Revitalizar el movimiento implica actuar con la audacia que demandan las grandes mayorías que aspiran a construir un nuevo Chile. La lucha es eminentemente política y en nosotros reside hoy la responsabilidad de asumir aquello.
La energía desplegada por el movimiento estudiantil el año 2011 permite que las demandas por un cambio estructural en el sistema educativo continúen en la agenda política nacional. Aun teniendo en contra el natural reflujo de un año excepcional, el apoyo no decae y las movilizaciones siguen siendo multitudinarias. De ello no hay duda, como tampoco respecto a la constancia y virulencia de los ataques provenientes de parte de quienes buscan eternizar el fracaso del modelo.
Todas las encuestas arrojan cifras favorables al movimiento estudiantil. El apoyo ciudadano se mantiene. La permanencia en la agenda política -pese al contexto electoral municipal- habla de un movimiento que vino para quedarse. Incluso, realizando el simple ejercicio de comparar el respaldo otorgado al movimiento estudiantil con el apoyo recibido por las coaliciones binominales, podríamos fácilmente concluir que corremos con una ventaja digna de Usain Bolt. La Alianza y la Concertación, aun sumando sus porcentajes de aprobación, son incapaces de pisar siquiera nuestra sombra.
Sin embargo, lo anterior no es plenamente satisfactorio para quienes buscamos algo más que ganar en los números. Hoy, la verdadera batalla sigue estando más allá de las lucas de caridad del presupuesto educacional 2013. Lo sustancial es dirigir la acción política hacia las cuestiones estructurales. Este juicio cobra vital importancia cuando reconocemos que el amplio apoyo recibido puede interpretarse, en efecto, como la necesidad que tiene la ciudadanía de enfrentar con mayor audacia una institucionalidad que consagra desigualdades en diversas áreas de la sociedad.
Transcurrido ya un tiempo desde el vertiginoso pero esperanzador año 2011, podemos analizar con mayor detención nuestras estrategias. Quizá en su minuto no fue advertido con total claridad, pero hoy ya es posible observar que todas las salidas posibles ensayadas durante el 2011 para resolver el “conflicto estudiantil” no consideraron la profundidad de lo que estaba en juego. Como hoy, el año pasado no se discurría únicamente sobre cómo cambiar el sistema educativo sino acerca de la modificación de todo un sistema que día a día se hace insoportable para grupos muy diversos que terminan por conformar el 99% de los chilenos. Nuestra estrategia no fue consistente con ese diagnóstico.
Los diálogos con el gobierno y el parlamento no arrojaron resultados sustanciales y sólo constituyeron maniobras dilatorias de la élite política. Mientras el gobierno avanzó progresivamente hacia el atrincheramiento ideológico (nombramiento del ministro Beyer), el contubernio Alianza-Concertación esterilizó la estrategia de diálogo con el Congreso.
Entonces, ¿qué perspectivas tenemos como movimiento estudiantil para propiciar una nueva etapa político-social en Chile? ¿Vamos a seguir confiándoles la solución a aquellos que son parte del problema? ¿Favorece a nuestros objetivos jugar en la cancha de los defensores del modelo y con las reglas que a ellos más les acomoda?
Actualmente, el movimiento estudiantil se mueve gracias a la onda expansiva de un fabuloso 2011. Naturalmente, esa energía desaparecerá en algún momento. Revitalizar el movimiento implica actuar con la audacia que demandan las grandes mayorías que aspiran a construir un nuevo Chile. Es preciso entender que la batalla no es exclusivamente educacional, no es gremial y mucho menos aún coyuntural. La lucha es eminentemente política y en nosotros reside hoy la responsabilidad de asumir aquello.
Cuando la política es una de las actividades denostadas por la propia clase política, se hace urgente asumir su reivindicación. El quiebre cultural implica resignificar la política como un actuar colectivo en pos de las grandes transformaciones sociales. Para hacernos cargo de las demandas hoy mayoritarias, los movimientos y las organizaciones políticas emergentes debemos participar en las próximas elecciones con un candidato presidencial y con un programa definido democráticamente. Disputar y conquistar el poder resulta clave para cumplir un objetivo histórico fundamental: devolver el poder a su legítimo dueño, el pueblo.
Asimismo, la batalla política por excelencia debe encaminarse a romper la muralla con la que seguimos chocando. Si no somos capaces de superar esta etapa embrionaria del movimiento social y no apostamos a la transformación social por medio de una Asamblea Constituyente, entonces seguiremos condenando al pantano a nuestros compatriotas.
En la Asamblea Constituyente se materializan los anhelos y esperanzas de un futuro de dignidad para todos. Ella es el punto de encuentro de aquellos que no sólo estamos indignados sino hasta los cojones. Hemos remecido la calma de una ciudadanía que parecía ya rendida y, por tanto, depende de nosotros que el apoyo se mantenga con un ritmo estable y creciente. Ello ocurrirá solo si somos audaces y consecuentes hasta el final.
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Foto: simenon / Licencia CC
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Comentarios
09 de noviembre
Si Chile se cree este cuento, en realidad juega con su libertad, una cosa es pedir educación de acuerdo a la realidad país, y que me parece que la solución va por el arancel diferenciado y el estudio del real costo de las carreras , se debe colocar allí unos máximos de cobros y el que no le gusta que se vaya a hacer universidades privadas a la China, y la otra es entregar el país en bandeja a grupos que tienen agendas internacionales no asociadas con la libertad.
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