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La ciencia: otra veta de la desigualdad

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La columna de Carlos Blondel que hace referencia al poco interés de los santiaguinos por la investigación científica y tecnológica asume que el diagnóstico es “claro”: “existe un gravísimo problema de extensión y difusión de las ciencias en nuestro país. La ciencia está allí pero no se conoce”. Asumiendo que lo que la encuesta señala es una tendencia real, o sea, que si democráticamente se eligiera financiar la ciencia en Chile, probablemente el financiamiento decidido sería cero, creo que asumir la causalidad de la baja difusión de la ciencia no es suficiente como para entender el problema de la valoración de la ciencia en Chile. La estructura social chilena, así como las formas en que los científicos vemos las ciencias pueden añadirse como áreas de indagación para comprender mejor lo que indica el estudio en cuestión.

Ha existido desde hace un buen tiempo un marcado optimismo de la clase política respecto de la forma en que en el país se ha elevado el capital humano de la población. Si bien los mecanismos con los cuáles el fenómeno ha ocurrido son ideológicamente debatibles, lo claro es que las cifras indican que hoy existe en Chile un altísimo grado de escolaridad y una extensión notoria de la educación superior profesional, técnica y universitaria. Automáticamente podríamos saltar a la conclusión lógica de que la población chilena ha estado más expuesta que nunca a los sistemas de reproducción del conocimiento, a lo que no escapa la ciencia.

¿Por qué es entonces que la ciencia no tiene importancia para los habitantes del mayor centro urbano nacional? La ciencia, como cualquier otra actividad humana, es un campo de debate político. Tal vez ese debate está confundido con la nube de supuesto objetivismo con que trabajan los científicos, pero en sí es un campo de disputas en donde las capacidades de construir argumentos basados en evidencias aceptadas por la comunidad de científicos determinan el poder que las ideas científicas tienen. Asimismo, la ciencia en sí goza de ciertos privilegios ante la clase política dados por su presunción de neutralidad.

Por otro lado, la otra cara de la moneda en cuanto a la formación del capital humano del país revela una profunda desigualdad social, que se suma a un conjunto de problemas de segregación urbana y socioeconómica. Las instituciones de educación superior que son complejas, es decir, que además de la docencia se dedican a la investigación y extensión, reciben estadísticamente a los estudiantes más aventajados tanto por capital cultural como por capital económico. Este proceso selectivo genera distintas categorías de opciones para los estudiantes que no cuentan con esas ventajas económicas y culturales heredadas. Por lo tanto, la selección a las universidades complejas limita las oportunidades para que las personas que no tienen el capital cultural, económico, o las credenciales necesarias puedan participar en comunidades de investigación ligadas a la ciencia. Es muy posible que quienes hoy contestan la encuesta a la que se refiere el estudio acá señalado sean justamente ese sector marginado de participar en ciencia. Esta profunda desigualdad en el acceso a esas comunidades donde se crea el conocimiento influye en el espacio público y lo debilita, evitando que el encuentro de las personas permita el debate de ideas, y por lo tanto, la exposición a diversos discursos como el discurso científico.

La ciencia, como señala la columna de Carlos Blondel, no requiere de una campaña de difusión que la permita ver como un producto que se venda en escuelas y spots televisivos. Hoy en día es una actividad que es altamente dependiente del Estado, o sea, de la institucionalidad pública. Sus actores son por mayoría funcionarios públicos de la academia, así como un ejército de estudiantes de postgrado y pregrado de las universidades complejas. Como ya se ha dicho, estos estudiantes, estadísticamente, representan a los sectores más aventajados de la sociedad, pero que por el azar del mercado educativo dependen en gran medida de la representación pública para su subsistencia. Los otros, los que contestan la encuesta, no participan de estas comunidades de ciencia, y el grado de segregación es tal que es posible que ni siquiera hayan visto una clase de ciencias en las escuelas donde sus hijos asisten.

Es muy posible también que la ciencia, para muchos, sea un conjunto de estereotipos de personajes muy inteligentes que visten cotonas blancas, son chascones, usan anteojos y hacen experimentos, cuestión de la cual los que pasean por la calle están totalmente alienados. Entonces, pretender que las personas valoren la ciencia es en sí pretender que valoren al grupo social que la ejecuta y la vive, y que justamente recae tanto en esos estereotipos como en el grupo estadísticamente aventajado que accede a estudiar e investigar en ciencia.

Cuando se habla de qué hacer al respecto, la respuesta no es simple. Creo que “salir al encuentro de los chilenos” implica muchísimo más que mostrar la ciencia en una vitrina. Requiere de un compromiso con la formación del capital humano en el espacio público, hoy tan debilitado y atacado por los mismos que se benefician de la ciencia para mostrar resultados optimistas de esta nación segregada. Ojalá que el debate continúe entre los científicos y se nutra de tantas otras disciplinas que permiten comprender el entorno en el cual las personas aprenden ciencia. Si se requiere fuerza para que más gente valore la ciencia, entonces se requiere de un proceso político que no implique neutralidad, sino compromiso con esa gente que hoy no encuentra la ciencia como una prioridad. Ojalá que seamos lo suficientemente creativos para pensar cómo hacerlo efectivamente.

