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Reconstrucción inteligente. Sentido común

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Para comenzar debo aclarar que ésta columna debe entenderse como la segunda parte de otra previa titulada pensando las ciudades del futuro, construyendo las ciudades del pasado. En esa ocasión había manifestado que existen dos cosas que podemos aprender a valorar de los desastres naturales, sobre todo en su etapa reconstructiva; primero, nos permiten comprender que constituyen oportunidades efectivas de rehacer ciudades de manera amigable, mediante un fuerte énfasis en los espacios públicos y el bien común; y en segundo lugar, una oportunidad importante para hacer de las ciudades espacios habitables inteligentes, eficientes y sustentables. En esta ocasión desarrollaré el segundo punto tratando de articular finalmente ambas propuestas, no sin antes exponer algunos hechos a considerar dado el alto dinamismo de la geografía chilena y la versatilidad climática que, como hemos apreciado esta semana, unida a la falta de planificación urbana, seguirá generando desastres una y otra vez sin sacar jamás una lección.


Se hace urgente preguntarnos cómo enfrentarán nuestras ciudades estas amenazas. Tal como están configuradas actualmente, el riesgo que corren de sufrir daños en personas humanas, daños materiales y simbólicos, es catastrófico.

Chile posee algo más de 6 mil kilómetros de costa, esto es importante porque según estimaciones científicas, para el año 2100 el mar crecerá entre 0,18m a 2m de altura y 136 grandes ciudades se verán directamente afectadas (40 millones de personas en riesgo en esas ciudades y 3 billones de dólares de activos en riesgo). Esto significa que nuestras ciudades costeras deberán adaptarse a esta situación en el mediano plazo, para en el futuro resistir los vaivenes del mar. Desde el punto de vista telúrico, el norte de Chile vive con la latencia de un sismo de gran magnitud desde 1877 (último terremoto tsunamigénico en esa zona) sumado al dato que el terremoto del 1 de abril de 2014 en Iquique, sólo liberó un 35% de la energía acumulada desde entonces. En resumen, gran parte de las ciudades del país viven con la amenaza de ver reducido su espacio habitable producto del aumento del nivel del mar y los habitantes de la macro zona norte de Chile conviven con la latencia de un terremoto tsunamigénico de gran magnitud.

Se hace imperativo, entonces, pensar las ciudades para las generaciones futuras —ciertamente no podemos construirlas con las herramientas del presente, así como en el siglo XX no se podía pensar en construir las ciudades del siglo XXI— pero la ventaja que tenemos es que al menos conocemos algunas características de este presente-futuro que por todos lados aparece líquido. La modernidad está licuada, nuestras instituciones y relaciones personales ya no tienen la perdurabilidad previa, en términos generales es la sociedad misma la que se presenta incierta y endeble; del mismo modo el futuro aparece literalmente licuado, con una elevación del nivel del mar y un aumento considerable en la frecuencia de mega tormentas (como Katrina y Sandy) e inundaciones a causa del cambio climático. De esta forma, la solución no parece ser la resistencia, sino más bien la adaptabilidad.

Es por ello que se hace urgente preguntarnos cómo enfrentarán nuestras ciudades estas amenazas. Tal como están configuradas actualmente, el riesgo que corren de sufrir daños en personas humanas, daños materiales y simbólicos, es catastrófico. Sin embargo existen ejemplos que deben ser replicados ya que han demostrado, en base a diseños inteligentes, que es posible concretarlos (ni siquiera con altos costos tecnológicos ni el requerimiento de ciencia espacial, sino simplemente sentido común: arcaico y primitivo) pero van acompañados como condición sine qua non, la participación ciudadana.

