Las encuestas son claras: La palabra clave es el rechazo. 56% lo hace respecto del gobierno. 65% lo siente contra la ¿ex? Concertación. Es difícil imaginar un cuadro más complicado que éste. Cualquier pronóstico serio será negativo, el vacío de poder se hace evidente.
La oposición disfruta de la baja del gobierno y quien lo encabeza. Su fracaso estaba dentro de sus pronósticos y siempre un vaticinio acertado nos hará sentir una cierta satisfacción. Lo que no estaba en absoluto en el pronóstico de nadie es que el rechazo se extendiera severamente hacia quienes ayer gobernaban y hoy están en la oposición. Como si esto fuera poco, el cuadro se complica con el mayoritario apoyo a la Presidenta que entregó el poder al actual gobierno. ¿Cómo se lee este fenómeno? ¿Cómo se realiza un diagnóstico y se diseña, partiendo de él, una hoja de ruta?
Que hemos crecido, está bien, pero cómo hemos crecido está profundamente mal. Ha sido oneroso en términos sociales y horrible en términos ambientales. Nos hemos dado el lujo de funcionar sin una matriz de energía y hemos improvisado día a día sin consideraciones ambientales de ningún tipo. La legislación que nos hemos dado es obsoleta y se puede circunnavegar con facilidad, como ha quedado demostrado recientemente.
Que hay cifras macroenómicas favorables es cierto, más allá de que algunas mediciones se discutan. Lo que no puede discutir nadie es que los beneficios han sido repartidos de manera aberrante. Un gran porcentaje de la población se ha quedado al margen mientras los frutos de nuestro crecimiento económico son recogidos por unos pocos
La educación se ha masificado, pero no ha mejorado. Es más, todo indica que su calidad ha ido bajando en las últimas décadas. Se ha transformado en un negocio regido únicamente por el mercado. Su eficiencia se mide en términos de matrícula y recaudación. Los conocimientos entregados a cambio siguen siendo exiguos.
Ambiente, desigualdad y educación son, sin duda nuestros flancos más débiles. Tanto es así que en las últimas elecciones no pudo eludir a ninguno de estos temas. El candidato que posteriormente triunfó en ellas tapizó el país con promesas. Prometió soluciones creativas y gestión eficiente. En los hechos, ha promovido soluciones mil veces probadas y otras tantas, fracasadas. El ambiente recibe ataque tras ataque, la desigualdad no cede, la educación no mejora un ápice.
Se escucha las primeras confesiones por ambos lados. Parece que en el fragor de las escaramuzas diarias, nos hemos descuidado – moros y cristianos – y no hemos hecho los cambios constitucionales que ahora la ciudadanía reclama. El binominal es un virus que deforma toda la expresión política. Los que antes celebraban el sistema como estabilizador, comienzan a reconocer que es profundamente antidemocrático y produce rechazo a ambos conglomerados mayoritarios.
¿Cómo nos podemos extrañar de la impaciencia de la juventud con la inoperancia del mundo político en todos los espectros? ¿Cómo no salir con ellos a las calles a marchar y gritar?
Pero hay que tener cuidado. Elementos lumpen encapuchados e infiltrados intentan, a veces con éxito, darle a las manifestaciones un aire de delincuencia. No obstante ello, la ciudadanía comprende que un altísimo porcentaje de los manifestantes lo hace de manera absolutamente legítima y responsable. El gobierno debe evitar la tentación de usar la represión como la más fácil, cuando no, la única manera de responder a las demandas.
Todos tenemos la obligación de buscar hasta hallar un nuevo sistema político que supere las limitaciones del actual. Votar una vez cada cuatro años por candidatos que salen de sólo dos tendencias y que se reparten los puestos disponibles en partes casi iguales, no es suficiente en términos de representatividad política.
El próximo gobierno debe, junto con enfrentar los temas más urgentes de manera racional y efectiva, dotarnos de un sistema político que permita el pluralismo y la libre expresión. Abrir las puertas del Congreso, las intendencias y las alcaldías a todos los sectores. Avanzar en la regionalización y la autonomía de las regiones. La ciudadanía merece tener una voz importante en las decisiones que afecten al medio ambiente. Esto debe ser parte destacada de sus propuestas electorales.
Las próximas elecciones deben superar el límite de los partidos y acoger a quienes hoy, con razón, protestan. Al mismo tiempo tienen ellos que comprender que la protesta que no lleva propuestas racionales no sirve. Hay que escuchar a los mayores, aunque ellos hayan cometido errores.
El país necesita que todos aquellos que deseamos cambiar las estructuras actuales sepamos arribar a un punto de encuentro. Que seamos muy generosos en escuchar la opinión ajena y prudentes en defender la propia. Ése es el desafío.
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Foto: The vomit – deepwarren / Licencia CC
Comentarios
10 de junio
Tras las últimas elecciones la «alianza» se dedicó a celebrar su primer gobierno después de 20 años en democracia. Junto con ello calificó a la «concertación» de agotada (que es verdad) pero no considero un detalle: los 20 puntos de Ominami. Esos veinte puntos fueron la señal más potente de las últimas elecciones: un 20% de electores molestos que rechazaron la «política tradicional»; pero nadie en ella fue capaz de recoger esa crítica. Piñera solamente fue electo por falta de opciones políticas consolidadas, y aquel 20% de ciudadanos molestos, aún en alza, ahora pasea sobre el 50%.
El pesado vagón de la política tradicional, cuyo eje principal es el sistema binominal, se arrastra sólo por inercia. En esa «política» NO han sido incapaces de hacer los cambios que nuestra democracia requería solo por permanecer a cargo; demasiado tiempo. ¿Cuanto más tendremos que seguir esperando? Todos esos, gobierno y oposición, son nuestro lastre. Los rechazamos porque NO nos representan.
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14 de junio
Javier
Encuentro mucha razón en tu análisis y lo comparto en gran medida.
La pregunta es ; ¿Cómo salimos de este atolladero?
En democracia, se necesita crear mayorías, si no queremos caer ( o recaer) en dictaduras.
Al parecer, esta mayoría aún no cristaliza. Tal vez seamos demasiado exigentes.
El regreso a la racionalidad perdida pasa por eso: Crear una mayoría en torno a un programa o, al menos, un conjunto de ideas que puedan generarlo.
En esa nos encontraremos, Javier, no me cabe duda.
Un abrazo
Pedro