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Foto: medialab_pradoLicencia CC

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22 de septiembre

Avalo el interés por poner en discusión en un espacio público el valor de la ciencia a nivel social. Sin embargo, estimo que habría que mirar otras facetas de ese fenómeno para comprender que la ciencia moderna se ha curtido en territorios a los cuales solamente esta invitada una elite (grupo que introduce un innovación). La labor intelectual que nutre la actividad científica ha sido impulsada vigorosamente, al menos en los dos últimos siglos, por los intereses institucionales (Estado) y económicos (capitalismo), la cual implica un proceso obligatorio de selección.
La encuesta que se cita, solamente sincera lo que históricamente ha sido el vínculo de la sociedad con la ciencia entendida como actividad de generación de conocimiento. Y, seamos francos, es la propia comunidad científica la que en cierta medida ha colaborado en su enclaustramiento social, De hecho, maneja sus propios códigos y lenguajes que no son de acceso universal.
El lazo entre sociedad y ciencia se hace más visible, gracias a una de sus facetas más cercanas para el individuo: la tecnología, la aplicación práctica de la ciencia. Es desde ese ángulo donde podemos ya masticar que sentido tiene la ciencia para las personas.
En suma, la ciencia moderna, no requiere de entrar en el Nirvana para lograr hacerse pública generando un apetito de saber dentro de la comunidad nacional en forma directa. Esa tarea es política y deben hacerla los políticos ¿Menudo desafío? Claro que sí. Desde que el Chile se aventuró a formar una República, la formación de «capital humano» en el campo científico fue labor del Estado: U. de Chile, Consejo Superior de Higiene Pública, Instituto de Higiene, Instituo Agrícola, etc. Los científicos de aquel entonces comprendieron que, en su afán de nutrir al país de las bondades de la ciencia del s. XIX, había que apuntalar al Estado y los políticos de turno. El sistema educacional se enganchó a ese proceso y ya hacia la década de 1880 se enseñaban cursos básicos de físicia y química en las escuelas. A tropiezos, ciertamente, pero la ciencia se instaló en el sistema educacional.
Hoy, para finalizar, es la comunidad política la que debe ser convencida por la elite científica acerca del valor social de la ciencia moderna y los requisitos que se requiere para su desarrollo. Si hay que univesalizar la ciencia entre los ciudadanos tiene que ser a través de la extensión de sus beneficios de sus aplicaciones. La medicina es un buen ejemplo para aquilatar esa propuesta.

22 de septiembre

Estimado Marcelo,
La verdad es que no estoy para nada en desacuerdo con lo que has planteado. Lo que intento poner en la mesa con la columna es que debemos pensar en que el problema de la valoración de la ciencia va mucho más allá de una campaña publicitaria o una mayor difusión de sus logros. En el fondo es un problema que adquiere caracter de estructural toda vez que Chile presenta fenómenos de segregación educacional, social y urbana como los que vemos hoy en día. Creo que incluso más allá de la tecnología lo que hoy se requiere es que los espacios de construcción y reproducción del conocimiento invoquen la participación de más y más diversos actores. Ello no ocurre puesto que los espacios públicos se cierran cada vez más, justamente por iniciativa del Estado. Estas reflexiones son muy necesarias no solo para entender la valoración de las ciencias, sino también para entender el rol del conocimiento en una sociedad como la chilena.
Saludos.

23 de septiembre

Quizas el problema de la ciencia en Chile va por la desconexión que existe entre la ciencia y otras actividades productivas. Esa desconexión hace que no se vea la ciencia como algo que aporta realmente al país. Si bien la ciencia básica tiene un buen nivel, la ciencia aplicada casi no existe, especialmente en lo referente a temas de relavancia nacional. Y como Chile casi no desarrolla tecnologias, no hay una necesidad tampoco del desarrollo de esa ciencia aplicada.

También se puede ver esa desconexión en como los cientificos aportan a la sociedad. En los paises desarrollados, una buena parte de los cientificos no se dedican a la ciencia pura, sino que trabajan en otras areas como tecnología, medicina, economia, etc. En Chile los cientificos que no logran obtener trabajo en los ambientes academicos estan condenados a la cesantia o a trabajos que no valoran su formacion.

24 de septiembre

Ivan:
Al tenor de los comentarios que ha generado tu columna, y siendo optimista, pues se vislumbra una menuda tarea. Ya lo señalaste: la ciencia y su desarrollo (institucional, epistemológico, social) van de la mano de la política, concepto que muchas veces genera urticaria dentro de la misma comunidad científica, como si fuese una tarea ajena a ella. Mas, si dentro de ese mismo grupo existe conciencia de un imperativo social al que la missma ciencia debe responder, la alternativa más plausible es hacer política. Ese el primer paso. El segundo, conectar ese forma de ver el mundo con otras estrucuturas sensibles del país (educación, economía, etc.,) ya importa la convocatoria de otros protagonista.
¿Qué ciencia queremos? es la pregunta que debemos comenzar a masticar. Me despido, agradeciendo tu afán por colocar un tema tan relevante en el espacio público. Saludos cordiales.

24 de septiembre

Nota al pie de página: lo que está ocurriendo en el INIA calza con el espíritu de este mini debate. Saludos

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