Un ejemplo: tras el terremoto del 27-F de 2010, Constitución fue una de las ciudades más afectadas por el posterior tsunami. Pasada la catástrofe, dice Alejandro Aravena (arquitecto encargado del rediseño del emplazamiento urbano de la ciudad) la tarea era reconstruir, pero sólo contaban con 100 días y 2 meses para hacer el diseño completo. Después de desechar alternativas como la prohibición de construir en la zona de inundación (puesto que la gente construiría ahí de todas formas) y el levantamiento de un muro para contener futuras inundaciones (el tsunami de Japón el 2011 demostró que resistir las fuerzas de la naturaleza es algo inútil) se optó por el diseño participativo. La tercera alternativa contaba, efectivamente, con la opinión de los habitantes de Constitución y, si bien entendían que pensar en la vulnerabilidad de ciertas zonas de la ciudad ante un evento tsunamigénico era algo sensato, ésta amenaza era un riesgo futuro, aun cuando todos los años el desastre estaba ligado a las crecidas del río por las lluvias en invierno. Sus habitantes agregaron que la vida de la ciudad, su identidad no giraba en torno a los edificios que habían sucumbido al terremoto, sino que estaba ligada al río, al cual tenían escaso o nulo acceso público dado que su ribera era propiedad privada. Al hablar de espacio público, este era precario y lastimero; sin embargo, la tercera vía, la participativa, contemplaba precisamente la recuperación de ese terreno adyacente al río para convertirlo en un espacio público comunitario: esto es sentido común, lisa y llanamente. En cuanto al asumir el riesgo de inundaciones por las crecidas del río, se optó por levantar un bosque de mitigación en vez de resistir inútilmente las fuerzas de la naturaleza mediante la construcción de un muro, de esta forma lo que se buscaba era laminar el agua para evitar el anegamiento. Si bien los recursos eran bastante elevados (el costo alcanzaba los USD $48 millones) pronto se dieron cuenta que había tres ministerios con tres proyectos distintos exactamente para el mismo lugar, sin que ninguno de ellos supiera de la existencia de los demás, sin embargo, los tres proyectos sumaban USD $52 millones, así que el dinero ya no suponía un problema, el problema era la eficiencia en la coordinación de la inversión pública; esto es eficiencia y capacidad de síntesis.

Pensar y construir ciudades inteligentes no sólo requiere prestar atención a la sustentabilidad y eficiencia, sino además requiere construirlas de forma participativa, como dice Iván Illich «el desarrollo económico ha impedido por doquier, y quizá ha hecho de todo imposible, una vida activa creadora de espacios habitables», cuando lo necesario es atender de lleno a las necesidades de la gente y no los intereses mezquinos de grupos económicos, a través del negocio inmobiliario y especulativo, que ven en los desastres naturales la oportunidad por excelencia de aumentar su capital.

TAGS: Ciudades Planificación Urbana

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02 de abril

TIENE TODA LA RAZÓN EL COLUMNISTA. ESTUDIE GEOGRAFÍA EN EL PEDAGÓGICO DE LA CHILE Y ME TOCÓ EN SUERTE HACER UN TRABAJO DE INVESTIGACIÓN EN GEOGRAFÍA HUMANA ACERCA DE EL SITIO GEOGRÁFICO Y ALLÍ ENTRE OTRAS COSAS ME CORRESPONDIÓ ENTENDER QUE LAS POTENCIALIDADES FÍSICAS, ECONÓMICAS Y HUMANAS DE TODO SITIO GEOGRÁFICO LE CORRESPONDE VER LA ADAPTABILIDAD Y SUSTENTABILIDAD COMO SEÑALA EL AUTOR. CHILE ES UN LARGO PAÍS ( distintos climas y paisajes) COLGADO A UNA GRAN CORDILLERA Y CON UN MAR QUE EN EL NORTE TIENE UNA GRAN PROFUNDIDAD ( desequilibrio ) TENEMOS LA NORMA DE CONSTRUIR CIUDADES CON OTROS CRITERIOS QUE ESCAPAN A ESTAS NORMAS QUE DEBIERAN RESPETARSE DE MODO OBLIGADO. A LA CARACTERÍSTICA DE SER UN PAÍS SÍSMICO DEBEMOS AGREGAR QUE PRIORIZAMOS ELEMENTOS ECONÓMICOS QUE SUELEN SER MUY VOLÁTILES. DICE MUY BIEN EL SEÑOR VILLANUEVA LO QUE DICE….. SALUDOS

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