ciudadana. Para ello recorreremos el camino abierto por Pierre Rosanvallon en La contra-democracia: La política en la era de la desconfianza.

Apolítica, postpolítica, contrapolítica

La tesis principal de Rosanvallon es que, contrariamente al supuesto refugio en la vida privada, los ciudadanos han descubierto la inanidad del lazo de confianza que pretenden instalar los procedimientos institucionales, potenciando, en cambio, un continente de desafío activo. La desconfianza es un valor cívico esencial dentro de la sociedad del riesgo contemporánea. Sometiendo a escrutinio las políticas públicas, impidiendo y juzgando la vida cotidiana de los ciudadanos, nuevos movimientos sociales se ha convertido en la contra-democracia. Mientras que por un lado la economía promueve los flujos irrestrictos, la movilización negativa busca restringirlos.

Todas las semanas, azuzados por la agenda de los grandes medios, nos encontramos con un gran proselitismo en contra de la concepción que los gobiernos en el poder tienen de la política. A veces inocentemente, otras taimadamente, pero el resultado es casi siempre el mismo. Todo lo que hace el gobierno está mal y todo lo que dice la oposición, esta doblemente mal. Y la mejor caja de resonancia de esta asimetría está en la protesta social, en el cuestionamiento permanente que distintos estratos de la sociedad hacen de las políticas del gobierno, en las críticas y en los descontentos, en los conflictos y en el rechazo por parte de la ciudadanía de lo logrado/legitimado en las urnas. Lo que hace agua en estas críticas mediáticas es en el desconocimiento de que la teoría política que abrazan está un tanto desteñida. Desde las revoluciones francesa, americana y las sudamericanas, las sociedades civiles se han desarrollado muchísimo. Antes se pensaba a la democracia totalmente incluida en las instituciones políticas y parlamentarias, ahora es más abarcante que representatividad.

Democracia parainstitucional

Hay que volver a Alexis De Tocqueville para entender esto, quien decía que la democracia no era un régimen político sino una forma de sociedad, por lo tanto desborda los márgenes meramente institucionales. Pero hay que entender bien el concepto. La contrademocracia no es lo contrario de la democracia, no es su versión negativa que se formula como ataque, sino que es la democracia contraria, su contracara, la democracia de los poderes indirectos diseminados en el cuerpo social, la democracia negativa a la sombra de la democracia positiva (la de la legitimación electoral). Un ejemplo de contrademocracia son las permanentes manifestaciones en la calle, haciendo subsidiaria la apelación a las instituciones representativas. Como la democracia es una forma de sociedad, no equivale está a votar una vez cada 4 años, marcando en un papel una línea, sino que se ejerce de forma constate.

Es cierto que en Chile, a diferencia de Francia, muchos no están convencidos de que las elecciones son “el poder de la última palabra” y que a partir de la elección hay cosas que no se discuten más. Pero más allá de esta nada trivial diferencia queda claro que tanto allá como acá las cosas están cambiando. Hay que tener claro que el problema de la democracia contemporánea es que se pasa fácilmente de la desconfianza positiva a la desconfianza negativa. La democracia actual es un régimen ambiguo porque porta un desarrollo de la actividad ciudadana y mucha capacidad de destruir los fundamentos mismos del sistema.

Esta apelación directa a los ciudadanos conduce a la tentación populista. Es propio del populismo radicalizar la democracia de la vigilancia y del impedimento hasta completar su movimiento hacia la impolítica. La preocupación por inspeccionar la acción de los gobiernos se transforma, en el caso de la contrademocracia, en estigmatización permanente de las autoridades hasta constituir una potencia negativa, radicalmente externa a la sociedad. Con el populismo triunfan las "masas negativas". Así, los opositores contemporáneos ya no se parecen en nada a los antiguos rebeldes o disidentes.

La organización de la desconfianza no alcanza para hacer un relato de la sociedad porque ésta no es la suma de sus partes ni la de sus voces ni las de sus demandas. El gran desafío de la democracia actual, tal como la conocemos hoy, consiste en como articular un régimen de deliberación con uno de decisión. El problema es la filosofía política centrada en uno solo de los dos aspectos: el decisionista o el deliberativo. Hay algo que falta allí.

El nihilismo siempre acecha a la vuelta de la esquina

Entre la contrademocracia de la vigilancia y su caricatura, que se inclina hacia el nihilismo, no hay mucha distancia. Ese es el principal peligro de la contra-democracia. Es fácil pasar de una a la otra. Y ése es el problema del populismo que se cree ver muy difundido en América Latina, que llevaría a lo impolítico. En ese proceso, la preocupación activa y positiva de vigilar la acción de los poderes y de someterlos a la crítica se transforma en una estigmatización compulsiva y permanente de los gobernantes, hasta convertirlos en una suerte de potencia enemiga, radicalmente exterior a la sociedad. Esos impugnadores contemporáneos no designan ningún horizonte; su actitud no los lleva a una acción crítica creativa. Esa gente expresa simplemente, en forma desordenada y furiosa, el hecho de que han dejado de encontrarle sentido a las cosas y son incapaces de hallar su lugar en el mundo. Por otro lado, creen que sólo pueden existir condenando a las elites a los infiernos, sin siquiera intentar tomar el poder para ejercerlo.

Como vemos, enfocando nuestra realidad con las ideas de Rosanvallon, más de un fenómeno resulta, sino aplanado, al menos entrevisto. El conflicto es ineludible en sociedades como las nuestras en donde las síntesis aún no se han hecho y en donde las diferencias de clase son hoy tan fuertes como de costumbre.
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30 de enero

No entendí quizás pero es divergente pensar que el neoliberalismo anula nuestra capaidad crítica, y que por otro lado, nos hacemos más políticamente críticos.

rodrigo1991

06 de febrero

Si, es que la cantidad de palabras me reduce.
En largo, tenemos este marco conceptual que nos domina como sociedad que es el neoliberalismo, como paradigma de la actualidad. Que este presente como fantasma sobre nosotros no implica que este nos afecte a todos, sino que a los sujetos alienados afecta esta incapacidad critica y actitud neurotica.

Luego, hay una parte de la sociedad que reacciona frente a estas politicas alienantes y que reclaman sacarnos de ella para lograr la libertad real algun dia. Esta parte de la sociedad puede ser la vanguardia intelectual, o movimientos proletarios, obreros revolcuioanrios, las FFAA, los poetas, etc.

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