Pareciera ser que desde hace un tiempo a esta parte, el término Smart City se instaló con fuerza como el nuevo lugar común del urbanismo. Aquello que se dice Smart está al día en lo que hacer ciudad y planificación se refiere. Mucho se ha escrito a favor y en contra del concepto de Smart City, por lo que esta columna no busca hacer eco de estos discursos sino más bien compartir una reflexión acerca de qué tan cerca o qué tan lejos están nuestras ciudades de ser inteligentes. Esto, a raíz de una invitación que nos hicieron en Ciudad Emergente para participar del Smart City Expo en la ciudad de Puebla, un evento internacional de ciudades inteligentes con 165 ponentes, 80 expositores y cerca de 8.000 visitantes de 36 países llevado a cabo el pasado mes de febrero en México.
Seguramente, si le preguntamos a un ciudadano de a pie acerca de si su ciudad es inteligente, me atrevería a decir que el 90% de las personas nos responderían con una carcajada, o al menos con una leve sonrisa de vergüenza o ironía. Puede que un cierto dejo de arrogancia dificil de disociar del término nos haga pensar que estamos lejos de eso. Lo cierto es que, con la cantidad de desafíos y problemas urbanos no resueltos, resulta complicado pensar que vivimos en una ciudad inteligente. ¿O quizás no es para la risa, y es que depende de cómo midamos esa ciudad inteligente?Una ciudad inteligente no debería medirse por la cantidad de aplicaciones inteligentes que usamos, nuestra conexión a internet o los artefactos de última generación que llevamos en nuestros bolsillos, si no más bien por algo mucho más económico y no por ello menos fácil de alcanzar. Me refiero a las actitudes que llevamos incorporadas en nuestro cerebro.
Ciudad Inteligente en nuestros bolsillos: Con esto me refiero a aquellos ciudadanos Smart Lovers, o dicho de otro modo, aquellos usuarios frecuentes de aplicaciones como Waze, Uber, BikeSantiago, EasyTaxi u otras aplicaciones. En el Smart City Expo en la ciudad de Puebla México, aplicaciones similares a Estas representan, sin lugar a dudas, la quintaesencia de lo que se entiende por Smart City, al menos en lo que a movilidad urbana se refiere. Sin duda estas aplicaciones hacen nuestros viajes más eficientes, cómodos y seguros. Pero sabemos que no todos tenemos acceso a smartphones, pese a que la cantidad de teléfonos celulares llega en Chile a más de 23 millones (¡hay más celulares que personas!) y la penetración de internet es de 66,7%, siendo la más alta de Latinoamérica. Bajo esa premisa, aquellos que gozan de estas tecnologías estarían cerca de vivir la experiencia de una Smart City, versus aquellos que no tienen los artefactos o aplicaciones que estarían siendo parte de los no inteligentes.
Esta reflexión simplista se cae por su propio peso, principalmente porque la ciudad inteligente no debería medirse por la cantidad de aplicaciones inteligentes que usamos, nuestra conexión a internet o los artefactos de última generación que llevamos en nuestros bolsillos, si no más bien por algo mucho más económico y no por ello menos fácil de alcanzar. Me refiero a las actitudes que llevamos incorporadas en nuestro cerebro.
Seguramente, si un conocido nos dice que todos los meses se ahorra una suma importante de dinero por desenchufar sus artefactos cuando no los está utilizando (evitando lo que se conoce como consumo vampiro), o bien, que su auto lo comparte con su vecino o con un colega para hacer el trayecto del trabajo a la casa, esas personas están ejerciendo una actitud inteligente digna de trending topic. Al menos así lo entendió la Asociación Chilena de Eficiencia Energética (AChEE) cuando lanzó #PrimeroCambioYo, una campaña para relevar cómo pequeñas acciones pueden generar grandes cambios en lo que ahorro energético se refiere. En esa línea, lo Smart estaría ubicado en un lugar más cercano a las actitudes de las personas, que a los artefactos o aplicaciones de última moda.
Ciudad inteligente en nuestra cabeza: cómo hacer pegajosas esas actitudes de maneras que “infecten” las cabezas de millones de personas podría ser lo más inteligente que uno podría desarrollar en lo que Smart City se refiere. Si Plaza Sésamo logró a principios de los años 70 “infectar” a millones de padres y niños con la idea de educar a partir de la entretención, sería bueno ya en el siglo XXI pensar seriamente en cómo viralizar buenas prácticas que logren cambiar nuestros malos hábitos urbanos – optar por una bicicleta pública en vez del auto privado para tramos de menos de 10 km; compostar nuestros desechos orgánicos domiciliarios en vez saturar los rellenos sanitarios con basura que no es basura; al comprar evitar la bolsita de plástico que dura en nuestras manos 15 minutos y demora 500 o mil años en degradarse… Y así, reflexionar sobre un sin número de acciones cotidianas que ejercemos y que pueden impactar de forma positiva en mejorar nuestra calidad de vida en el corto y largo plazo.
Son muchos los que día a día ponen en práctica hábitos dignos de destacar como ejemplos de ciudad inteligente. En el discurso de las Smart Cities, eso se traduciría en pasar de solo destacar los artefactos, a relevar las actitudes inteligentes. Quizás de esa forma nos daremos cuenta cuándo la ciudad se hizo efectivamente inteligente.
Javier Vergara Petrescu
Director Ejecutivo de Ciudad Emergente
@vergarapetrescu
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