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Así tan puro era mi impuro Chile

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Orgullo sano en la clase alta, respeto digno en la media y cómoda cariñosa sumisión, fiel en la plebe, donde la sola palabra era un contrato protocolizado. Y abarcando a todas las clases sociales, un patriotismo ancestral.

Hace 40 años, ciudades humildísimas, edificación  baja, calles empedradas, mal pavimento, acequias a tajo abierto, alumbrado a gas y parafina. Siempre las recuerdo sino nublada, lloviendo. Esta semioscuridad se prolongaba cinco días con facilidad, manteniendo la tierra permanentemente húmeda. Tranvías urbanos bastante modestos, donde la huasca del cochero que animaba la pareja caballuna, motor de aquellos armatostes, solía acariciar los cuerpos o echar a buen viaje el sombrero, cuando se empacaba la pareja, hecho muy frecuente, tocaba un pito el auriga y aparecía un viejo que hasta entonces dormitaba sobre un jamelgo; enganchaba, luego caballo postillón y los pasajeros salíamos disparados…¡Venturosos tiempos!

Se vivía entonces una pasar bucólico patriarcal. El pueblo, la clase media, la chiquillería, no conocían el tráfago de ahora, en que nos equilibramos entre frustraciones acumuladas y galopante neurosis.

Reinaba la tranquilidad pueblerina, cualquier rotito, en sus días libres lucía orgulloso y feliz una colorida y limpia vestimenta, la mendicidad estaba relegada a unos cuantos despojos del vicio regular, pero no era, como hoy, comercio sistemático corrompedor de niños. Se ingerían alimentos puros, primer y segundo plato, la mayor parte producto de la zona. Alcoholes legítimos que acusaban vendimia. General alegría, la convivencia familiar era una institución, donde padres e hijos aprendían a conocerse mutuamente, se practicaba la tertulia, los temas eran de una variedad interminable. La sobremesa era una costumbre inveterada en la mayoría de las familias, la cena se hacía agradable, tras largas conversaciones, donde la atención saltaba de un tema a otro. Jamás supe cuando terminaban estas charlas, pues a mi edad la lucha contra el sueño era una insensatez y terminaba vencido en mi silla.

Satisfacción unánime, ¡simplezas! Dirán algunos. ¡Nada de eso! Himno al vivir, dulzura belleza, inocencia encantadora en las mujeres y recto mirar en los hombres, unida a indumentaria sencilla, cómoda, como vaso opaco henchido de perfume, a tales hembras, tales hombres.

Pillería sana, bromas nobles, varoniles, un tanto indisciplinados, haciéndole honor a aquel filósofo chino, refiriéndose al bribón que salvará al mundo, como la antítesis del mucílago disciplinado y estructurado.

Juventud, sabiendo tomar del tiempo la oportunidad en la contemplación o la diablura, los deportes, el amor y la jornada definitiva: casas con amplios corredores enladrillados, la cocina con su característico aroma a leña quemada, colgando en un rincón trenzas de ají colorado y ajos, al centro la mesa con hermoso mantel a cuadro tortillas al rescoldo, cazuela, pebre cuchareado, porotos, ajiacos que llamaban a compartir, muros blanqueados, comercio de casa grande y el boliche de la esquina.

