La celebración del bicentenario es un evento convencional, como lo son nuestros cumpleaños, santos y aniversarios. Está en la línea de los eventos sociales; es un rito que incluye las mismas actividades oficiales todos los años. Tanto es así que uno puede prever los titulares de la prensa que, por ejemplo, enfatizarán el mensaje eclesiástico del Te Deum, la “brillante” o “impecable” Parada Militar, o lo bien o mal que les ha ido a los fonderos.
El bicentenario no romperá esta ritualidad, pero representa una oportunidad especial para reflexionar en su sentido y no quedarnos sólo en las fiestas. En lo básico, la ocasión exalta nuestra identidad republicana y la pertenencia a un país que ha construido su historia con esfuerzo, aunque con pasajes controvertidos.
Estos primeros días de septiembre han sido conmemorados por La Moneda con la reedición de la Aurora de Chile, el traslado del monumento al general Carrera a la plaza de La Ciudadanía, la gira nacional de “La Pérgola de las Flores” y seguirán otros actos de evocación. Por otro lado, la presentación de los proyectos bicentenarios, tales como el Edificio Gabriela Mistral, la remodelación del Estadio Nacional y otros, pasan a ser un testimonio material de estas fechas, pero tampoco son lo esencial.
Los países se construyen por su gente y la capacidad de las elites de gobernar con sabiduría. Esto ha llevado a que Estados con pocos recursos disponibles puedan alcanzar niveles de bienestar impensados para otros de riquezas abundantes. En Chile ha habido progresos y avances de todo tipo, muchos de ellos sociales. Sin embargo, el país no ha llegado a asegurar el bienestar general, de ahí que existan conflictos estructurales, como el tema indígena.
Con bastante complacencia, parte de la elite ha querido pensar en una sociedad homogénea, justa y solidaria. Esta percepción se remece cuando distintos sectores hacen presente la inequidad y la solidaridad del marketing y el negocio. No es que exista un “país real” ignorado; ¿por qué es más real una comunidad indígena que la vida de un señor de La Dehesa?; ¿qué separa el Sanhattan de los estudiantes que reclaman el derecho de una mejor educación?. Todo eso es el país real, moros y cristianos, trabajadores y empresarios; esa sociedad que desnuda ocasionalmente las grandes desigualdades.
El bicentenario es motivo de fiesta, de empanadas y vino. Pero su sentido íntimo es visualizar la patria que queremos, con más inclusión y más equidad. En ese propósito debemos caber todos, especialmente los más vulnerables. Mientras, pienso en el coraje de los copiapinos, en la canción nacional que emana de las profundidades de la tierra, en los ingenieros que van al rescate, en las familias que esperan, todos ellos son Chile. La pregunta de rigor es: ¿hasta qué punto te sientes identificado?
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