Pocas veces nos detenemos a pensar en la importancia de la vivienda. Es probable que lo hagamos pero no siempre apuntando a su esencia o temática principal. Si lo hacemos, es infrecuente que lo relacionemos con fenómenos como la pobreza, pues ésta la centramos o hacemos descansar en un tema neto de ingresos, relacionando el bienestar con un asunto numérico. La vivienda, entonces, rara vez entra dentro de nuestras mayores preocupaciones, le asignamos un papel importante, pero secundario. Creemos que la falta de vivienda tiene que ver con la falta de dinero: no se tiene vivienda porque no tenemos suficiente dinero, por lo cual hay que conseguir más dinero o generar las condiciones para que los pobres tengan más dinero, y de esa forma adquieran mejores viviendas.
El tema de la vivienda, en su esencia, se hace descansar en un aspecto equivocado y aunque un poco irrelevante dice mucho de cómo entendemos el problema. El concepto o frase “pan, techo y abrigo” contiene un error, ya que la esencia de una vivienda no es el techo. Una casa puede ser hecha de distintos materiales: en teoría, y en la práctica, cualquier cosa puede ser una vivienda; un automóvil, una casa rodante, un vagón de tren, un container, una tienda de circo. Cuando se habla del “derecho a la vivienda”, por lo demás, se apunta a que los pobres puedan tener una casa, pero no se define de qué tipo, de qué forma y tamaño y con cuántos pisos. Todo eso nos lleva a una discusión que, aunque bienintencionada, no tiene una solución clara.El problema de una persona sin vivienda no es la falta de techo, ni siquiera de paredes, sino la falta de un espacio al cual delimitar y hacer propio.
Y es difícil que la tenga pues la esencia de una casa está en el espacio, que es lo que una persona pobre no tiene. Los vagabundos, por ejemplo, no cuentan con espacio propio. Carecen de él, y por eso deben acomodarse en cualquier parte. Tampoco pueden delimitar su propio espacio personal, cerrándolo para que otra persona no lo invada. Es esto lo que una persona no tiene, pierde o no puede adquirir. Y al perderlo, tiene la necesidad o queda en la indefensión de tener que amontonarse o acumularse en un espacio público donde no puede delimitar ni establecer sus propios límites.
Si bien puede parecer desapegado e insensible, el derecho a la vivienda está mal definido y sería mejor hablar del derecho al suelo. A partir de este derecho podemos construir el derecho a la vivienda. Si el Estado se ocupa de entregar y garantizar espacio a las personas, se podría pensar en alternativas como que éste financie el suelo de una vivienda, o que aplique políticas para conseguir que todos tengan un espacio dentro de la ciudad. Sin embargo, también se debe considerar que una vivienda no puede ser ofrecida íntegramente, debido a las diferencias de gustos, necesidades, y a las mismas diferencias entre los distintos tipos de vivienda. Se puede contar con casas que floten, como barcos, así como tiendas ricamente decoradas: o bien con casas rodantes, o con materiales reciclados para convertirse en viviendas. Todos estos aspectos son enormemente variables, cambian según las personas, la época, el poder adquisitivo y los gustos personales. Pero encontraremos un denominador común, que es aquello común a todas las viviendas, salvo que flote en un río o a la orilla del mar, aunque aún en este caso se proyecta como una sombra sobre la superficie de la Tierra.
Si nos centramos en este aspecto, podemos construir una noción de vivienda, a la vez más generosa y también más práctica. Práctica en el sentido que es posible implementarla y llevarla a cabo, para garantizar y ayudar a que toda persona tenga su espacio (literalmente) dentro de la sociedad. Pues si nos centramos en la vivienda, es posible que no lleguemos a un acuerdo, mientras si lo hacemos en lo su basamento podríamos llegar a ciertas conclusiones. El problema de una persona sin vivienda no es la falta de techo, ni siquiera de paredes, sino la falta de un espacio al cual delimitar y hacer propio. La falta de intimidad, de propiedad privada personal, que se fundamenta en el derecho a un trozo de tierra, por el hecho de vivir sobre un planeta que no hemos creado ni generado. Esto es muy distinto de querer tener derecho a cosas o actividades que no hemos producido, por ejemplo, una máquina o un objeto, por el cual debemos reconocer la labor de quien la creó por medio de un pago, o de ofrecer algo a cambio. Si asumimos estas diferencias y las aplicamos de manera sensata e inteligente, con una mirada transversal, podríamos resolver muchos problemas por el hecho de combinar y no de excluir distintos tipos de soluciones para distintos tipos de problemas.
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