El título de esta columna podría ser el corolario de un conjunto de estudios respecto a nuestro Chile urbano. Por ejemplo, podría ser la consecuencia del realizado en 2001 por Garín, Salvo y Bravo respecto a la segregación espacial urbana en Chile, sus determinantes y efectos. Podría ser también la consecuencia lógica del estudio en 2007 de Hidalgo, Zunnino y Álvarez, donde se refieren al acceso desigual a los bienes urbanos en las ciudades segregadas de Chile. Podría ser incluso el resultado del estudio antropológico comparativo de Márquez en 2003, que nos entrega una narrativa de los efectos de la segregación urbana en la identidad comunitaria y nacional. Pero no es sólo eso, es la vivencia misma de nuestra experiencia con la vida urbana.
En los estudios hay un marcador común: el control mercantil del suelo genera un patrón histórico de segregación. El argumento lineal del neoliberalismo dice que la ciudad se ordenaría en acuerdo a la capacidad de “mano invisible” del mercado. El orden, casi por diseño neoliberal, ha implicado distintos efectos en los espacios urbanos: asentamientos de viviendas sociales en espacios sin acceso a bienes urbanos diferentes a los más básicos, demandas a un sistema de transporte que debe responder a la movilidad diaria de la población, gentrificación de espacios con acceso a bienes urbanos, planificación urbana basada en la exclusividad social, migración intra-urbana.
Entre los efectos sociales de estos patrones de aislamiento espacial de comunidades están: el incremento diferencial de desempleo juvenil y delincuencia; el incremento de los tiempos de desplazamiento para acceder a trabajo, bienes y servicios urbanos; la consolidación de desigualdades; la pérdida de control territorial colectivo. Adicionalmente, se ve que el antiguo patrón de fragmentación social comunal ha dado lugar a un patrón de fragmentación social localizado, expresado en el cierre de pasajes, villas, y condominios. En dichos de Márquez, vivimos en ciudades de fronteras. Lo único que nos aglutina es el simbolismo de la comunidad imaginaria a la que llamamos Chile. Las personas vivimos en micro-espacios, y cada vez más perdemos el sentido de vivir la diversidad, buscando vivir como iguales. Vivimos en ciudades precarias, en precariópolis, a decir de Hidalgo y sus colegas.
Pero, incluso, la privatización del suelo y los territorios tiene consecuencias políticas. Una de ellas es la falta de poder institucional para el control territorial de comunidades en las que se limitan los derechos de las personas. Aún el argumento principista de que es “propiedad privada” no sirve para garantizar derechos a quiénes acuden a lugares de trabajo totalmente desprotegidos. Estos espacios no solo ungen a una minoría con la privatización de la vida para justificar atropellos, sino que además generan modelos nuevos de ciudadanía que están en conflicto con la constitución misma de comunidades nacionales.
La motivación de esta columna nace del episodio de la exclusión de las nanas y obreros de caminar en un condominio. En particular de la reacción de la señora del video adjunto y las repercusiones que causa. El escándalo contra esta señora me parece un poco exagerado, quizá porque no es una anécdota, sino una forma de vivir que muchos compatriotas han sentido y sienten constantemente, especialmente en los centros urbanos más poblados. Los carteros tienen “zonas rojas” donde no llega el correo, empresas privadas se reservan el derecho de revisar las pertenencias de sus trabajadores, se instalan universidades en la “cota mil,” hay “Plaza Italia pa’ abajo” y “Plaza Italia pa’ arriba.” Toda la cultura de exclusividad sobre la que se teje lo peor del clasismo chileno.
La segregación territorial tiene profundas consecuencias valóricas. Se opta por la privacidad, seguridad, homogeneidad social e individualismo, y se rechazan la vida comunitaria, la diversidad y la tolerancia. Esos son los profundos cambios que se instalan con las agrupaciones urbanas fortificadas, que incluyen conjuntos residenciales y empresas. No se trata sólo de condenar los dichos de una señora (muchos rechazan a la señora misma). Se trata de rechazar el fundamento estructural que permite el surgimiento de una cultura de segregación, y a la vez imaginar nuevos valores y nuevas culturas de relación social. ¿Podremos superar la Precariópolis como forma de vida?
Comentarios
15 de enero
Hola. No cargaría la mata al neoliberalismo en este triste episosio. Una mirada a la historia urbana de Santiago nos permite descubrir que la segregación social echa raíces en el siglo XIX y quizás en provincias el patrón sea similar. Ergo, Inés Pérez y su sombrió juicio solamente es una réplica a un onda que inicio su movimiento el siglo antepasado
El problema grave que vislumbro es que estamos en el año 2012 y pese a la indignación que despierta este episodio, aún no hemos aprendido las lecciones. Así las cosas, hay Precariópolis para rato.
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16 de enero
Yo no estoy tan seguro de que el neoliberalismo no tenga algo de culpabilidad. Si bien estoy de acuerdo con lo que tu dices sobre la historia urbana, en que siempre ha tenido segregación, el fenómeno de liberalización del mercado del suelo ha tenido impactos importantes en la creación de ghettos.
La «erradicación» de los campamentos se hizo con criterios absolutamente neoliberales, instalando poblaciones en lugares cuya urbanización es precaria. Ello no es producto de una planificación urbana, sino el simple resultado del valor del suelo.
Saludos.
16 de enero
Por cierto, si a alguien le interesa más el tema, acá hay un interesante link de un trabajo desde donde tomé el título de la entrada http://www.ub.edu/geocrit/-xcol/434.htm
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