Se retiró la ordenanza, pero quedó la idea. Por unas horas se dijo que no se podría mendigar en Santiago. Estaría prohibido. No se podría estar sin hacer nada mostrando harapos en medio del trajín diario, de la gente con caras de preocupados y con la lucidez propia de un país civilizado.
Cuando supe la noticia pensé en todos esos hombres que acompañan con la mirada perdida la normalidad -demasiado anormal- de un Santiago demasiado estresado, y demasiado listo para dar el paso hacia el desarrollo final y transformarse en una gran ciudad. O mejor dicho, para dar un paso de lo que se cree debe ser el desarrollo final.Tal vez es el reflejo de un país que está pidiendo muchos derechos para hacer cosas, pero se olvida de quienes tienen el mismo derecho para no hacer nada.
Tal vez es el reflejo de un país que está pidiendo muchos derechos para hacer cosas, pero se olvida de quienes tienen el mismo derecho para no hacer nada. Para sentarse en la calle, en una esquina y ver esta supuesta normalidad con la mano alzada esperando que una moneda caiga sobre su palma o sobre todo tipo de gorros, o simples paños en donde el sobrante dinero del santiaguino pueda caer.
¿Por qué le tememos a quienes pueden hacer lo que se les plazca con desparpajo sin mirarle la cara a nadie? Tal vez porque le tenemos terror a ese desparpajo, al mostrar largas barbas, ropas usadas hasta el cansancio y un sinfín de cosas que rompen nuestras expectativas de ser algo que no somos, y de vivir en un continente en el que no vivimos.
Le tenemos miedo a ese Chile del pasado en el que el mendigar era parte de la cultura, y en donde los mendigos formaban parte de ese país real que se nos ponía enfrente. Porque, tal vez, no teníamos tanto miedo al qué dirán, y sus desguañangadas ropas que nos recordaban la miseria y la pobreza. Al contrario, hoy esta miseria y esta pobreza está solamente en los grandes gráficos, en los “papers” sobre economía y en la boca de todo teórico que busca expresar la “realidad social de Chile”.
No los queremos cerca. Nos dan asco sus formas, sus olores y sus ojos mirando hacia la nada. ¿Cómo es posible que alguien mire hacia la nada en una sociedad en la que hay tanto por hacer? Se preguntan los obsesivos por la acción, por el moverse y ganar y sudar y llegar a la casa cansados para sentirse mejores personas.
La prohibición del mendigo, es la prohibición de la realidad. Es la castración del sentido de calle, del país marginal y de quien con su silueta y sus gritos y alaridos nos dice lo equivocados que estamos. Porque somos parte de un mismo pavimento, de un mismo lugar en donde las individualidades exacerbadas no son más que la negación de lo social, de lo palpitante en algo que se hace llamar a sí mismo ciudadanía.
Porque ser ciudadano no consiste solamente en pagar impuestos o vestirse bien y “contribuir” con el trabajo. Parte fundamental de ser ciudadano también es mirar hacia el lado al otro -o al prójimo si es que nos ponemos cristianos- y tenerlo presente, aceptándolo no sólo con la palabra sino también con la acción, dejando de lado los grandes discursos y las teorías filosóficas para ver. Simplemente viendo dejaremos de lado los inmensos prejuicios de un país que se comporta como algo que no es. Como algo que sus conformantes no quieren ser pero están obligados a serlo porque está bien visto.
Comentarios
29 de octubre
Es lógica esta «cruzada» contra la pobreza de la alcaldesa Tohá que intentó prohibir el tránsito de mendigos por la Plaza de Armas. Lo es porque los neoliberales, ella lo es, su coalición de gobierno también, son tan ineficientes políticamente hablando que al no poder solucionar nuestros problemas, como de hecho lo son la miseria o las demandas por una educación al modo que lo exigen los estudiantes, prefieren esconderlos.
Por desgracia para ellos y para beneficio de todos nosotros, a los sectores populares me refiero, llega un momento en que el sol no puede taparse con un dedo. Tal vez por eso y considerando el total del universo de votantes con derecho a sufragar en las pasadas elecciones que la llevaron a la alcaldía de Santiago, no lograra siquiera superar el umbral del 10% de aprobación. Esa es la legitimidad que reivindica esta falaz Nueva Mayoría.
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29 de octubre
Muy de acuerdo con la columna! Aun hay grandes necesidades en Chile y un nivel de vulnerabilidad gigantesco, que tratan de tapar con un dedo para seguir sientiendose los ´´jaguares de america´´
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