Si hace doscientos años por la Alameda transitaban carruajes con caballos ¿Por qué hoy no puede ir un auto tranquilo al lado de una bici sin molestarse? La calle no se inventó para el auto
La realidad de Santiago es aplicable solo a ciudades contaminadas, segregadas, densificadas y mal planificadas. La realidad de sus calzadas se opone diariamente a la realidad de automovilistas luchando con ciclistas. Un auto no se compara, ni en fuerza ni en dimensiones, al ínfimo espacio utilizado por un individuo maniobrando su bicicleta. Por lo mismo nacen las exigencias de quienes conducen a diario esquivando a los automovilistas y de ciclistas esquivando a diario a automovilistas.
Por muchos, la calle es concebida exclusivamente para vehículos motorizados; lo cierto es que por ella pueden transitar también otros vehículos. Y por la calle transitan camiones de carga pesada, taxis, buses oruga, el camión de la basura, camioncitos 3/4, motos y últimamente y con mucha frecuencia: bicicletas. Pero ¿Qué molesta de las bicis? ¿ Por qué la bocina en sus orejas para que se aparten? ¿Por qué bajar el vidrio y gritarles: «¡Córrete!»?.
Pensar una ciudad eficiente nos llama a incluir grandes veredas, paseos, corredores para transporte público, otro para vehículos de emergencia, árboles, pasto y ciclovías. Sin embargo, movemos nuestros ojos a la capital de Chile y descubrimos grandes corredores para transporte público, en general, dos vías para automóviles, veredas molestas de tanto kiosco y publicidad y unas líneas pavimentadas que sugieren un uso ciclístico. Lejos de ser una medida irrisoria e indigna, delata la poca preocupación de las autoridades para quienes requieren andar en su bicicleta.
Si hace doscientos años por la Alameda transitaban carruajes con caballos ¿Por qué hoy no puede ir un auto tranquilo al lado de una bici sin molestarse? La calle no se inventó para el auto. Brasilia es un ejemplo de ciudad amplia y aparentemente desocupada de gente; sus calles son tan anchas que perfectamente caben autos y bicicletas felices. En Holanda, hace cuatro décadas, llevaban a cabo una de las protestas más grandes recordadas por el mundo, para abolir la dominación del automóvil en sus ciudades. Miles de personas se acostaban con su bicicleta en la calle para manifestar su preocupación y molestia por las constantes imprudencias de automovilistas.
En este tema que poco preocupa a las autoridades-autoridades, no se trata de qué es más válido, qué está mejor o qué contamina menos, ya que claramente contamina menos y se ejercita más alguien que camina o pedalea, frente a alguien que mueve sus pies para acelerar y frenar. Pero el fundamentalismo es personal y no aplica ese juicio. Compartir la calle implica tener presente que por el lado mío va un conductor o un ciclista, según sea el caso, por tanto y, como para todo lo que se desarrolla en una calzada pública, hay que tener precaución.
Compartir la calle significa respetar al ciclista y esperar tener espacio para esquivarlo si es que se desea adelantar. Significa (en el caso del ciclista) orillarse y no zigzaguear. Significa para ambos ahorrarse la molestia de levantar sus dedos mayores, porque hay vidas en juego. La vida del ciclista vale lo mismo que la del conductor, que la del peatón que cruza la calle y que la de los demás conductores que van cerca. Si en Santiago se han instalado «bicianimitas», es porque el apuro, las faltas de respeto y cordura primaron por sobre el gesto de compartir, y es necesario recordarlo. Ejemplos locales y apartados como la ciclovías de Providencia, otras en Santiago Centro, Las Condes y Maipú deberían ser la tónica de aquí en adelante que complementen las calzadas. La calle no es de nadie, por tanto es de todos y no significa plagar de elementos una arteria que es para transitar. La idea principal es que el tránsito fluya. No podemos ofrecer una bandeja cargada de regalías a autos y micros y entregarle una bandeja vacía al peatón y ciclistas. Quitemos estacionamientos y hagamos más ciclovías. Antes, no cuesta nada compartir la calle.
Comentarios
24 de junio
Sebastian,quien lee tus lineas , quizás no podría estar en desacuerdo.
Pero en lo personal soy de aquellos que aun disfruta caminar y …..adivina. Soy molestado y palabreado por ciclistas furiosos que circular por la vereda para peatones.
Quizás presionados por la ciudad o los autos, los ciclistas han terminado circulando por las aceras haciendo en muchas ocasiones lo mismo que les afecta , siendo groseros y prepotentes en los lugares donde los peatones ejercemos nuestro derecho a desplazamiento.
Lo más probable es que seamos afectados por el crecimiento de la ciudad , pero nada justifica que viéndose afectados por la urbe , quienes pedalean se sientan con el derecho a invadir las aceras donde en muchas ocasiones las mamas deben apartar a sus hijos quitándolos del paso de algún ciclista furioso.
Agradezco la posibilidad de debatir y de coincidir .
Marcelo Altamirano Ponce.
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