Orgullo sano en la clase alta, respeto digno en la media y cómoda cariñosa sumisión, fiel en la plebe, donde la sola palabra era un contrato protocolizado. Y abarcando a todas las clases sociales, un patriotismo ancestral. Recuerdo a ese rotito endieciochado, ebrio de alegría y de vino, con sus ojotas, mejores ropas y su poncho atravesado al hombro, ocurrente, limpia su alma, que aplaudía los desfiles militares con el clásico ¡Viva Chile mierda! y su homóloga, la china, fresca, labios carmesí, mejillas sonrosadas, simpática, luciendo trenzas y multicolor vestido de percal, camino al pueblo sobre cualquier vehículo desvencijado, entre comadres, compadres y amistades, vihuela al brazo, boca llena de carcajadas a gustar la «Noche buena» en sus fondas polvorientas por la muchedumbre  ensordecedora que baila frenéticamente a un ritmo de sube y baja, ponche en leche, horchata con malicia, «Claveles y albahacas para las niñas retacas», tonadas criollas, mejicanas, zamacuecas delirantes y miradas ruborosas por entre el gentío y los taitas. Las horas no se sentían pasar, menos aún la obscuridad, las monedas pasaban generosas en interminables discusiones para obtener el derecho a pagar la cuenta. ¡Acaso mi plata no vale hijuna!, se escuchaba entre hipos, risas y el constante tintinear de espuelas vasos y botellas.

El transcurso del tiempo difícilmente logre borrar tanto  recuerdo hermoso. «La mente del hombre es capaz de todo, porque  todo esta contenida en ella, tanto el pasado como el futuro» aseveró Joseph Conrad.

Era un ambiente pueblerino, tan terreno, tan lejano.

“¡Oh recuerdos, encantos y alegrías
De los pasados días!
¡Oh gratos sueños de color de rosa!
¡Oh dorada ilusión de alas abiertas
Que a la vida despiertas
De nuestra breve primavera hermosa!”

Guasos luciendo guayaberas, abigarradas mantas, enormes guarapones y sobre perniles de cuero, adornando ese andar de vaivén acompasado y de pisar fuerte, como si a cada paso se fueran de bruces. Mujeres con la tradicional indumentaria: manto y basquiña. Chicuelos boquiabiertos y moquillentos colgados de las pretinas de la mamita o del pantalón del taitita, jóvenes aldeanas, risueñas, cruzando la última mirada con aquel muchacho que las contempla bajo los árboles, mientras se retuerce el incipiente bigote. En la plaza, frente al templo, un centenar de caballos ensillados dormitan en espera de sus amos, el lomo perdido bajo la magnífica montura cuya  enjalma o albardilla desaparece entre pellones cochugo y sudaderos, vehículos que se acercan al atrio y que parten veloces; saludos, despedidas, y luego las manos a los pañuelos agitándose en el aire como adioses tardíos.

¡Venturosos tiempos y carnaval de recuerdos!

No obstante algo se incubaba en estas ciudades.

El temor amenazaba los barrios, las organizaciones populares, sindicatos, grupos estudiantiles, comités campesinos, grupos de derechos y libertades civiles, partidos políticos izquierdistas; el comunista, el marxista, el socialista, el mapusista, el budista, el poeta, el curadito, el gay, el revolucionario, el subversivo, por cierto, cualquiera que haciendo uso de sus costumbres, hablara, pidiera o actuara, no comulgando con los nuevos tiempos…NO SE, en esas circunstancias era imposible conjeturar el entrevero de aquel Chile tan libertario.

Nubarrones más negros y horrorosos presagiaban un terrorífico período en la historia de este mi amado país.

———–

Imagen: Wikimedia Commons

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Antonia

20 de agosto

«Orgullo sano en la clase alta, respeto digno en la media y cómoda cariñosa sumisión, fiel en la plebe, donde la sola palabra era un contrato protocolizado». Si usted estudiara historia, en vez de recrear idealizadamente ese país del pasado al cual se refiere, se daría cuenta que está hablando de algo que no existió.

20 de agosto

Antonia
Muy agradecido por su corrección, solo con su intervención y ojala otra más me deja la entrada para tratar el tema de la delincuencia como una saga de tres a cuatro columnas.
En esta columna pretendí (no muy bien) establecer el contraste delincuencial entre el pasado y el presente.
Luego me encantaría abordar aquella coyuntura que dio argumentos para entender la germinación de la delincuencia.
Terminar con una propuesta, esta se sumaría a más de dos decenas de otras, sólo que esta me encantaría discutirla en esta comunidad del Quinto Poder.
Muchas Gracias

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